Hay un verso desgarrador de María Jiménez que queda para la historia. Imposible que no resuene aquello de "se acabó, porque yo me lo propuse y sufrí". Eterno himno del empoderamiento. De la capacidad de resiliencia y superación. De esa inmarcesible voluntad de sobreponerse, incluso cuando hacerlo parezca un imposible. Porque cualquiera que haya tenido oportunidad de escuchar los temas y versiones de la sevillana sabe de buena tinta que en ese cantar tan suyo no faltaba el sentir. Cuando había que narrar, ella lo hacía con una garra sin igual. Siempre tan intensa y arrolladora para traer el dolor a la escena. Ese dolor que, por desgracia, conocía muy de cerca.

El pasado 7 de septiembre de 2023, la industria de las artes y el entretenimiento en todas sus vertientes se despidió de ella. De su obra y su valentía. De la siempre indomable María, con esa personalidad irreverente e irresistible. Con una forma de ser tan divertida como honesta. Tan divina como austera, sin pretensiones de nada y con la luz de una estrella de aquellas que pueden presumir de haberse hecho a sí mismas. Una mujer muy querida que, a sus 73 años, falleció rodeada de los suyos en su Triana natal. Su familia y sus amigos, las personas más importantes de su vida. Estaban todos, aunque con también la acompañaba perenne pesar de otro adiós que la artista vivió a destiempo. 38 años atrás, en la madrugada de un frío 8 de enero, quien había dejado el mundo era su hija Rocío. Fue ese el gran drama de la diva dramática. Con el que aprendió a convivir, pero nunca logró superar.

La tragedia que marcó la vida de Rocío

Rebuscar en lo que se conoce sobre su relato de vida nos invita a adentrarnos en una historia en la que no han faltado las desventuras. En sus más de siete décadas en vida, la flamenca por excelencia, tuvo el placer -y el infortunio- de conocer lo mejor y lo peor. Las mieles del éxito, pero también absolutas desgracias que para siempre la marcarían. Cuestiones tan reseñables como haberse criado en una barriada humilde. Con el hambre y pobreza como protagonistas, María se vio obligada a trabajar como sirvienta más pronto que tarde. Por aquellas todavía era una niña, pero poco después vendría el momento de mudarse a Barcelona donde, para su sorpresa, acabó dando sus primeros pasos como cantante y bailaora.

No fue sencillo, pero la génesis de tan estelar carrera se dio durante un paseo tranquilo por Las Ramblas. En el corazón de la ciudad condal descubrió la taberna Villa Rosa. Con intención se presentó y el propietario, tras verla improvisar, apostó por contratarla. Su sueldo: 200 pesetas el día. Por fin, dejar de ser "chacha", como ella lo refería, y tener el cante como oficio. Y fue al son de aquellos primeros jornales que se gestó un éxito sin precedentes. Con solo 17 años, su nombre irrumpió en la escena, y de vuelta a su Sevilla empezó a triunfar en el tablao Los Gallos.

Llegó el éxito, casi a la vez que su primer embarazo. Todavía no había cumplido los 18 cuando, según ella misma contó a Bertín Osborne en 'Mi casa es la tuya', su buena amiga Lola Flores le hizo saber que estaba encinta. "Cuando me vio, me dijo: 'tú estás preñada'". Un bebé que finalmente sí tuvo, aunque llegó a plantearse a abortar, sin el apoyo de un padre que se desentendió. Fue el actor Pepe Sancho, con el que se casó en 1978, quien acabó adoptándolo. Ejerció de progenitor y le dio sus apellidos a pequeña María del Rocío Asunción Jiménez, nacida el 7 de enero de 1968.

María Jiménez y Pepe Sancho
GTRES

Rocío era como la llamaban los suyos, aunque poco o nada más se sabe sobre la trágica historia de la joven. "Tuve una hija preciosa, pero no me gusta hablar de este tema porque me pongo muy triste. Porque igual que Dios me la dio, me la quitó", confesó la propia María en 2021 en una entrevista para 'Lazos de sangre'. Una determinación que siempre mantuvo firme hasta el final de sus días. La intérprete de la versión más famosa de 'Camas vacías' de Joaquín Sabina nunca quiso ahondar en esa tremenda herida. Es por eso que el misterio siempre envolverá el relato sobre la única hija de la artista, a la que se sabe que sí que contó quién era su padre. Fue en el año 1985 cuando, con solo 16 años de edad, Rocío falleció en un accidente de tráfico en el término municipal de Madrilejos, en Toledo.

Su hijo Alejandro, consuelo y refugio

Poco o nada más se supo, más que los titulares que advertían que había habido cinco muertos y tres heridos graves en la carretera nacional IV Madrid-Cádiz. Un viaje que la hija de María emprendió sin que su madre lo supiera, puesto que ella le había comprado unos billetes de tren para que regresara a Málaga desde la capital, pero la adolescente hizo caso omiso y e hizo el trayecto en coche con dos amigos. Fue la citada entrevista con Osborne una de las pocas ocasiones en las que la cantante refirió al suceso. "Llegué a darme golpes contra la pared, del dolor tan grande que sentía", admitió. Y fue la indigerible sensación de haberla perdido la llevó a refugiarse más que nunca en Alejandro, su hijo pequeño.

María Jiménez y su hijo Alejandro
GTRES

Él, que por aquel entonces solo era un niño –nacido de su matrimonio con Sancho–, se convirtió en el gran motor de la vida de la artista. Su escudo para enfrentarse al desconsuelo, hasta el punto de encerrarse junto a él y pedir que el pequeño recibiera clases en casa para no tener que separarse. Ese fue su luto, que casi nunca plasmó de puertas para fuera. Solo en unas sentidas sevillanas. "Virgen de los cielos, Rocío divina, dame tu consuelo mientras por el cielo camina (...). Un vacío sinfín que no me lo llena nada desde el día que la perdí", le recitaba. Siempre con Rocío presente. Siempre a flor de piel.