Traspasar unos muros tan sólidos como los de la Corona nunca fue tarea fácil. Letizia afrontó el reto de convertirse en Princesa de Asturias con una entereza reseñable, sin rechistar al adaptarse a tantísimas tradiciones que le resultaban ajenas. Esas mismas tradiciones que desde hace más de dos décadas son parte de su día a día, con la necesaria reinvención y el gran paso que supuso para Felipe VI ascender al trono. Diez años han pasado desde que el único hijo varón de Juan Carlos I y doña Sofía tomó el rol de soberano. De su mano su esposa, que pasó a ser Reina consorte. Con lo negativo, pero también con todo lo positivo que implica la pompa real. Basta con revisar su joyero.
Porque sí, aunque la propia Letizia ha ido confeccionando su propia colección de alhajas durante sus 51 años en vida, formar parte de la Casa Real le ha ampliado considerablemente su abanico de posibilidades. Más todavía desde que su marido se convirtió en jefe de Estado, pues por fin pudo acceder al codiciado 'joyero de pasar'. Ese cofre del tesoro que lleva tan particular nombre porque incluye todas esas reliquias que pasan de generación en generación dentro de la dinastía de los Borbones. Es por eso que ahora es ella la usufructuaria, aunque antes de su aterrizaje en Zarzuela fueron incontables las predecesoras que las vistieron. El caso es que entre todos esos brazaletes, colgantes y zarcillos, el tiempo ha demostrado que la Reina tiene una gran favorita. Una carísima -e incluso legendaria- diadema. La imponente tiara Flor de Lis.
De valor incalculable y prohibida para Leonor
El mismo brillo de la pieza respira la historia de una estirpe. También la disposición de los elementos, entre los que no falta detalle. Nada más y nada menos que 450 diamantes y diez perlas, montadas sobre una estructura de platino que da lugar a las grandes protagonistas de la joya: tres flores de lis. En heráldica, figuras que se sirven como la representación de la flor del lirio, además de corresponder a las armas de la Casa de Borbón, y que en este caso quedan ornamentadas con otras formas vegetales a su alrededor. Sin duda, la descripción anticipa un valor incalculable, aunque en más de una ocasión se haya referido a un coste aproximado de 50.000 euros. De todos modos, su precio seguiría siendo incalculable, pues podría hasta triplicarse en el hipotético caso de salir a subasta dada su importancia a escala nacional.
No es de extrañar que sea tan relevante, puesto que ni siquiera se trata de una joya de Estado. En este caso, y desde que se encargó su creación, es una propiedad privada de la familia real. Y no una propiedad cualquiera. Tan relevante ha sido siempre que no podía faltar en la lista de objetos que los miembros del clan se llevaron en 1931 al exilio. El caso es que su origen remite a un momento aún más anterior en el eje cronológico. Concretamente, fue en mayo del año 1906 cuando la reina Victoria Eugenia de Battenberg la recibió de mano de su esposo Alfonso XIII como regalo de bodas. El monarca pidió a la joyería madrileña Ansorena esa primera elaboración, que en el año 1910 se vio modificada con nuevos elementos -como diamantes de Cartier- y unas charnelas para agrandar su base.
Y durante más de seis décadas la utilizó, hasta el año 1967, que la lució por última vez para la cena de gala previa a la boda de la infanta Pilar, su nieta. Sería entonces cuando se hizo efectivo el ejercicio de 'pasar' y comenzaría a pertenecer a María de las Mercedes de Borbón, esposa del infante Juan. En sus años como propietaria, la madre de Juan Carlos I apostó por vestirla en ocasiones puntuales, la guardó con mimo hasta que su hijo fue investido Rey. Desde ese momento, la encargada sacarla a luz en los momentos más señalados sería Sofía de Grecia. Visitas al extranjero, además de fechas inolvidables en la historia de la monarquía, como el 9 de junio de 2024, cuando se hizo efectivo el traspaso de poderes del emérito a su hijo Felipe.
Desde entonces la tiene Letizia, aunque como le sucedió a sus predecesoras, llegará un momento en el que convenga desprenderse de ella. Ese instante de despojarse de todo lo que implica ocupar el primer escalafón de la Corona y Leonor comience a reinar. Algo que, por ahora -y aunque la heredera ya se está preparando a conciencia para su futuro papel-, se prevé lejano. Así pues, sigue siendo un imposible ver a la Princesa de Asturias en la actualidad decorando sus atuendos con este accesorio que tanto gusta a su madre. Prohibida hasta que le llegue el momento.
Fundamental para Letizia en los momentos más destacados
Una década como Reina consorte ha servido para ver que, de entre todas las que posee, esta es la tiara favorita de Letizia. No obstante, hubo que esperar tres años desde el inicio del reinado de Felipe para verla sobre su cabeza. Fue en febrero de 2017, para la recepción de los invitados a palacio en el marco de la visita a España del entonces presidente argentino Mauricio Macri. La primera de otras tantísimas veces, y también una cierta excepción si se analiza la dinámica posterior, puesto ella también ha apostado por seguir la 'tradición' de su suegra.
Esa que prefería llevarla en cenas y banquetes de gala cuando los Reyes se desplazaban al extranjero. Letizia también ha preferido engalanarse con este preciado bien de la familia cuando la agenda implica un viaje fuera de sus fronteras. Véase su última visita de Estado a Dinamarca, en noviembre de 2023, y cuando Margarita II todavía no había abdicado. Tan exquisita como de costumbre en la indumentaria, la Flor de Lis siempre le da un toque extra para deslumbrar. Para brillar, sin perder la elegancia. Es comprensible que haya quedado prendada.