“La princesa Carolina ha dejado de comprar en la boutique infantil Dominique, en París, y ahora lo hace en Givenchy”. Las publicaciones de los años 70 incidían en que la hija mayor de los príncipes de Mónaco cada vez estaba más lejos de ser una niñita cándida y mucho más cerca de convertirse en una llamativa mujer. Con cada uno de estos titulares, a Rainiero le recorría un sudor frío por la espalda...
Ante los ojos del Príncipe de Mónaco su primogénita era una adorable colegiala, aunque Carolina manejaba un concepto de sí misma muy diferente. Si por su padre hubiera sido, este la habría metido en una urna de oro, protegiéndola de todo mal. Pero esto era imposible, especialmente cuando la adolescente bramaba por tener independencia y libertad.
La mujer en la que se ha convertido Carolina, nada tiene que ver con la sombra de rebeldía de su pasado. Ante nosotros, una princesa marcada por la tragedia, el dolor y un fortísimo arraigo con su compromiso para con el principado. Pero, hasta llegar a ser esta persona, la hija de Grace Kelly gritó, pataleó y llevó las minifaldas más cortas. Este fue el pasado problemático de una de las damas más protocolarias de la realeza.
“Trae de cabeza a los sufridores de sus padres”
Este titular era publicado en la revista Lecturas en el año 1971, donde se escandalizaban por los comportamientos, cada vez más rebeldes, de la hija de la estrella de cine y del príncipe.
“Pese a tener 14 años recién cumplidos, aparenta ya tener 18”, destacaban, asegurando que la joven ya se maquillaba, algo muy poco usual en la época para una chica de esa edad. Además, la publicación sostenía que Carolina estaba deseando pedir permiso a sus padres para ir a bailar.
La prensa de la época la tachaba de “adolescente problemática” por su “humor temperamental” y porque esta se mostraba “muy libre” con respecto al trato con sus padres. No era extraño que Rainiero intercediera entre su hija y su mujer, puesto que la princesa también poseía un fuerte carácter, hasta el punto de ser tachada de “intratable” con algunos temas referentes a la educación y al protocolo.
El gran miedo de Rainiero y Grace Kelly con su hija Carolina
Uno de los grandes miedos de los príncipes de Mónaco era que Carolina, debido a sus inquietudes artísticas, siguiera los pasos maternos y se convirtiera en una imprescindible del mundo de la farándula. Y lo hizo… pero a su manera.
Grace Kelly había conquistado a la cámara y a la gran pantalla, pero no deseaba que su hija la tomara como inspiración. Carolina era aficionada a practicar danza y ballet, lo que para la exactriz significaba un peligroso acercamiento a un universo del que ella había salido más que escarmentada.
En palacio respiraron aliviados cuando la adolescente, al cumplir los 18 años, anunció que no deseaba convertirse en actriz ni nada parecido: solo pedía una cosa, irse a estudiar a París.
Carolina tomó sus propias decisiones y nunca quiso replicar el ejemplo de su madre. Era demasiado independiente para ello y estaba convencida de que, si quería ser auténticamente libre, debía desligarse de todo lo que representara el influjo materno y paterno. Por eso eligió formarse en La Sorbona, la universidad más prestigiosa de la capital francesa.
Eligió la carrera de Psicología, lo que llenó de orgullo a sus padres, quienes, sin ser muy conscientes de la situación, veían a la joven como alguien responsable y centrado, cuando ella, en realidad, solo deseaba volar lejos, muy lejos.
El gran escándalo de Carolina
Y mientras estaba emprendiendo este vuelo en solitario, Carolina reparó en una fiesta increíble que tuvo lugar en Nueva York, una de las ciudades más vivas a finales de la década de los 70.
“Carolina, este es Philippe. Philippe, te presento a la princesa Carolina”. Un saludo que lo cambió todo. Ella acababa de cumplir la mayoría de edad y Junot ya tenía 35 años. Ella tomaba apuntes en la universidad y él se dedicaba a comprar inmuebles y a especular con ellos. Ella era la niña rebelde de Mónaco y él, un playboy con malísima reputación.
Todo el mundo se lo advirtió. ¿Los primeros? Sus padres. Pero Carolina no hacía caso a nadie. Se había enamorado de la manera más completa y absoluta de este hombre que le duplicaba la edad. Juntos empezaron a dejarse ver por discotecas, eventos y presentaciones. La princesa estaba más cerca que nunca de ser una celebridad, aquello que horrorizaba a sus progenitores. Él le pidió matrimonio y la jovencita, entusiasmada, gritó su ‘sí, quiero’.
Convencer a Rainiero no fue fácil. Él no quería ver cómo sus hijos dejaban de ser sus pequeños, y se horrorizaba cada vez que alguien le mencionaba la idea de matrimonio para cualquiera de sus dos hijas. El disgusto fue mayúsculo cuando la propuesta pasó del campo de las ideas al material. Carolina le advirtió, habría boda tanto con su consentimiento como sin él, por lo que a este no le quedó otra que dar el visto bueno.
La pena atormentaba a los padres viendo cómo la joven novia, de solo 21 años, se dirigía al altar con su vestido de Christian Dior. El pelo lo llevaba cubierto de flores, lo que dulcificaba aún más sus facciones y la hacía parecer todavía más niña. Fue una boda multitudinaria que duró 3 días y a la que estuvieron invitados desde ‘royals’ a miembros de la realeza de Hollywood como Frank Sinatra o Ava Gardner. Todos vieron cómo Grace Kelly no podía contener el llanto, y, en determinados momentos de la ceremonia, era incapaz de mirar lo que estaba ocurriendo.
“No puedo negarlo, mis padres esperaban que mi marido fuera un príncipe de sangre azul”, aseguraba Carolina, que era muy consciente del escándalo que suponía su decisión. Ella lo achacaba a que Philippe era plebeyo, pero lo que sus padres rechazaban era la diferencia de edad entre ambos y que él se ganara a la vida a través de la especulación inmobiliaria.
Carolina, arrepentida
Tras la boda, la pareja se alejó de Mónaco y continuó viviendo en París. Ella deseaba seguir con sus estudios y él tenía mucho trabajo en la ciudad. Lamentablemente para Carolina, la burbuja de felicidad estalló cuando empezó a descubrir que su marido no estaba siendo todo lo fiel que había prometido en sus votos matrimoniales.
Entonces, la princesa se sintió humillada y traicionada; y, a los 2 años de pronunciar el ‘sí, quiero’ se publicó que la relación estaba rota. “Caprice, s’est fini”, tituló la prensa francesa, haciendo un guiño a la conocida balada. El capricho había llegado a su fin y Carolina regresaba a casa con las orejas gachas.
Sus padres se lo habían advertido. De hecho, solían tachar la boda de insolencia de juventud, de un antojo efímero que, tarde o temprano, acabaría llegando a su fin. No se alegraron por el dolor de su hija, pero sí de que Junot se alejara de todo su clan. Ellos pensaron que él sería el motivo de sus desgracias. Lo que los Grimaldi no imaginaban es que la tragedia les golpearía de otras y crueles maneras, pero esa es otra historia.