Es uno de los platos más famosos, queridos y representativos de la gastronomía española, y resulta tremendamente imprescindible para cualquiera que quiera disfrutar de nuestros menús tradicionales. Pero un buen cocido puede significar incluso algo más profundo. Si no, que se lo digan a la familia Verdasco, quienes han logrado amasar toda su fortuna gracias a este plato digno de pasar a la historia.
Parece que al mencionar el apellido Verdasco, lo primero que viene a la mente es el mundo del tenis, sobre todo porque Fernando Verdasco se ha consolidado como una de las más grandes estrellas deportivas de nuestro país. Sin embargo, lo cierto es que este apellido, para aquellos que conocen el mundo de la restauración, significa mucho más.
Cuando hablamos de Ana Boyer y Fernando Verdasco, solemos enfocarnos principalmente en la familia de ella, una de las más mediáticas y conocidas dentro del ámbito del corazón. Todos conocemos gran parte de la vida de Isabel Preysler y sabemos de dónde proviene su fortuna. Pero, ¿qué hay de los consuegros de la famosa celebrity? Ellos también tienen una historia apasionante que merece ser descubierta, ¡y con un sabor espectacular!
Tatarabuela valiente
Para descubrir esta peculiar historia donde el cocido es el gran protagonista hay que retrotraerse casi 200 años cuando La Rayúa, que es el apodo que recibía Cándida Santos, tatarabuela de Fernando Verdasco y sus hermanas, decide abrir en el año 1870, abrir en el centro del Madrid de los Austrias, el restaurante “La Bola”.
“Acompañada de su marido, dejó atrás su aldea asturiana para encontrar una vida mejor en Madrid. Era una mujer muy valiente”, explica Sara Verdasco, que sigue la tradición hostelera de la familia. El nombre proviene de la bola de carne que se utiliza en el cocido madrileño, y el local ha mantenido su ambiente tradicional a lo largo de los años, convirtiéndose en un lugar imprescindible, tantos años después, para disfrutar de este plato típico. Tantos años después y este lugar sigue siendo un éxito. “La Bola la llevan hoy mis primos. Es alucinante como, con casi 155 años de historia, sigue siendo un éxito absoluto”.
Dos locales para poner en valor la tradición.
A este local, que rápidamente se convirtió en uno de los mejores lugares de la capital para disfrutar del cocido y que sigue siendo un espacio imprescindible para los apasionados de la gastronomía, se sumó otro nuevo proyecto.
Y es que La Rayúa y la familia Verdasco decidió abrir en Madrid en el 1969 un tablao flamenco que resucitaba el nombre y la esencia del Café de Chinitas, que era un espacio cultural de la ciudad de Málaga a mediados de 1800 que incluso protagonizó algún poema de Lorca. Este nuevo espacio de la familia del tenista, ubicado cerca del Palacio Real, se convirtió rápidamente en un tablao flamenco que lo mismo enamoraba a los expertos, o deslumbraba a los turistas.
Fernando Verdasco en el Café de Chinitas
La herencia continúa
Hemos podido conocer mejor la historia de la familia y cómo actualmente sigue vinculada al mundo de la hostelería gracias a una entrevista que Sara Verdasco, hermana del tenista, ha concedido a la revista Vanitatis. Años después, en 1970, el abuelo de Fernando Verdasco, Agustín, abrió ‘La Cañada’ en Boadilla del Monte y en 2014 su hijo y padre del tenista, José Manuel Verdasco, abrió ‘La Rayúa’ en Majadahonda, que después abriría un segundo local en el centro de Madrid. Ahora, la hermana del tenista es la única de la familia que sigue apostando por este proyecto gastronómico que ha permanecido en el centro de la capital, en la Latina.
Verdasco y su poca “maña” en el restaurante
La empresaria también ha explicado que entre sus hermanos ella es la única en continuar con la tradición, porque también es la que mejor se le da. Y es que cuando el periodista le pregunta “¿Y a Fernando y a Ana nunca les ha dado por los restaurantes?”, Sara lo tiene claro y de hecho es la frase que titula el reportaje entero sobre la empresaria “Mis hermanos (Fernando y Ana) no valdrían para llevar un restaurante”, explica directa.
Especificando, comienza con su hermano, el tenista: “Nada. Nunca. Mi hermano, desde chiquitito, tenía claro que lo suyo era el tenis y, la verdad, —dicho con todo el amor del mundo—, tampoco valdría para esto. Él siempre ha tenido muy claras sus prioridades. Eso sí, siempre está ahí, apoyando en lo que haga falta”, comenta entre risas.
Asimismo, también hace referencia a su hermana Ana: “Y Ana, lo mismo, siempre ha tenido claro que lo suyo era la moda y el estilismo. En alguna ocasión intenté convencerla para que me echase una mano, pero no hubo manera. No les gusta nada la hostelería, me han dejado completamente sola”, añade.
Aun así, sí indica la empresaria que, aunque sus hermanos se involucren mucho, el local sí que está regentado de una forma muy familiar “Los que trabajamos en La Rayúa somos como una familia. Llevamos muchos años juntos. Los más jóvenes son hijos o familiares cercanos de gente que trabaja o ha trabajado aquí. Uno de los camareros lleva con nosotros desde que yo tenía 4 años; a veces, si le riño, me dice: “Tú, calla, que te he visto crecer”. (Risas). Y yo, ¡eso no vale! (Risas)”.