CuandoJuan de Borbón y Battemberg tuvo contacto con el mar, supo que ese era su lugar. La bisnieta del rey sin corona aún tiene que averiguarlo. Desde el 29 de agosto, Leonor es una orgullosa estudiante de una de escuelas navales más importantes del país. Hasta Marín, provincia de Pontevedra, llegó la Princesa de Asturias con el fin de formar su espíritu náutico y, si los genes marinos son una realidad, esta contaría con ventaja.
Con el padre de su abuelo como inspiración y teniendo muy claro su deber para con la Corona; Leonor se embarca en una nueva aventura que le conducirá, a lo largo de 4 meses a saber todo sobre cómo manejarse en alta mar, aunque la verdadera prueba de fuego llegará a partir del año que viene.
En enero, la hija de los Reyes se embarcará en el Juan Sebastián Elcano. El navío es toda una institución marítima, puesto que en él han aprendido miles de jóvenes que han formado o forman parte de la Armada. Se trata de una embarcación de gran tamaño en la que los guardiamarinas pueden poner en práctica todo lo aprendido a lo largo de los tres años de instrucción.
Leonor se incorpora a su nueva escuela con gran ilusión
De sus clases en Zaragoza guarda un estupendo recuerdo. De hecho, tras esos meses en la academia militar, afirmó sentirse “una aragonesa más”, cuando recibió la Medalla de Aragón. “Les confieso que cuando llegué a Zaragoza el pasado 17 de agosto venía con muchas expectativas, en parte por todo lo que me había contado mi padre, aunque también sabía que algunas etapas no serían fáciles. Aterricé en la Academia General Militar con ilusión y muchas ganas de aprender y conocer tanto a mis compañeras y compañeros de promoción, como de las otras promociones con las que he compartido este año. Les puedo decir que lo que he vivido aquí supera con creces lo que pensaba hace diez meses”, dijo a escasos días de recibir su despacho de alférez. Ahora parte con las mismas expectativas y, si hubiera conocido a su bisabuelo, quizás estas serían aún mayores.
Si Leonor se está formando en Pontevedra, Juan de Borbón lo hizo en la Academia Naval de San Fernando, en Cádiz. El hijo de Alfonso XIII llevaba años prendado del mar. Sus veranos en Santander habían obrado este platónico idilio. De la princesa poco sabemos. Si este le gusta o le resulta indiferente el refugio de los peces. Sus padres la han blindado de tal modo que no conocemos de nada a la mujer que, el día de mañana, se encargará de reinar en España. Pero, de haber seguido el ejemplo de su bisabuelo; la jovencita podría haber sucumbido a los encantos de Mediterráneo a través de las escapadas vacacionales a Mallorca. Lo que sí es cierto es que ahora tiene la oportunidad de quedar prendada por el océano y la vida que se construye a su alrededor.
El gran sueño de don Juan Borbón, el que rey que no estaba llamado a serlo
Cuando don Juan entró como estudiante en Cádiz tenía la misma edad que su bisnieta. Solo llevaba un año en San Fernando cuando la proclamación de la I República le obligó a marcharse de España. Aquello le destrozó. El entonces infante quería dedicar toda su vida a ir de barco en barco, consagrándose como un experimentado marino. Y como el chico no parecía dispuesto a renunciar a su sueño, su padre convino que lo mejor para él era que este continuara con su formación, pero en la Escuela Naval de Darmouth, un movimiento que este pudo realizar gracias a su tío, el rey Jorge V de Inglaterra.
Don Juan, a diferencia de Leonor, no se embarcó en el Juan Sebastián Elcano. Lo hizo en el Enterprise, donde puso a prueba que aquello que deseaba no era un simple capricho de niño rico. Mientras surcaba aguas internacionales a bordo del crucero, se enteró de que él se convertía en el nuevo heredero de la Corona española. Es decir, pasaba de ser un simple infante, puesto que era el tercero de los hijos varones, a Príncipe de Asturias. El matrimonio de su hermano Alfonso con una plebeya le expulsó de la sucesión dinástica y Jaime, el segundo, era sordo de nacimiento y con esta condición tampoco podía reinar. Las hijas de Alfonso XIII, debido a la ley Sálica, quedaban excluidas de esta posibilidad de acceder al Trono. Por lo tanto, solo quedaba él.
A bordo de la Royal Navy, navegó por el Oceánico, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico. Navegó en el Iron Duke y en el Winchester. De esta época proceden los exóticos tatuajes de los que siempre presumió en sus dos antebrazos, unos dragones de inspiración asiática, ‘souvenir’ tradicional de los marinos que llegaban hasta los mares orientales.
Tras ser nombrado teniente de navío honorario por el rey Jorge V, su carrera marítima llegó a su puerto final. Si la continuaba, debía renunciar a la nacionalidad española y adoptar la británica y eso, dado sus circunstancias dinásticas, era imposible.
La sangre marina del resto de los Borbones
Ahí acabó su carrera marítima, pero su romance con el mar perduró hasta el final de sus días. A pesar de no poder ser marino de profesión, orientó sus intereses a los deportes acuáticos. Él le enseñó a su hijo Juan Carlos deportes como la vela, que acabaría convirtiéndose en una de sus actividades de recreo favoritas.
La afición por el mar corre por las venas de los Borbones. Juan Carlos I, a sus 86 años, sigue participando en regatas y no teme al cansancio de viajar desde Abu Dabi a España con tal de participar en las competiciones de vela. Y, lo mismo que su padre le inoculó la pasión por los barcos, él lo hizo con sus hijos.
Crecimos con las imágenes de la Familia Real ondeando sus manos desde puerto de Mallorca. No solo eran regatas, era mucho más. Durante años, todos salían a navegar en El Fortuna, una lujosísima embarcación de la que acabaron deshaciéndose. Quizás habían cambiado los veranos, quizás lo hizo la propia monarquía; y la sola perspectiva de unos reyes austeros como Felipe y Letizia se contradecía con la imagen de ellos ondeando sus manos mientras partían a una jornada de privacidad en alta mar.
Está por ver si Leonor ha heredado ese gusto por el agua salada de su lado paterno, o si, por el contrario, ha salido a su madre, que siempre detestó montarse en el dichoso Fortuna.