En 88 años de vida lo fue todo. Al menos, en términos nobiliarios, porque pocos títulos le quedaban por ostentar a Cayetana Fitz-James Stuart cuando falleció... Y si es que le quedaba alguno. Duquesa por varias veces, casi un total de veinte marquesados, condesa a otros tantos efectos. Y vizcondesa, y condestablesa, y conde-duquesa. Y medalla de oro de Madrid y de Bellas Artes, alcaldesa honoraria de Liria e hija predilecta de Andalucía y de Sevilla. Y catorce veces grande de España, que no es poca cosa. Todo lo que pueda uno imaginar si no conoce en demasía el universo de las condecoraciones, pero es que también si lo conoce.
Es por todo lo anterior -y por lo que se le añade y no sería más que relleno insulso en estas líneas- que no sería precipitado decir que con ella, el 20 de noviembre de 2014, murió un mito. Por su popularidad en el terreno mediático. Por aquello de haber sido la tercera mujer en ostentar el título ducal de los Alba, el más destacado en su figura, por derecho propio. Y también porque el archiconocido 'Libro Guinness de los récords' la reconoció en 1998 como la noble con más títulos nobiliarios en todo el mundo. Un logro digno de reverencia... ¿O no?
Como siempre en estos casos, basta con echar la vista atrás y hacer un rápido viaje al pasado para dar con la respuesta más clara. Para limpiar de patrañas las leyendas urbanas, que las hay, sobre si prima más la cantidad o la calidad. Y es que como en todo, en materia de títulos los hay de más y de menos importancia. ¿Acaso es más una duquesa con decenas de títulos que un Rey, por ejemplo? Saberlo es tan sencillo como aferrarse al eje cronológico, desplazarse con él hasta finales de la década de los 80 y asistir a un reencuentro histórico: el de Cayetana con la reina Isabel II.
Isabel o cayetana, ¿quién rindió pleitesía?
18 de octubre de 1998. El Palacio de El Pardo se vistió de gala para uno de esos banquetes oficiales que tanto interés despiertan. El escenario propicio para la pompa, el artificio, las joyas más brillantes -y pesantes- y, por supuesto, para reunir a los miembros de la más altísima sociedad. Por la época, Cayetana ya era una indispensable de esos entornos. A fin de cuentas, el papel de jefa de la casa de Alba lo había asumido en 1953. Por eso mismo no faltó en su mensajería la invitación de la mismísima Isabel II, que formalmente la convidó a estar presente en la cena que ofrecería en devolución a la de la jornada previa en el palacio Real en honor a Juan Carlos I y doña Sofía.
Una oportunidad de oro para ver cómo se desenvolvía la duquesa en este ambiente que en ningún caso la atemorizaba ni sorprendía. Ella sabía muy bien lo que tenía que hacer, a diferencia de aquellos curiosos que se preguntaban si ostentar tantísimos títulos la ponía en algún rango superior.
De algún modo, se llegó a poner sobre la mesa la posibilidad de que, ante semejante encuentro, debiera ser la madre de Carlos III quien se doblegase ante Cayetana. He ahí el otro de los mitos que, por suerte, quedó roto mucho antes de fallecer. Porque como tantas veces había hecho ante los Reyes eméritos -e incluso tuvo ocasión de hacer ante Felipe VI y Letizia-, fue la jefa de los Alba quien hizo la reverencia esperada.
Lo hizo por protocolo y porque en ningún caso está estipulado que los números marquen un viraje de las dinámicas. Simplemente, Isabel II era reina -del Reino Unido y todos los reinos de la Mancomunidad, además- y ella no, así que a Cayetana le correspondía la genuflexión como al resto de asistentes. Prueba de ello quedó en las -pocas- imágenes disponibles de aquella reunión y en 'El saludo de la duquesa de Alba', una crónica de 'EL PAÍS' que firmaban Fernando Jauregui y Ricardo Martínez de Rituerto el día inmediatamente posterior.
La contundente reacción de la duquesa a la rumorología
Y precisamente sirvió esa crónica para conocer el parecer de la que fuera esposa de Alfonso Díez sobre este asunto tan particular. "Lo cierto es que, a pesar de los títulos que poseía, la Duquesa de Alba no tenía un lugar especial en la línea de protocolo", refirió 'Verne' en el 2014, citando a Gerardo Cortes, presidente de la Escuela Internacional de protocolo y director del área de Protocolo de la Universidad Europea. Una forma de recalcar que "era la número uno del mundo, debido a la cantidad de grandezas de Espana" que tenía, pero sin olvidar que en el real decreto de 1983 que estipulaba el orden de autoridades "no aparece la duquesa de Alba".
Algo que, evidentemente, la propia Cayetana no podía tener más claro, y así se constató en el texto de Jauregui y Martínez de Rituerto, partiendo de que fue ella quien "presentó sus respetos a su vieja amiga". Amiga, porque se conocían bien, y no dudaron en hablar "de sus tiempos de infanta en Londres, cuando el padre de Cayetana era embajador en la corte de Saint James". Y respetos, porque reverenció "en contra de la suposición popular de que los títulos que acumula la anteponían a la reina de Inglaterra en una hipotética jerarquía de honores".
"Eso es literatura", dijo la propia Cayetana acerca de tan equívoca rumorología. Serena, mientras esperaba a la soberana en el madrileño Museo del Prado. Omitiendo cualquier falsa idea, porque los roles estaban definidos.