Cuando los recién casados llegaron a la finca en la que se celebraría la gran cena por su boda, una pirotecnia les dio la bienvenida. Paloma y Enrique. Sus nombres ardiendo en homenaje a dónde se celebraba el convite. No fue el único guiño a Valencia en esa noche del 25 de octubre de 1996, cuando dio comienzo uno de los matrimonios más discretos del mundo del corazón, que en 2020 acabó completamente calcinado como el fin de una falla.
Pero para eso aún queda. Estamos en una tarde otoñal pero especialmente cálida del levante español. Miles de valencianas y valencianos han salido a las calles para presenciar de cerca la gran boda del año, la que unirá a uno de sus vecinos más ilustres, Enrique Ponce (natural de Chiva, una de las localidades que han sido brutalmente arrasadas tras la DANA) y Paloma Cuevas, que también tiene sangre valenciana, puesto que su padre, Victoriano Valencia, además de ser uno de los grandes nombres del toro, es oriundo de la zona.
“Esta es la mejor faena de mi vida”, decía el novio, del brazo de su madre, a su llegada a la catedral. Él disimulaba sus nervios bastante mejor de lo que lo hacía la novia, que se hacía esperar y llegaba un cuarto de hora más tarde. “Es mi gran suerte”, afirmaba a los micrófonos de la prensa, con un tono emocionado y nervioso. El padrino, a su lado, se mostraba henchido de orgullo. Aunque no siempre fue así…
Así fue el principio de la relación de Enrique Ponce y Paloma Cuevas
Algeciras, 1991. Él, torero en ciernes, ella, hija de una de las grandes espadas de este país. El lugar de encuentro no podía ser otro que una plaza de toros. Enrique empezaba su carrera; hasta entonces, no había tenido demasiada suerte. Paloma, de natural compasivo, se apiadó de él cuando al ver la ilusión en sus ojos. Ella era solo una adolescente, pero sabía que podía serle de mucha ayuda, así que intercedió ante su padre para que este le echara una mano.
“Ayúdale, por favor”. Y así hizo. Victoriano Valencia le protegió bajo su ala y se convirtió en su apoderado. Él conocía bien el negocio, no obstante, además de haber ejercido como torero durante los años 60, también tenía formación en Derecho, por lo que él mismo manejaba todos sus contratos, sin necesidad de confiar en otra persona.
Cuando Victoriano Valencia dejó los ruedos, se convirtió en el apoderado perfecto para toreros jóvenes y figuras que empezaban a despuntar. Ser uno de sus protegidos, era asegurarse un buen provenir. Por eso, Paloma deseaba que aquel jovencito de ojos verdes fuera uno de ellos.
Meses después de aquello, Ponce y Cuevas volvieron a coincidir. En este caso, ya fuera del albero y en un ambiente más relajado: un hotel de La Carolina (Jaén). De nuevo, Victoriano estaba de por medio. Los jóvenes intercambiaron alguna palabra y sintieron cierta atracción que quedó en el aire tras despedirse y cada uno continuar con sus caminos. Aquel 1992 no acabaría sin que los dos volvieran a unir sus caminos.
El padre de Paloma Cuevas dudaba de Enrique Ponce
La casualidad quiso que se volvieran a ver en Cali (Colombia) en las vacaciones de Navidad de aquel año. Enrique Ponce estaba cada vez más enfocado en su trabajo y en el mundo del toro, mientras que Paloma Cuevas despuntaba como alumna de Empresariales, carrera que estaba realizando en Boston (EEUU). Ya eran demasiadas coincidencias, así que, en esta ocasión, la estudiante le ofreció su teléfono al torero.
Tres años duró esta relación de llamadas de larga distancia y de encuentros en fechas concretas. Cuando Victoriano Valencia descubrió que su hija mayor estaba ilusionada con el torero, tuvo una conversación con este. “Yo estaba preocupado y le comenté que para tontear había otras chicas, y me respondió: ‘Maestro, voy con la mejor de las intenciones porque quiero que llegue a ser la madre de mis hijos’”.
La preocupación de Victoriano Valencia era comprensible. Él bien conocía cómo se las gastaban los toreros, siempre con una tremenda fama de conquistador. De hecho, él mismo, antes de casarse con Paloma Díaz, la madre de sus hijas, también vivió su época de ser todo un ‘playboy’.
Aquella frase que le soltó Ponce no era ningún farol. En los tres años que duró el romance en la distancia, al joven no se le conoció ningún escarceo amoroso. Solo tenía ojos para la elegante Paloma, quien, a su vez, adoraba a su primer novio.
Una boda marcada por un tremendo despiste
Una vez Paloma Cuevas hubo finalizado sus estudios, la pareja lo dispuso todo para su gran día. El 25 de octubre de 1996 la pareja se entregó, el uno al otro, con una bendición papal mediante.
La novia, siempre muy apegada a sus progenitores, quiso honrar a su madre luciendo un guiño al modelo nupcial que esta, décadas atrás, había usado. La pieza fue diseñada por Chus Basaldúa, quien integró en el nuevo vestido las mangas y el polisón que fueron empleados en el modelo de la boda de Díaz y Victoriano. La creación que vistió la novia de 1996 estaba confeccionada en seda natural, con un volante de organza bordada.
La novia descendió del Rolls Royce con dificultades por los cuatro metros de cola. A pesar del peso de la pieza, Paloma Cuevas parecía flotar de la felicidad. La joven novia caminaba sobre una nube y, cuando tuvo delante al novio, su rostro se iluminó aún más por la alegría.
En esta exaltación del valencianismo que fue la boda, tampoco podía faltar su vecino con mejor voz, Francisco, dedicándole un Ave María a los novios.
Pero, entre tanta emoción, el gran ‘tierra, trágame’ de la jornada, ¡el olvido de las alianzas! Los novios se vieron sentados en el altar sin tener anillos que darse. Por suerte, uno de los invitados corrió hacia el hotel donde las habían dejado, salvando uno de los momentos clave de la ceremonia.
Unos invitados tan famosos, como variopintos
A la salida del templo y la consabida lluvia de arroz, la cena en el restaurante Devesa Gardens; donde fueron recibidos con una pirotecnia con sus nombres, para no olvidar la tierra en la que se celebraba el enlace. Y por si alguien a eso de los postres lo había vuelto a olvidar, la imponente tarta se lo recordó: un dulce de varios pisos que iba coronado por una versión comestible de la plaza de toros de la ciudad, así como de la torre del Miguelete, el campanario de la catedral.
El sabor valenciano duró hasta que a la hora del baile los novios se animaron con unas sevillanas, a las que invitaron a unirse al resto de invitados, que iban desde María Teresa Campos, pasando por Eugenia Martínez de Irujo, Miguel Báez ‘el Litri’, Marujita Díaz o Rappel.
20 años después de aquello y de la espectacular luna de miel en Bora Bora, de dos hijas en común y de toda una vida juntos, la ruptura. Él aseguró estar desilusionado con la relación, por lo que, cuando conoció a la joven Ana Soria, su corazón recuperó un ritmo que pensaba olvidado.
Paloma Cuevas, tras el shock inicial, recompuso los pedazos de su alma con la ayuda de un buen amigo, Luis Miguel. Y lo que era comprensión y amistad, ha acabado convirtiéndose en amor incondicional.