'La buscadora de oro'. Así se conocía por lo visto a Isabel Preysler en Manila (Filipinas), la ciudad en la que nació en febrero de 1958, en el seno de una familia de clase media. Su padre, Carlos Preysler, descendiente de emigrantes españoles, trabajó en una compañía de exportación e importación antes de convertirse en empleado de banca, mientras que su madre, Betty Arrastia, se dedicaba a negocios inmobiliarios y, sobre todo, a la educación de sus seis hijos: Enrique, Victoria, Isabel, Joaquín, Carlos y Beatriz —uno de sus retoños falleció debido a un accidente y otro acabó en la cárcel tras caer en el mundo de las drogas—.

Según sus biógrafos, la Preysler fue educada desde que apenas levantaba unos palmos del suelo para relacionarse y entrar en los círculos de la alta sociedad de su país. "Desde pequeña ya destacó por su sentido de la independencia y prefería realizar sus actividades en solitario", contó Juan Luis Galiacho en 'Mujeres del gran poder'. "De esta forma podía pasar horas y horas. Sus padres la matricularon en el elitista colegio de Nuestra Señora de la Asunción, de Manila. Pero su currículo estudiantil es bastante mediocre. Aprobaba las asignaturas por los pelos. Lo peor que llevaba eran las matemáticas y la física. Y mostraba aptitudes para los idiomas, la historia y la geografía".

Con catorce años, la filipina era una chica bastante atractiva —fue elegida reina de las fiestas de San Lorenzo— y despertaba pasiones entre los muchachos. A los quince inició una relación con Louis Ismael, un joven aristócrata que la introdujo en la alta sociedad filipina. "Tras año y medio de relaciones, la pareja rompió, pero Isabel ya acudía a las reuniones organizadas por Imelda Marcos y siguió asistiendo a ellas", escribiría luego el periodista Basilio Rogado. "En un año y medio Isabel picó de flor en flor y conoció a uno de los hijos de un millonario llamado Laxon, a Gregorio Araneta, a Charlie López, a Edward Finland y a un rico playboy quince años mayor que ella llamado Juny Kalaw".

debut en la jet set madrileña

Se dice que los Preysler nunca vieron con buenos ojos su relación con aquel nefasto galán. Para apartarla de su influencia y evitar que acabara enganchada a las drogas como su hermano mayor, la mandaron a Madrid, a casa de su tía materna Tessy Arrastia, casada con el embajador Miguel Pérez Rubio, a estudiar secretariado. Y así fue como, en enero de 1969, Isabel aterrizó en la capital española sin más remedio. Al principio sentía cierta añoranza de su tierra y, además, no tenía claro lo que debía hacer para que la alta sociedad le abriera las puertas y le permitiera mantener su estatus y reputación.

Por suerte para ella, pasó poco tiempo hasta que su padrino de bautismo en España, Juan Manuel Sainz de Vicuña, descendiente del marqués de Alhucemas y presidente del Club de Golf de La Moraleja, le abrió las puertas de la jet set madrileña, donde hizo buenas migas con gente como la nietísima Carmen Martínez Bordiú. Fue precisamente en una de aquellas fiestas VIP donde Isabel conoció a Julio Iglesias, un antiguo guardameta del Real Madrid que en ese momento empezaba a ser popular como cantante.

"Conocí a Julio Iglesias en 1970", contó luego ella. "Me pareció un chico simpático y educado, con un aspecto muy agradable. Julio no era todavía un famoso cantante. De todas formas, a mí nunca me han impresionado las personas por su importancia o popularidad. Nuestra primera salida fue para asistir a un recital de Juan Pardo. Tres días después de que nos presentaran, Julio se me declaró; a los seis meses ya éramos novios. Julio quería que nos casáramos enseguida, pero yo le dije que esperáramos un poco".

La reina de corazones

De todas formas, en enero de 1971 se casaron en Illescas, un pueblo de Toledo hasta el que se trasladó toda la prensa, estando ya la novia embarazada de su hija Chábeli. Ese mismo día, Isabel empezó a despertar las envidias del público, que se preguntaba quién era aquella belleza oriental que había logrado seducir a uno de los artistas con mayor proyección. Pero a la Preysler no le importaron demasiado todas esas críticas y habladurías.

Tanto es así que rápidamente pasó a ser una especie de mito para muchas mujeres que soñaban con emularla, esto es, con casarse con un hombre importante y famoso. Pero, sobre todo, consiguió algo insólito hasta entonces: sin tener una carrera profesional ni pertenecer a una familia conocida, fue capaz de erigirse en la reina de corazones por antonomasia.