Cuando Cari Lapique le dijo a su padre que deseaba tener su propio negocio, este lo tuvo claro: “ponte a trabajar”. No hubo ni media concesión al nepotismo. Si quería algo, debía conseguirlo por ella misma. Y así fue cómo la niña de una familia bien se puso la bata de vendedora y acabó convertida en uno de los iconos de la ‘jet-set’ de los 80.

Cari Lapique procede de una familia aristócrata muy poco aristócrata. Los títulos nobiliarios tienen escaso mérito si detrás no hay un gran capital que sostenga a la familia y eso, para unas personas tan trabajadoras como los padres de ella, era fundamental. Su madre, Caritina Fernández de Liencres y Liniers, era una dama imprescindible de la alta sociedad de mediados del siglo XX. Tenía el nombre, la cara y el porte para ser considerada una de las mujeres más destacadas en los selectos ambientes del ‘midcentury’ madrileño. Solía usar el título de vizcondesa de Villamiranda, pero lo cierto es que jamás lo ostentó de manera oficial. Este había pertenecido a su familia, pero cuando llegó el momento de reclamarlo y rehabitarlo, le resultó imposible. Pero esto no fue impedimento para que muchas de sus compañeras y compañeros de salidas la conocieran por él. 

En esta época conoce a alguien que no pertenece a la estirpe aristocrática y que transformará su vida. Manuel Lapique era abogado y tenía muy claro que, para lograr algo en la vida, había que dedicarle esfuerzo y tiempo. Con los años dejó su carrera como letrado y se convirtió en un destacado empresario, al que su hija Cari siempre admiró. 

 Cari Lapique la dependienta de grandes almacenes que veraneaba en marbella

El matrimonio tuvo cuatro hijos: Manuel, Pedro, Cari y Miriam. Cuatro niños criados en colegios privados pero atendiendo a la máxima de que no podían depender solo de un apellido. “Yo quería tener una boutique y mi padre me dijo que me ayudaba, pero que antes debía aprender y ver lo que era de verdad llevar un negocio y lo sacrificado que era”, contó la madre de Carla y Caritina a La Razón. “Estuve trabajando de vendedora y la verdad es que lo hacía muy bien. Mi padre era un hombre especial y siempre me dio muy buenos consejos. Estaba orgulloso de que me gustara trabajar”.

Se metió en El Corte Inglés a aprender el oficio. Ahí asesoraba a las clientas y les vendía aquello que estas querían -y otras cosas que seguro que no sabían que las necesitaban. Se le daba de maravilla. Vender era lo suyo y, tal y como acabaría demostrando años más tarde, le daba lo mismo colocar minifaldas, viajes o joyas. “Al final es lo mismo”, y todo se le da daba igual de bien. 

Es en esta época en la que la joven Cari, junto a su hermana Miriam, se convierte en una imprescindible de la crónica social. Las dos son asiduas de la Marbella dorada a inicios de los años 70, donde la fiesta no tenía fin y duques convivían con simples caraduras. “Lo pasábamos bomba. Nos divertíamos muchísimo, eran veranos con fiestas todos los días. Éramos jóvenes. Salíamos todas las noches y nos recogíamos a las mil”. Precisamente, mientras estaba en la Costa del Sol, la vendedora conoció al hombre de su vida. 

Así fue el flechazo entre Cari Lapique y Carlos Goyanes

Carlos Goyanes y Cari Lapique se vieron por primera vez en una piscina. Y se gustaron muchísimo. La jovencita no podía impedir sentirse atraída por el empresario, que se había convertido en una de las primeras figuras del mundo del corazón al casarse, nada menos, que con Marisol, la gran estrella de la época. 

Carlos Goyanes y Marisol habían vivido toda la vida juntos. Ella se instaló en la casa de la familia del productor de sus películas, donde fue tratada como un miembro más. Un miembro más que daba de comer a todos, aunque esa sea otra historia... Desde niños habían sentido atracción y, tras un romance secreto y una ruptura que todos procuraron que fuera lo más breve posible, se casaron. Y, tres años más tarde, se separaron. El relaciones públicas aún era un hombre casado cuando conoció a la alegre Cari. 

Que Lapique iniciara un romance con Carlos fue un escándalo. Pero ninguno deseaba renunciar a esa historia de amor incipiente, que estaba forjándose entre ambos. Entonces la jovencita se convirtió en la nueva ‘it girl’ preferida por la prensa. Todos querían saber absolutamente todo de ella. Y, mientras, la jovencita Cari, seguía de dependienta en los grandes almacenes; atendiendo a sus fieles clientas, que siempre la buscaban para que ella les aconsejara. 

“Las cosas no fueron fáciles, Franco aún vivía y él era un hombre casado, una relación que mereció muchos desprecios, insultos por la calle y marginación social, aunque Cari nunca se quejó. Su familia incluso le dio de lado”, cuenta Pilar Eyre desde su blog en las páginas de Lecturas.

Boda en Marbella

Se casaron en 1975 en la ciudad que vio nacer su amor, Marbella. Y lo hicieron por la iglesia, como ella quería. Carlos y Marisol obtuvieron la nulidad matrimonial alegando “la inmadurez de los contrayentes” y esto se tradujo en una gran celebración en la parroquia de la Virgen Madre y ante 600 invitados, entre los que se encontraron Lola Flores y Lolita, con la que guarda una gran amistad, Carmen Martínez Bordiú o Pitita Ridruejo. Todas vieron a la novia lucir su romántica creación de organza con flores bordadas por todo el vestido. Aunque, sin duda, lo mejor de la novia fue la enorme sonrisa que lució durante toda el día. “Estaba loca de amor por Carlos”, confesaría años más tarde. 

Amor y negocios. Después de una época de oscuridad y de casi ostracismo, el sol volvió a salir para Cari Lapique. Finalmente, tras su periplo por las galerías, consiguió la boutique con la que llevaba años soñando. Gracias a todo lo que había aprendido de ventas y a cómo gestionar un negocio, se convirtió en una orgullosa empresaria, abriendo la primera tienda de la firma Celine que hubo en España. Tras eso, vendrían trabajos para Suárez, Nuba o Aristocrazy. 

La doble tragedia a la que Cari ha tenido que hacer frente un mismo verano

Tras su boda con Goyanes, Cari Lapique se convirtió en madre. El matrimonio fue bendecido con el nacimiento de dos niñas, Caritina y Carla; con quienes mantuvieron la sagrada tradición de veranear en Marbella, un enclave que siempre ha tenido un enorme peso para la familia. Adquirieron una vivienda en una de las urbanizaciones más icónicas de Guadalmina y siguieron derrochando glamour en cada salida nocturna que hacían, ya como familia de cuatro miembros. 

cari carmen ordoñez
Gtres

Cuando sus hijas crecieron, se casaron, tuvieron sus propios hijos y Cari se convirtió entonces en “abuelona”, como la llaman cariñosamente, siguieron veraneando todos juntos. Los veranos se planteaban idílicos hasta este mismo año en el que han tenido lugar dos muertes consecutivas que han destrozado sus planes. 

La Costa del Sol ha sido el último lugar que ha visto con vida tanto a Carlos como a Caritina. El 8 de agosto de 2024 fallecía el empresario y, 18 días más tarde, lo hacía su hija, el 26. Ahora Lapique no puede pensar en regresar al lugar donde fue tan sumamente feliz.

Marbella ha dejado de ser lo mismo para Cari, pero lo que sabe Cari es que sin ella, Marbella tampoco será lo mismo.