Que en la familia real británica hay infinidad de protocolos no es ningún secreto. Reglas impepinables con las que los miembros de la estirpe están obligados a cumplir, les gusten más o menos. Es cuestión de tradición, de la herencia histórica, del folclore... O de preferencias meramente personales del pasado que ahora han quedado implantadas en su imaginario hasta el día de hoy. Y es que a pesar de que hay muchas normas para los 'royals', que por lo general remiten a formas de saludar e incluso a ritos casi de iniciación, también nos topamos con prohibiciones de lo más peculiares.
En este caso en particular, se trata de una veda que afecta al clan Windsor, aunque es de recibo admitir que los que más la han sufrido siempre han sido los más pequeños. Niños 'royal', como lo son ahora los príncipes George, Charlotte y Louis, los tres hijos nacidos del matrimonio entre el príncipe Guillermo y Kate Middleton. Quién les hubiera dicho que, más allá de su posición dentro de la institución, habría otra gran diferencia que los separa del resto de niños de a pie. Todo porque hay un juego al que ellos no pueden jugar. O al menos, así se extrae de una de las restricciones más 'excéntricas' que su bisabuela Isabel II impuso tiempo atrás.
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La reina decidió prohibir un juego de mesa
Lo cierto es que con el paso de los años todo se ha vuelto mucho más laxo, pues la monarquía también se adapta a los tiempos. Prueba de ello ha quedado en cuestiones como que la propia princesa de Gales no está dispuesta a pasar por el aro en lo que a algunos de los protocolos más arcaicos se refiere. Menos todavías si estas puede generar algún tipo de malestar en sus vástagos. No obstante, lo que al juego atañe es más bien una curiosidad que nos invita a viajar al pasado. Concretamente, a los días en los quelos hijos de Isabel eran unos críos.
Porque aunque Carlos III haya cumplido ya los 76 años de edad, hubo un día en el que fue un niño pequeño. Y como cualquier niño pequeño, por 'royal' que fuese, también disfrutaba jugando con sus hermanos. Con la princesa Ana, Eduardo de Edimburgo o Andrés de York. Fue este último, el tercero de los niños nacidos del matrimonio de la desaparecida monarca con Felipe de Edimburgo, quien señaló directamente cuál es el juego al que su madre dijo 'basta'. Todo sucedió cuando, durante una visita a la Leeds Building Society en Albion Stree allá por el 2008, recibió como obsequio un ejemplar del Monopoly.
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Sí, el juego de mesa que consiste en el intercambio y compraventa de bienes inmuebles y se inspira en el mundo real. Un regalo que cualquiera hubiera recibido de buena gana, pero que el hermano del actual soberano rechazó con cortesía. ¿El motivo? Según recogió el 'Daily Telegraph', el propio Andrés especificó que "no se nos permite jugar Monopoly en casa" porque se vuelve "demasiado vicioso".
Una información corroborada por 'The Royal Family Channel', el canal oficial de la institución en YouTube, pues un vídeo publicado en este apunta a que "a la Familia Real le encanta un buen juego, pero el Monopoly está descartado". En esa misma línea, un artículo publicado recientemente en el alemán 'Bunte' aludía a que, más allá de lo vicioso del asunto, la cosa "fue demasiado lejos" y "en el pasado, los juegos terminaban en arrebatos de ira y discusiones". Suficiente para que la siempre implacable Isabel decidiera poner punto y final a esta práctica en el seno de la Familia Real.
Del Monopoly al ajo y Otras prohibiciones llamativas
Evidentemente, no es esta la única prohibición impuesta por Isabel II que llama la atención si se revisa el histórico. A fin de cuentas, fueron más de setenta años los que estuvo la monarca en el primer escalafón del poder. Es por eso que no le faltó tiempo para ajustar su estilo de vida a su antojo, llegando incluso a 'vetar' algunos alimentos en palacio porque no acababan de ser de su agrado.
No son pocas las veces que la crónica real ha referido a que el ajo habría estado prohibido en el menú de la realeza británica para los banquetes porque a la Reina no le terminaba de gustar su intenso sabor. Lo mismo con el picante, así como tampoco había cabida para el marisco con el fin de evitar una posible intoxicación alimentaria entre los comensales.