Como le sucede a la gran mayoría de sus homólogas en Europa, ya son más de dos décadas las que lleva Máxima Zorreguieta formando parte de la monarquía holandesa. En el inicio de los 2000, al igual que doña Letizia, Mary Donaldson o Mette-Marit, una simple plebeya que había accedido a traspasar los férreos muros de palacio por su amor por el príncipe heredero. El caso es que, también en la línea del histórico de las demás, su aterrizaje en la institución no fue un camino de rosas.
En el momento en el que el actual rey Guillermo Alejandro de los Países Bajos tomó la determinación de hacer público su noviazgo con esta joven natural de Buenos Aires todo iba sobre ruedas. No obstante, y como siempre sucede en casos como este, una cara nueva siempre es carne de cañón para una crónica real deseosa de incorporar personajes al relato. De ahí que, con la bienvenida venga también la revisión del pasado. Un pasado que, en el caso de Máxima, resultó tener sus luces... Y sombras de lo más llamativas. Tanto como para restar brillo a un día tan importante como el de su boda con el hijo de la reina Beatriz. ¿Qué tan grave había hecho antes de formar parte de la Corona?
La ausencia de su padre que marcó su llegada a la Corona
Para comprender el enorme mal trago con el que la argentina tuvo que lidiar en el que se suponía que iba a ser el día más feliz de su vida hay que tirar algo más del hilo. Es decir, el 'error' del pasado que la opinión pública tanto le achacó en su llegada a la dinastía Orange-Nassau no era una cuestión que directamente hubiese dependido de ella. Ni de sus estudios, ni de sus temporadas viviendo en los Estados Unidos. El tema que hizo que los neerlandeses se echaran las manos a la cabeza remitía un asunto familiar de lo más crudo y relacionado con la trayectoria profesional de su padre.
Y es que en el momento en el que se supo que el suegro de Guillermo Alejandro era Jorge Zorreguieta, las gentes pusieron el grito en el cielo. ¿El motivo? Jorge había sido funcionario de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla en Argentina entre los años 1976 y 1981. Concretamente, en esa época ejerció como secretario de Agricultura y Ganadería.
Un cargo de lo más polémico que, por supuesto, nunca pensó le podría acarrear unas consecuencias tan duras emocionalmente. Duras para él, pero también para la propia Máxima, a la que se le pidió expresamente que su padre no pisase Holanda en el día de la boda real. La Casa Real no estaba dispuesta a que un hombre que había formado parte de un régimen de tales características, aunque fuese al otro lado del charco, manchase su imagen.
La petición del parlamento que Máxima acató... Pero no sin lágrimas
No importaba la proximidad con la novia, porque mantener intacta la reputación de la estirpe iba por delante. Y eso que en la investigación del pasado del padre de Máxima en ningún caso se halló un historial de crímenes de lesa humanidad. Sea como fuere, la lectura era que se le veía "moralmente responsable" de los asesinatos cometidos durante el mandato de Videla, de modo que el Parlamento neerlandés tomó la determinación de hacer la petición.
La resolución pareciera muy sencilla, con algo tan simple como que el gobierno de los Países Bajos no tenía problema alguno en aprobar el matrimonio de los actuales Reyes siempre que Jorge Zorreguieta no apareciese en escena el día del enlace.
Una solicitud que no tuvieron más remedio que aceptar, pese a que cogió al político desprevenido y tuvo que ser María del Carmen Cerruti, madre de Máxima, la que le rogase por su ausencia con tal de evitar un desastre. Dicho y hecho, el gran día de la argentina quedó por siempre marcado por esa silla vacía. Y así, felicísima por amor, pero con lágrimas en los ojos por no poder tener a su padre al lado, ella y Guillermo Alejandro entonaron el 'sí, quiero'.
El inicio de una vida en pareja que, por suerte, sí comenzó a ofrecer cierta permisividad a Jorge. Con limitaciones de cercanía y aparición junto al resto de miembros de la estirpe, pero sí con la posibilidad de poder asistir a determinados eventos como los bautizos de sus nietas. Una alegría antes de la grandísima tristeza que supuso para su hija su fallecimiento a los 89 años el pasado 8 de agosto de 2017. Mazazo irreversible para la reina carismática, la de la eterna sonrisa que siempre procura estar bien de cara a la galería, pero cuya procesión muchas veces ha tenido que ir por dentro por cuestiones de posición.