Por mucho que a Letizia nunca le haya terminado de convencer la idea, el esquí forma parte del espíritu Borbón. Solamente hay que echar la vista atrás en la línea cronológica y viajar a aquellos inviernos en los que la Familia Real se ponía su ropa de nieve y se instalaba en el chalet de La Pleta, en Baqueira Beret. Una vivienda cedida al exmonarca en 1984, de dimensiones considerables y que ahora está abandonada, pero que en el pasado fue refugio predilecto del clan para desconectar y practicar uno de sus deportes favoritos.
Porque el esquí siempre ha formado parte de su ADN y tanto a don Juan Carlos y doña Sofía, como a sus tres hijos, les encantaba practicarlo. De ahí que siempre estuvieran deseosos de que comenzasen las ansiadas vacaciones de diciembre, en las que entre Navidad y otras reuniones familiares siempre sacaban tiempo para escaparse hasta su casita en la montaña. No obstante, y por muy bien que lo pasasen, no todos guardan el mejor de los recuerdos de aquella etapa.
Y no precisamente por una mayoría de malos momentos en esos años de juventud en las pistas. El caso es que en el año 1990, un terrible suceso podría haber truncado de forma radical la escapada familiar. Todo sucedió a raíz de un accidente automovilístico en el que solamente Cristina, la mediana de los Borbón y Grecia, y su padre estuvieron presentes. Una experiencia cuando menos traumática que, desgraciadamente, empañó sus Navidades y siempre llevará consigo.
Cuando el Porsche de Juan Carlos se estrelló con Cristina dentro
Cuando se trata de soberanos y miembros de la realeza cuesta dibujar la imagen de un viaje familiar en coche. Por aquello de que muchas veces, por no decir la gran mayoría, cuentan con personas que los llevan de un lado a otro en calidad de chófer si así lo precisan. No obstante, esos viajes en coche sí que existen, y en el 28 de diciembre de 1990 optó el Rey emérito por ser él quien estaba al volante del vehículo que los llevaría a Baqueira.
Una decisión comprensible que en ningún caso resultó extraña, si se tiene en cuenta lo mucho que le gustaba al que fuera jefe de Estado conducir. Y los coches. En su poder tenía un garaje con los modelos más exclusivos. Entre ellos, un Porsche 959, cuyo valor ascendía hasta los 40 millones de pesetas, y sería el deportivo elegido en aquella ocasión para circular hasta la Valle de Arán. Sin auspiciar, claro está, que el automóvil terminaría estrellándose con unas vallas de protección.
Sucedió el siniestro debido a las placas de hielo que se habían formado en la calzada. Justo en la curva de entrada a un puente, y según se hizo saber desde la versión oficial, el monarca derrapó al perder el control del turismo. Afortunadamente, ni él ni Cristina resultaron heridos de gravedad, y tras vivir este susto fueron rápidamente socorridos por los escoltas institucionales. Allí se encargaron de dar fe de que todo estaba bien y podían seguir la travesía. Eso sí, ahora con un chófer.
La pasión por la velocidad, el verdadero motivo del accidente
Hubo que esperar un tiempo para descubrir toda la verdad, pues la realidad de aquel incidente remitía nada más y nada menos que a la pasión del padre de Felipe VI por conducir a altas velocidades. Una afición que le pasó factura en más de una ocasión y que en aquel día de los Santos Inocentes le costó salirse de la carretera. Tanta como que la versión oficial no terminaba de encajar con el coste de la reparación del coche tras el accidente, que fue de 13 millones de pesetas. Unos 190.000 euros.
Uno de sus escoltas terminó contando en 'CAR' que en aquel trayecto fue tal la velocidad que alcanzó Juan Carlos al pisar el acelerador que seguirle con un coche de vigilancia se volvió imposible. Hasta el punto de que, en ese intento desesperado por no perderle la pista, uno de los coches de escolta volcó, y hubo que seguirle en helicóptero. La viva prueba de que la seguridad vial no era su prioridad, y el verdadero motivo de aquel percance que podría haber terminado en tragedia.