Arrieritos somos y por el camino nos encontraremos. La infanta Cristina traga sapos y culebras cuando tiene delante a su propio hermano y este no la saluda. Aún no la ha perdonado. O, al menos, no lo ha hecho de cara a la opinión pública. La que más pesa, ¿o no?
La infanta Cristina parece de acuerdo con esta condición que le ha impuesto el actual Rey. Ven todo lo que quieras a España, pero no esperes un saludo por mi parte. Un acuerdo tácito del que todos los asistentes a la última entrega de las becas de la Fundación La Caixa fueron testigos. La situación era tensa. Felipe VI, en el escenario, entregaba los galardones a los premiados. Desde el patio de butacas, sin quitarle la vista de encima y sonriendo, su hermana Cristina. Quienes les vieron no detectaron ningún gesto de complicidad. La infanta fue, simplemente, una asistente más al acto.
Felipe VI y su hermana Cristina no se miran
La periodista Pilar Eyre se hace eco de que, entre los hermanos no existió “ni siquiera una mirada”, y, si la hubo fuera de todos los ojos que tenían encima, no lo sabemos; pero, como ella dice, “eso no cuenta, lo importante sería la reconciliación pública”. Y esa, a la vista está, no se ha producido.
Ha pasado más de una década desde que Cristina se vio salpicada por los turbios negocios del que entonces era su marido. La avaricia de Iñaki Urdangarin le salió muy cara a toda su familia. Mucho más que a él. Y es que, mientras que el exjugador de balonmano ya ha saldado su deuda con la justicia, se ha vuelto a enamorar y ahora trata de recuperar la normalidad. Mientras, su familia aún tiene que cargar con una pesadísima cruz que no eligieron.
Cristina de Borbón ha sido la gran perdedora de todo esto. Se marchó de Barcelona, donde había construido su hogar, y se instaló, primero en Estados Unidos y, después, en Ginebra; donde aún mantiene su domicilio. Salió con las orejas gachas del país del que sus padres eran los reyes y debía ofrecer una ejemplaridad que su marido no contempló y ha vivido durante más de una década con la letra escarlata de “Imputada” bordada en su pecho.
¿Para cuándo el perdón de su hermano?
Poco a poco, y tras su divorcio de Iñaki Urdangarin, da por finiquitados los asuntos que aún les unían. Ya no quiere saber nada de él, y mucho menos desde que él está enamorado de nuevo. Una relación que empezó mientras aún estaba casado. Ella también siente que, en cierto modo, ha saldado su pena, que solo fue amar al hombre equivocado.
Su madre, doña Sofía, lo tiene todo más que olvidado. De hecho, para ella su hija siempre ha sido una pobre víctima. Lo mismo opinan su hermana Elena y su padre, Juan Carlos de Borbón. Que no hacen más que repetirle que todo ya pasó, toca volver a casa y poner el contador a cero.
Pero Felipe no opina lo mismo. El más pequeño de la casa se ha convertido en el actual jefe de Estado y ha hecho de lo ejemplar su bandera. Tanto él como Letizia se esfuerzan por mantener un comportamiento intachable, en un desesperado intento por limpiar la imagen de la Corona, tan maltrecha a raíz de los escándalos que se protagonizaron en el pasado.
Letizia, en contra del armisticio de paz
Letizia se pone especialmente nerviosa con este tema. Ella siempre ha sido una mujer extremadamente profesional, por lo que, cuando se convirtió en Reina, se tomó muy en serio sus nuevas funciones. Y, por supuesto, desea que sus dos hijas continúen la misma estela marcada por ella y no la que dejaron sus predecesoras.
Está siendo una labor titánica. Un esfuerzo enorme por blanquear una institución que llegó ajada cuando ellos asumieron el trono. Sabían que lo que primero que tenían que hacer era cortar lazos, aunque esto resultara de lo más doloroso. Lo han hecho con Juan Carlos y también mantienen en cuarentena a la infanta Cristina.
La única que se salvó de la ‘quema’ fue doña Sofía, con quien no rompieron, pero a la que sí relegaron a un puesto demasiado secundario para el gusto de la emérita. Y lo mismo pasa con Elena, que tampoco molesta, pero se la obvia; salvo en contadas ocasiones como las que pudimos ver hace solo una semana, cuando la mayor de los descendientes de los reyes eméritos tuvo un destacado protagonismo al amadrinar dos actos en la misma semana. Eso sí, no estaba Letizia, que se encontraba ausente por su último viaje de cooperación, y eran dos eventos muy de la cuerda de Elena, uno relacionado con niños (ella es licenciada en Magisterio) y, otro, con los toros. Al que tampoco habría ido Letizia aun estando en Madrid.
Cristina, sin título y sin saludo
En 2011, con Juan Carlos todavía como rey, se apartó a Cristina de todas las labores en las que pudiera actuar como representante de la Corona. Algo que se suele pasar por alto, y que se le atribuye únicamente a Felipe. Lo que sí decidió el actual monarca, en uno de sus primeros pasos al frente como nuevo responsable de Casa Real, fue quitarle el título de duquesa de Palma. "En ese momento se filtró que el rey había intentado que su hermana renunciara al ducado y su puesto en la sucesión de la corona voluntariamente, y, que, al no hacerlo, tuvo que darle esa bofetada oficial", escribe Eyre en su blog de la revista Lecturas.
La periodista sostiene que si Cristina se negó en todo momento a dar su brazo a torcer fue porque así se lo habían recomendado sus abogados. "Si esta hubiera accedido, habría sido admitir su culpabilidad en la causa abierta que la llevó a sentarse en el banquillo de los acusados".
El pasado 5 junio, en Madrid, no hubo saludo. Pero la actitud de Cristina, lejos de parecer rencorosa o herida, fue totalmente la contraria. Se mostró amable, habladora con todo el mundo y disfrutando del acto. No era la primera vez que su hermano, en una ocasión pública, la convertía en la asistente invisible. Parece acostumbrada a ello, pero, sobre todo, parece dispuesta a admitirlo en su nueva vida si desea regresar a España. Un pequeño precio a saldar, si tenemos en cuenta todo lo que ya ha tenido que pagar.