Al revisar el listado de mujeres en el primer escalafón de las Casas Reales europeas, es inevitable no fijarse en ella. Son ya más de dos décadas las que lleva la argentina Máxima Zorreguieta dentro de la institución en los Países Bajos. Primero como princesa, y ahora en calidad de Reina consorte por su matrimonio con Guillermo Alejandro de los Países Bajos. Una pareja loada y admirada en la que, sin lugar a dudas, la esposa del Rey cautiva cada día un poco más a los observadores de la Corona.
Y no es arbitrario que la nuera de la reina emérita Beatriz cause tanta sensación dentro y fuera de sus fronteras. Son muchos los factores que hacen que no pase inadvertida. Desde su carisma a su inmarchitable sonrisa, pasando por su perenne ejercicio de la cercanía. Esa cercanía que bebe de la honestidad con el pueblo, siempre dispuesta a entregarse e incluso hacer algo inconcebible en otras monarquías: hacer declaraciones sobre su vida privada.
Fue o en el marco de sus incontables compromisos oficiales que Máxima se ha sincerado como nunca antes tal y como lo plasman las páginas de la revista holandesa 'Vorsten'. En el medio de uno de esos viajes internacionales con los que cumple por su posición, esta vez hasta la ciudad de Nueva York. Travesía exprés hasta la gran manzana para, desde la tribuna de la ONU, hablar de su nombramiento como Defensora Especial del Secretario General para la Seguridad Financiera. De eso, pero también de otros asuntos mucho más personales.
La confesión sobre qué le 'rompe el corazón' de su papel
Es de recibo admitir que el cambio en sus funciones es reseñable, pues en los últimos quince años también ha ejercido como Defensora Especial, pero aplicando a la Financiación Inclusiva para el Desarrollo. Un rol que entronca directamente con su faceta laboral, ya que antes de aterrizar en la realeza se licenció en Economía y trabajó para importantes entidades bancarias de los Estados Unidos, América Latina o Bélgica. Sea como fuere, esa necesidad de viajar de un lado a otro resulta ser también una gran carga.
Un peso emocional que rompe su "corazón de madre", como ella misma lo llamó y ha recogido el citado medio en sus páginas. Y es que aunque sus tres hijas, las princesas Amalia, Alexia y Ariane, ya no son unas niñas pequeñas, Máxima reconoce que sigue sin llevar del todo bien el tenerse que separar de ellas cuando sus responsabilidades lo requieren. Así lo hizo saber públicamente en ese parlamento sobre sus nuevas funciones en las Naciones Unidas, en el que se tomó la libertad de incidir en las "decisiones difíciles cuando me tocaba irme de casa".
Esa parte que pocas reinas se atreven a tratar de una forma tan abierta, que es el desafío de la maternidad a la vez que se cumple con las labores de representación institucional con la presión mediática que ello implica. En ningún caso era esto lo más duro, pues si algo le dolía de verdad a la Máxima de hace algunos años era tener que dejar en casa "a mi marido", pero especialmente "a mis hijas, sobre todo cuando eran pequeñas".
Máxima pone en valor la figura de su marido
"Cada vez que tenía que viajar, tenía que dejarlas atrás", recordaba la madre de la heredera al trono neerlandés, con pesar, pero comprendiendo que todo forma parte de la vida que por amor a su marido eligió hace ya veintidós años. También, el vivo ejemplo de que aunque duela, la posibilidad de conciliar está ahí, y sobre el futuro de sus hijas cuando se enfrenten a la misma situación refirió que espera "que ellas hagan lo mismo".
Sin olvidar, claro está, cuan necesario ha sido para ella contar con el apoyo de su marido. El Rey, que evidentemente también tiene que lidiar con una ajustadísima agenda oficial mientras es -pero sobre todo ha sido- padre de una familia números. Una figura clave para Máxima, ya que tal y como ella misma quiso señalar, "no podría haber hecho nada sin él". Porque aunque ella se haya ganado a pulso el cariño de la ciudadanía, reconoce en Guillermo Alejandro una parte fundamental de ese incansable proceso por adaptarse una vida tan distinta y demandante.