Una vez la cena de gala llegó a su fin, Letizia se quitó con sumo cuidado los pendientes de brillantes, el broche con forma de lazo y la tiara de flores. Realizó todo este ritual en silencio, con prudencia y movimientos pausados. Gestos conscientes y recordando cada paso que daba. Una vez despojada de brillos, tocó guardar este tesoro de varios cientos de miles de euros. Ponerlo a salvo. Pero, ¿dónde?
Conviene entender que Letizia posee una doble colección de joyas. Por un lado, tiene su joyero personal, ese en el que abundan las piezas de uso rutinario, como el anillo que usa en su dedo índice de la firma Coreterno y que usa de manera religiosa día sí y día también.
El joyero de diario de Letizia
En este primer nivel de su joyero, el más privado, Letizia guarda piezas especiales, no necesariamente caras, pero sí aquellas a las que tiene un enorme cariño. Abundan los regalos, normalmente de Felipe, como el anillo con forma de círculo que este le compró a la joyera Karen Hallam especialmente para ella. En esta sección, también hallamos joyas de piedras preciosas, eso sí, elegantes, minimalistas y discretas; muy diferentes a las que a la infanta Elena le gusta coleccionar.
Sabemos que Letizia, por su trabajo y por su cargo, necesita de mucho espacio para almacenar todos los enseres que le garantizan un look perfecto, y esto incluye sus accesorios y sus joyitas. Actualmente, en el Pabellón del Príncpe, la Reina dispone de tres habitaciones donde guarda todo su vestuario y complementos. Junto a su estilista Eva Fernandez, esta ha desarrollado una técnica para tenerlo todo organizado por ocasiones y preferencias, una máxima que también debe acompañar a las piezas de joyería.
En estos vestidores, donde vestidos más accesibles conviven con otros de firmas de lujo, también se halla su joyero del día, donde las piezas estarán separadas y guardadas para tener un acceso rápido y seguro a las mismas.
En cambio, ¿dónde están las otras? ¿Dónde reposan las coronas, los collares de perlas XL y los llamativos broches? Para dar con esas piezas de tradición brillante conviene mirar en otro sitio…
Unas joyas especificadas en el testamento de Victoria Eugenia
“Dado en Lausanne, a 29 de junio de 1963. Yo, doña Victoria Eugenia de Battenberg y Windsor, Reina que fui de España por mi matrimonio con el Rey Alfonso XIII, de cuyo enlace subsistieron al presente cuatro hijos, llamados Don Jaime, Don Juan, Doña Beatriz y Doña Cristina, por el presente testamento ológrafo ordeno mi última voluntad”. Así arrancan las últimas voluntades de la bisabuela de Felipe VI, la mujer cuya colección de joyas fue la envidia de toda Europa.
A ‘Ena’, como era familiarmente conocida, le encantaban los brillantes y las piedras preciosas. Y, sabiendo esto, su suegro le entregó una buena cantidad de piezas de valor incalculable cuando se convirtió en la mujer de su hijo. El matrimonio vivió una relación de lo más infeliz. Él le echaba en cara que no le hubiera dicho que podía transmitir la hemofilia a sus hijos (como acabó haciendo) y que esta podía costarles la vida. Alfonso XIII no podía evitar mirar a su mujer con rencor por haber engendrado hijos enfermos, responsabilizándola de todas sus desgracias. Por su parte, ella tuvo que soportar multitud de infidelidades de su marido, que maldecía en silencio.
Cuando se produjo el exilio de los dos reyes, tras la proclamación de la Primera República, cada uno fue a vivir a un país diferente. No se soportaban. Victoria Eugenia se instaló en Suiza, mientras que su marido escogió Italia. Cuando este falleció, se negó a ser visitado por su mujer. Su relación hacía muchos años que ya estaba rota.
A la hora de hacer testamento, Ena quiso dejar gran parte de su tesoro a la siguiente reina, convencida de que, el día de mañana, la monarquía volvería a España. Para entonces, su nieto Juan Carlos era príncipe de Asturias y Franco le había prometido ser el próximo jefe de Estado, tras su muerte.
En su testamento, la reina Victoria Eugenia enumeró sus joyas de esta pormenorizada manera: “Las alhajas que recibí en usufructo del Rey Don Alfonso XIII y de la misma Infanta Isabel, que son, una diadema de brillantes con tres flores de lis, el collar de chatones más grande, el collar con treinta y siete perlas grandes, un broche de brillantes del cual cuelga una perla en forma de pera llamada ‘La Peregrina’, un par de pendientes con un brillante grueso y brillantes alrededor, dos pulseras iguales de brillantes, cuatro hilos de perlas grandes, un broche con una perla grande gris pálido rodeada de brillantes y del cual cuelga una perla en forma de pera, todas ellas, desearía, si es posible, se adjudicase a mi hijo Don Juan, rogando a este que las transmita a mi nieto Don Juan Carlos. El resto de mis alhajas, que se repartan entre mis dos hijas”. Estaba claro, las joyas debían ser para la futura reina de España, en este caso, Sofía de Grecia.
Antes de que estas llegaran a ella en 1975, con la muerte de Franco, su suegra, María de las Mercedes de Borbón y Orleans, la mujer de don Juan, bautizó el conjunto joyero con el nombre que le acompañaría de por vida, “las joyas de pasar”, puesto que debían ser heredadas de una reina a otra.
Uno podría creer que estas piezas forman parte de Patrimonio Real, pero nada más lejos. Son una herencia privada que atiende a la especificación marcada por su primera propietaria. Una tradición que, sesenta años más tarde, aún se mantiene y se respeta.
¿Dónde se guardan “las joyas de pasar”?
Puesto que no pertenecen a Patrimonio, estas no descansan en el Palacio Real, donde sí lo hacen las auténticas joyas de la monarquía española, la corona de Carlos III, el cetro y el toisón de oro. Estas se hallan en la antigua Cámara de la Reina Cristina, una cámara acorazada donde, desde 2018, son exhibidas. Hasta entonces, estaban protegidas de miradas de curiosos, al contrario de sus homólogas de la Corona británica.
La última vez que las joyas de la corona abandonaron su fortificado habitáculo, fue hace 10 años, el 19 de junio de 2014 cuando Felipe VI fue proclamado rey de España. Ese mismo día, Letizia se convirtió en reina consorte. Y, por tanto, tenía permiso para acceder a “las joyas de pasar”.
Si no están en el Palacio Real, estas deben localizarse en Zarzuela, en las dependencias privadas del palacio. La periodista Nuria Tiburcio, en conversación con Ansorena, una de las joyerías de mayor tradición e íntimamente ligada a la colección de los Borbones, le aseguraron que “no conviene dar pistas a los ladrones. El lugar es supersecreto”, por lo que su ubicación exacta es desconocida.
Elena G. Ansorena, la directora de la joyería, dio una pista sobre el habitáculo que las guarda, “debe tratarse de un espacio con una temperatura adecuada”, ya que una temperatura extrema, o muy fría o demasiado caliente, podría dañarlas. Además, asegura que estas no requieren demasiado tratamiento, tan solo ser debidamente guardadas y atesoradas en sus respectivos estuches. La única excepción de cuidado se realiza con las perlas, y de esas, en las “joyas de pasar” hay abundantes. “Con el roce del uso, el hilo en el que se enfilan las perlas se desgasta, necesitan volverse a enfilar y en ese momento se aprovecha para limpiar perla a perla con un paño específico. La perla es una materia viva, el contacto con la piel es bueno, el oriente de la perla, su brillo, se favorece con el contacto”, aseguró a Vanitatis.
Son joyas de alto valor económico pero, además, histórico. Piezas que cuentan la historia de España con cada uno de sus destellos y que están destinadas a adornar, el día de mañana, a Leonor; su próxima propietaria. Ella, a buen seguro, ya conoce en qué misterioso lugar de Zarzuela reposan pacientes a la espera de su próxima dueña.