No cabe duda de que la casa Grimaldi es una de las más importantes y glamourosas del mundo, por ese motivo, la boda del heredero, Alberto de Mónaco, con la deportista sudafricana Charlene Wittstock, no únicamente supuso un antes y un después en la monarquía monegasca, sino que también fue un hito en toda Europa. Pero hubo alguien que decidió no acudir. Si no, que se lo digan a la reina Sofía, ni a nadie de la Casa Real Española, que no apoyó a la pareja en este momento. ¿Por qué?

Se cumplen 13 años de uno de los eventos royals más importantes de Europa y de las “nuevas monarquías”. Un 1 y 2 de julio se celebró en Mónaco la fastuosa boda de Alberto y Charlene de Mónaco. Celebrada en dos partes: una ceremonia civil y una ceremonia religiosa, ambas con un día de diferencia y realizadas en el denominado Palacio del Príncipe en el principado, reunió a cientos de invitados, entre los que destacaron aristócratas, empresarios y hasta famosos de la farándula. Pero se echó de menos la presencia de una parte muy importante de la Casa Real Española en aquel momento: La Reina Sofía.

Una boda convertida en espectáculo 

La ceremonia civil se llevó a cabo en la Sala del Trono del Palacio del Príncipe, con una charlen guapísima con un traje dos piezas diseñado por Akris. Tras la primera ceremonia, por la noche, se realizó un multitudinario concierto de después un concierto de música electrónica de Jean-Michel Jarre. Justo un día después, en el patio de palacio, se montó un gran escenario para acoger el enlace religioso, oficiado por el arzobispo Bernard Barsi, y la sudafricana deslumbró con su vestido de novia de Giorgio Armani Privé. Después de la ceremonia religiosa, se llevó a cabo un banquete en la Ópera Garnier y en la terraza del Casino de Montecarlo, preparado por el famoso chef de la época Alain Ducasse y con música a cargo de la Orquesta Filarmónica de Montecarlo y el coro de la Ópera de Montecarlo. Todo este espectáculo, con las dos ceremonias, costó al principado más de 45 millones de euros.

Ambas bodas fueron multitudinariamente seguidas, puesto que la primera ceremonia fue transmitida en pantallas gigantes colocadas en la calle para que los ciudadanos pudieran seguir el evento, mientras que la segunda, aunque con la necesaria seguridad del evento,  estaba “a la vista de todos”.

Boda Charlene y Alberto de Mónaco
Gtres

Los invitados más sorprendentes 

Uno de los grandes atractivos de este encuentro, además de poner la guinda al pastel de la sorprendente historia de amor de Alberto y Charlene de Mónaco, fue la concentración en el principado de cientos de personas relevantes en Europa y en el mundo entero. La boda contó no solo con todos los mediáticos miembros de la familia Grimaldi, como las dos hermanas de Alberto, Carolina y Estefanía de Mónaco, que acudieron con sus respectivas parejas, así como todos los sobrinos y sobrinas del novio, como Christian, Andrea, Pierre y Carlota Casiraghi. Pero además de la familia de Grace Kelly,  y famosos espectaculares, como la modelo Naomi Campbell, los diseñadores Karl Lagerfeld o Roberto Cavalli, o la tenista Karolína Kurková,  tampoco se perdieron el evento nombres fundamentales de las casas reales europeas

Fueron representantes de muchas dinastías europeas diferentes, como el rey Carlos Gustavo y Silvia de Suecia, o Guillermo y Máxima de Holanda, y los entonces príncipes Federico y Máxima de Dinamarca; Carlos y Magdalena de Suecia, Haakon y Mette - Marti de Noruega, o Daniel y Victoria de Suecia. Pero faltaron algunos reyes y príncipes, como los que más conocemos, en aquel momento Isabel II y Juan Carlos I y la reina Sofía. 

Federico y Mary de Dinamarca
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La falta de la reina Sofía y representación española 

Como hemos podido ver, este encuentro reunió a diversos reyes europeos, y sobre todo a muchos príncipes herederos de aquella época, que por edad, era lo que más encajaban con los novios. Pero de España no acudió ni nuestros reyes en aquel momento, Juan Carlos I y Doña Sofía, ni tampoco el heredero, Felipe VI y Letizia. Y es que aunque históricamente los Grimaldi y los Borbones había tenido buenas relaciones, con una gran unión entre Rainiero de Mónaco y Juan Carlos I, esto se enfrió cuando falleció el monarca y su hijo, Alberto, no solo no mantuvo la buena relación entre casas reales, sino que incluso hizo un feo a los españoles, que haría que se enfriara aún más su relación. 

Según explicó Mujer Hoy en un artículo cuando se cumplió una década de la boda real monegasca, el punto de inflexión que distanció permanentemente a las familias reales de España y Mónaco ocurrió en 2005, cuando Alberto de Mónaco, como miembro del Comité Olímpico Internacional, planteó dudas sobre la capacidad de España para garantizar la seguridad de los Juegos Olímpicos de 2012, debido a un atentado de ETA en Madrid. Además, esa misma semana, Alberto de Mónaco reavivó la tensión al interesarse por la posible inclusión de Gibraltar en el COI. Estos actos enfriaron las relaciones entre ambas casas reales. Aunque sí acudió algún español a la boda, pero no ejerciendo como tal. Según explicaron en Vanitatis: “La única representación española que hubo fue la de Luis Alfonso de Borbón y Margarita Vargas, aunque ellos acudieron como duques de Anjou y pretendientes al trono francés”.

La leyenda de “la princesa triste”

Si en la mayoría de bodas lo que se recuerda es la tremenda alegría y amor que respiran los novios, en esta boda histórica ocurrió todo lo contrario, y es que fue el momento en el que acuñó el apodo de “La princesa triste” o “la princesa prisionera” para la propia Charlene de Mónaco. Lo primero que se recuerda al pensar en la boda de la sudafricana con el príncipe Alberto de Mónaco son las lágrimas de la princesa durante la ceremonia. Estos momentos, que podrían parecer emotivos, rápidamente se convirtieron en el centro de numerosos rumores y especulaciones sobre si la nadadora estaba siendo verdaderamente feliz en dicho momento, o no, por el estrés, la tristeza y las complejidades personales y familiares. 

A esto se suma que también hubo rumores de que Charlene de Mónaco había intentado huir de la relación y su compromiso en varias ocasiones, lo que sugería una falta de tranquilidad en su decisión de casarse con el príncipe. Además, al casarse, Charlene tuvo que decir adiós de manera definitiva a su carrera como nadadora olímpica, un sacrificio significativo para alguien que había dedicado gran parte de su vida al deporte. Se decía que su tristeza se debía a una combinación de factores que habrían afectado profundamente su estado emocional en ese día tan importante, como la enorme presión que sentía por la radical transformación que iba a suponer su vida, renunciando a su privacidad y a su “libertad”.