Había días que la reina Federica se levantaba de la cama, cogía el teléfono, llamaba a su hija Sofía y le decía: “Papá se me ha aparecido esta noche en sueños. Me ha pedido que te cuente…”. Papá hacía varios años que estaba muerto y esos mensajes, medio oníricos, medio de ultratumba, eran seguidos al pie de la letra por los tres hijos del matrimonio. 

Doña Sofía creció con toda la superchería que rodeaba a la mística de su madre, quien, en su vejez, encontró consuelo y guía en un gurú hindú cuando fue a recalar en la India. Federica de Hannover había tenido que huir de Grecia y creyó que Nueva Delhi, al amparo de Mahadevin, podía ser un lugar maravilloso tanto para ella como para su hija pequeña, Irene. 

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Tanto a Federica como a Sofía, el mundo que conocemos se les quedaba corto. Se les hacía pequeño. La primera inculcó a su hija una serie de creencias más allá de lo que únicamente se puede ver y tocar. Seres divinos, mensajes de personas que han pasado a otro plano y sí, por qué no, también vida extraterrestre. De hecho, con esto último, la madre de Felipe VI llegó a obsesionarse…

Hadas, ovnis y vida más allá de la muerte

Sofía fue una de las primeras en creer en la existencia de seres de otro planeta, algo que a su marido, el rey Juan Carlos, sacaba absolutamente de sus casillas. Una cosa es darle la bendición a su hija Elena cada vez que se ven y otra muy distinta… lo cierto es que viene a ser lo mismo. Pero una cosa está socialmente aceptada y la otra no. 

Al emérito siempre le ha puesto de los nervios el interés por lo sobrenatural que ha presentado la griega. No toleraba que su entorno alimentara más sus fantasías, pero ella, una mujer tremendamente curiosa, siempre deseaba conocer más y más. De hecho, cuando empezó a obsesionarse con lo extraterrestre, organizó un avistamiento de ovnis durante toda una noche. El recuento de platillos volantes ascendió a cero, pero la consorte no perdió la esperanza. De hecho, ya había visto uno con anterioridad…

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Con una madre como Federica de Hannover que se permitía rezar a hadas y soñar con mundos en los que estas tenían la capacidad de interceder en las vidas de las personas, Sofía creció siendo una jovencita con una tremenda apertura mental.

Cualquier cosa podía ser posible. Una letanía que su madre le repetía al tiempo que le hablaba de la teoría de las energías. Toda una adelantada a su tiempo. Cuando en los años 50 nadie de occidente sabía lo que era el karma, Federica manejaba este concepto a la perfección. Animaba a sus hijos a abrazar una de las creencias actualmente más en boga gracias al new age y al mindfulness. “Lo que pienso es lo que vuelve a mí. Si pienso cosas buenas, el universo me envía cosas buenas”, aseguraba la de origen germano. 

Cuando JJ Benítez se cruzó en la vida de doña Sofía

Cuando Sofía, habiendo sido criada en una familia de tremenda apertura mental, se topó con el ultracatolicismo de la España de Franco, tragó saliva. Si quería adaptarse a su nuevo país, más le valía dar un giro de 180º a su pensamiento. Sin embargo, lo hizo solo de cara a la galería. En su fuero interno mantuvo todas sus creencias e, incluso, continuó alimentándolas. 

Por eso, cuando tuvo delante al periodista y escritor JJ Benítez, para ella fue como si contemplara una revelación. Aquel hombre sí que la entendía y no se reía de sus intereses. Juan Carlos cortaba sus alas y apagaba su verdadera personalidad. 

Al lado del escritor, Sofía viajó hasta Perú para sobrevolar las Líneas de Nazca, que siempre han estado rodeadas de una enorme leyenda sobrenatural, pues hay quien dice que tienen su origen ligado a la ‘ayuda’ extraterrestre, de la que se habría beneficiado la cultura azteca. Con cada palabra, cada dato aportado por el periodista experto en ufología, la consorte vibraba; mientras que a Juan Carlos le entraban ganas de bostezar. 

La vez que Sofía vio un ovni... o casi

Fue en 1978 y al lado de su marido, y no al del experto en vida más allá de la Tierra, cuando Sofía presenció uno de los sucesos que más la marcaron. Durante un vuelo a China, con algunos periodistas españoles, tal y como se recogió en uno de los programas de Milenio 3 de Iker Jiménez, los pasajeros del avión contemplaron una luz absolutamente cegadora que doña Sofía no dudó en atribuir a un ovni que se desplazaba a toda velocidad. Sus compañeros de viaje trataron de quitarle la idea de la cabeza, arguyendo que se trataría, sencillamente, de algún avión ruso. Pero ella sabía bien lo que había visto.

Uno podría creer que ahí acabó su obsesión por lo desconocido, aunque nada más lejos. En el año 2020, el hijo del escritor y experto en lo paranormal, Fernando Jiménez del Oso, aseguró que la reina era una incondicional de unas reuniones periódicas que se celebran en un palacete de la capital al que acuden periodistas, escritores y estudiosos de estas materias. Ella siempre llegaba con la hora justa y se le pedía expresamente a los ponentes que acudieran media hora antes, para que no se pudiera relacionar con ellos.

En su caso, ni sus hijas ni su hijo han seguido sus pasos en el mundo de lo misterioso y del ocultismo. Ella, siempre tan unida a su madre, se empapó de todas las creencias que le transmitía su progenitora, pero, en este caso, sus descendientes han preferido decantarse por el influjo paterno, mostrando una actitud mucho más tradicional. 

Sofía abraza todos los cultos. Lo mismo acude a una misa por la Pascua católica que cree en la transmutación de las almas que propone el budismo. Cada día se protege con el amuleto turco que aleja la mala suerte y que utiliza tanto en pulseras como en colgantes. Su marido se ha empeñado en ridiculizar estos gustos e intereses, pero son los de él y no los de ella los que han puesto (y siguen poniendo) en verdaderos apuros a la Corona.