La reina Sofía empieza a acumular despedidas y, eso, merma el ánimo de cualquiera. La madre de Felipe VI atraviesa una durísima racha en la que ha tenido que decir adiós a dos sobrinos, un buen amigo y, ahora, a una de sus incondicionales: la mujer que, antaño, guardó todos sus secretos, Marisa Satrústegui.
La asesora llegó a Zarzuela en los años 70, concretamente en 1977, tan solo dos años después de que los nuevos monarcas subieran al trono. Su papel estaba claro, ayudar en todo lo posible a la consorte. Ser su sombra, su bastón de apoyo y su brazo en el que descansar. Además, se le presuponía una extrema discreción, pues iba a ser tesorera de los grandes secretos de la familia real. "En mi trabajo es esencia resultar invisible", llegó a decir en una ocasión, la única que se dejó entrevistar.
Aquello no iba a ser misión fácil. Todas las miradas estaban puestas en los jóvenes nuevos reyes, que deseaban con todas sus fuerzas estar a la altura de lo que la situación requería. Por tanto, las tensiones estaban a flor de piel. Juan Carlos y Sofía necesitaban una figura en la que confiar ciegamente y saber que nada de lo que contaran sería ni revelado ni juzgado. Por tanto, la persona que ocupara este cargo debía ganarse esa confianza plena, que le hiciera merecedora de todas las confidencias que corrían por Zarzuela.
La historia de superación que escondía la asesora de doña Sofía
Doña Sofía halló a esa persona fiel en Marisa, una joven de origen navarro con la que conectó de inmediato. Sabemos que el carácter de la entonces consorte siempre ha sido de lo más retraído y poco dado a compartir cómo se siente. La han tachado de fría en numerosas ocasiones, cuando, simplemente, la reina es una mujer extremadamente introvertida a quien le cuesta abrirse con los demás. Que encajara con Satrústegui fue un auténtico milagro.
Siempre se ha dicho que doña Sofía es poco dada a las amistades. El círculo más íntimo de la reina es extremadamente cerrado y en él se encuentran sus hermanos, Irene y el fallecido Constantino, y amigas de toda la vida como Tatiana Radziwill. Llegar al corazón de la griega era harto complejo, pero Marisa supo cómo ganársela.
La asesora de Sofía llegó a Zarzuela recomendada por su tío, que llevaba años trabajando para la familia real como colaborador del padre del rey, don Juan de Borbón. En un principio, iba a ser parte del departamento de comunicación, pero, su cercanía con doña Sofía pronto le garantizó un lugar al lado de la reina. Se volvieron inseparables. Marisa era la sombra invisible de la consorte, moviéndose sin ser vista y jamás acaparando la atención de la prensa. Ser desconocida era, para ella, alcanzar la verdadera gloria laboral.
Marisa Satrústegui creció siendo una imprescindible para toda su familia. Una jovencita responsable y cuidadora nata. Estudió en Reino Unido, lo que le permitió obtener, además de un manejo fluido del inglés, un primer trabajo como secretaria de dirección en un banco británico; un empleo que tuvo que abandonar cuando su madre y un hermano suyo perdieron la vida en un accidente automovilístico. Debía volver a casa y encargarse de cuidar a su familia. La situación en el hogar de los Satrústegui Aznar era muy difícil por la condición del patriarca, quien había perdido la visión en la guerra.
Trató de hacerse cargo de toda la troupe familiar. Marisa tenía siete hermanos pequeños que necesitaban ser atendidos y a ello se dedicó hasta el fallecimiento de su padre. Fue entonces cuando pidió a su tío que le ayudara a buscar un empleo y este la conectó directamente con la Zarzuela.
Al cargo también de las infantas Elena y Cristina
Asesora, colaboradora… tuvo nombres diversos su desempeño al lado de doña Sofía, pero todo se resume a lo mismo: ser el mayor apoyo para la reina y para sus hijas. Y es que, conforme Elena y Cristina fueron creciendo, también necesitaron su propia figura de amparo, y en el palacio no había nadie mejor que Marisa.
Veló por las infantas igual que lo había hecho por doña Sofía, quien depositaba en ella toda su confianza. Hasta el punto que, cuando falleció su madre, la reina Federica de Hannover, mientras ella se encontraba fuera de Madrid; fue la propia Marisa Satrústegui quien se encargó de vestir, velar y preparar al cadáver hasta que llegara su hija y le pudiera brindar el último adiós.
Ahora doña Sofía vuelve a tener que despedirse, pero, esta vez, de la propia Satrústegui, quien ha muerto a los 92 años. Un fuerte varapalo que ha sido sentido no solo por la reina, sino, además, por sus hijas. Para las infantas también se les ha ido alguien fundamental en sus vidas y una de sus personas de mayor confianza. Precisamente ella fue encargada de velar por las jovencitas en sus primeros viajes al extranjero; también fue quien las asesoraba y las escuchaba sin juzgar jamás nada. Un ángel de la guarda de lo más silencioso, que veló por ellas y por su querida Sofía hasta el final de sus días.
Es sabido que, cuando Marisa se jubiló, todavía colaboraba de manera esporádica con su ex jefa, bien cuando el trabajo se le acumulaba o, simplemente, cuando esta necesitaba alguna clase de consejo.
La tradición de los Satrústegui en Zarzuela no acaba con Marisa. En 2002, entró a trabajar una prima de la asesora, Elena, que se encargó de dirigir el Palacio del Príncipe, la actual residencia de los Reyes, y que Felipe estrenó ese año. Elena tuvo un papel muy destacado cuando llegó Letizia a este hogar, puesto que, además de haber sido la responsable de mostrar todos los detalles del mismo, también le enseñó cómo se gestionaba una casa de estas características.
Una cada vez más emocional doña Sofía empieza a hacer frente a un mundo del que, poco a poco, desaparecen algunas de sus personas esenciales. Sabe que es ley de vida, pero, a pesar de ello, no puede evitar que esto la ponga de lo más triste.