1975, Nueva Delhi, la India; el refugio de la diminuta Federica de Hannover y de su particular hija pequeña, Irene. La reina y la princesa se han establecido en el país después de haber tenido que huir de Grecia tras el triunfo de los partidarios de la república. Madre e hija han encontrado la paz y el sosiego al lado de uno de los maestros hindúes, Mahadevin, y la reina Sofía, hecha un mar de lágrimas, busca lograr lo mismo con su inesperado viaje.
Sofía de Grecia llegó deshecha. Había cogido a sus tres hijos y se había marchado de España presa del disgusto. Pero, ¿qué podía haber ocurrido para que la reina tomara tan drástica decisión? Que le habían partido el corazón.
Días atrás, doña Sofía había descubierto, con absoluto estupor, que Juan Carlos, en las cacerías, hacía mucho más que disparar la escopeta. Esta era la ocasión perfecta para que el rey se viera con sus conquistas extramatrimoniales y la consorte lo descubrió de la manera más violenta: por sorpresa, cuando estaba de visita.
el motivo que propició el atropellado viaje a la india
La reina Sofía descubrió a su marido con una de sus amistades femeninas y fue como si a ella le dispararán en el corazón. Una cosa eran los rumores, y, otra muy distinta, era verlo con sus propios ojos. La consorte, que siempre ha sido muy emocional, pero, a la vez, tremendamente práctica, aquel día le pudo más la pulsión emocional que el cerebro.
La consorte arrambló con los tres hijos del matrimonio y compró cuatro pasajes a la India. Necesitaba pensar. Necesitaba tomar distancia, pero, sobre todo, necesitaba escuchar a su madre.
La relación de Sofía y su progenitora siempre fue muy estrecha. La reina Federica se jactaba de ser la mejor consejera para sus tres hijos. Opinaba de política, de gestión del país, de sus parejas y de sus familias. Para su primogénita, cada palabra que pronunciaba quién le había dado la vida iba a santa misa. Sentía que siempre era acertada y prudente.
Aunque no siempre los consejos de Federica fueron bien recibidos. De hecho, provocaron un clima de inestabilidad política. Uno de los motivos que impulsaron las revueltas griegas de 1967 fue el excesivo peso que parecían tener las opiniones la madre del joven rey Constantino, quien, inexperto, se dejaba llevar por todo lo que su progenitora le recomendaba. Tanto ella como su marido habían sido tachados de despilfarradores y contaban con algunos contrarios a la monarquía, que no dudaron en alzar sus voces en contra cuando, desde la sombra, Freddy, empezó a ejercer de consejera.
El consejo que le dio a Sofía su propia madre
Pero volvamos a Sofía y a su corazón hecho trizas. Su partida de España, pese a que fue tapada, resultó ser un verdadero escándalo. Su emotiva decisión le garantizó una llamada al orden por parte del presidente del gobierno, Adolfo Suárez. De ninguna manera podía abandonar España tan atropelladamente y, mucho menos, llevando consigo al heredero. Su acción había comprometido el bienestar tanto de ella como de sus hijos.
Le ganó la impulsividad y la emoción. Sofía, que vive en una lucha constante por no dejarse llevar por estas pulsiones, acabó sucumbiendo a los sentimientos. Pero la imagen de Juan Carlos con otra había sido demasiado hasta para ella, que había sido criada en el perdón constante al marido.
Cuando Federica tuvo delante a su hija, la abrazó y le secó las lágrimas. Y, una vez esta se hubo recompuesto, le soltó sin contemplaciones: “Le tienes que perdonar”. Para Freddy, como siempre la habían llamado en su familia, solo existía una opción posible: regresar a España y actuar como si la traición no hubiera tenido lugar.
“No lo abandones nunca, no dejes de ser reina… ¿Quieres ser como yo, una reina sin reino, una paria que tiene que vivir de la caridad de los demás, y que ha tenido que venir a la India porque nadie me aguanta?”, recogía Pilar Eyre en la revista Lecturas.
Sofía tragó saliva y entendió que no le quedaba otra. Si quería seguir siendo reina, debía consentir todos los comportamientos de su marido. Y así ha seguido siendo cuarenta años después.
"nadie me ha dado mejores consejos que mi madre"
Para la ex reina de los griegos era de suma importancia mantener el estatus. Desde pequeña había soñado con convertirse en alguien importante y que sus hijos también siguieran su estela. Especialmente sus hijas. Constantino, el heredero, tenía claro que acabaría coronado (aunque no contó con el exilio posterior) pero las niñas debían buscarse su camino. Al menos Sofía. Irene, al ser tan especial, podía quedarse a su lado, cuidándola en su vejez. Federica había establecido un plan redondo.
Para la esposa del rey Pablo de Grecia era fundamental que Sofía regresara a España y perdonara a Juan Carlos. Este movimiento obedecía a dos objetivos fundamentales: procurar la paz en su matrimonio y, además, congraciarse con todos los españoles. Si su hija se marchaba herida, para el pueblo español su reina habría sido solo una sombra. Debía quedarse en país y reinar. Hacía muy pocos meses que Franco había muerto y que los nuevos monarcas habían subido al trono, por lo que le tocaba picar piedra en el corazón de todo el país. Y eso solo se puede lograr siendo una consorte presente.
“Nadie me ha dado mejores consejos que mi madre”, le dijo doña Sofía a Pilar Urbano, por lo que debemos entender que aquellas palabras que Federica le soltó sin anestesia, tan duras como oportunas, se convirtieron a partir de entonces en su ‘modus vivendi’. “A una reina su marido nunca la engaña, y si la engaña nunca se entera. Tu sitio es Madrid y la Zarzuela”.
En el mismo libro para el que doña Sofía departió con Urbano, la griega le confesó. “Yo soy Reina, porque me he casado con el Rey. ¿Yo, Sofía, por mí sola? Por mí sola soy princesa de Grecia. Punto. Ahora bien, una vez que soy Reina, me moriré siendo Reina”. Su mantra. El único consuelo que le ofreció su madre y que, con el tiempo, ha acabado convirtiéndose en la certeza sobre la que ha cimientado toda su vida.