Letizia entró a formar parte de la realeza de nuestro país a través de un disgusto. A ella le hubiera gustado marcar los tiempos, pero, lamentablemente, Terelu tenía otros planes. Sí. Terelu Campos. Fue ella quien, tras un chivatazo de su madre, la que desveló que el príncipe tenía novia y que se iba a casar con ella. La afortunada, tal y como ella desveló, “tenía nombre de magdalena”.

Tan solo 6 días después de aquel enfado que le obligó a dejar su puesto en TVE,  Letizia protagonizó el gran momentazo con el que entró a formar parte de la Familia Real. La joven, vestida con un Armani blanco que marcaría tendencia en 2003, se colocaba ante sus excompañeros para hablar de sus planes de matrimonio junto al heredero al trono. Letizia ya no era periodista, ahora se colocaba al otro lado de la información. Ahora, ella era la noticia.

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Letizia y Felipe se miraron enamorados. Manifestaron que estaban “muy contentos”.  Ella mostró el anillo de compromiso y desveló cómo sería su incorporación progresiva en las actividades de la Familia Real y ahí llegaron las dos palabras que la marcarían de por vida.

Letizia, el triunfo de la clase media

“El encuentro con la prensa no tuvo la solemnidad de un comunicado institucional, sino que emuló, desde el tono hasta el ángulo de las cámaras, el anuncio del compromiso entre David Beckham y Victorio Adams. Felipe y Letizia querían parecer estrellas del pop, y David y Victoria querían parecer realeza”. Escribe Juan Sanguino en ‘Cómo hemos cambiado’, su análisis de la España de los años 90 y 2000. 

Efectivamente, los nuevos príncipes de Asturias eran jóvenes y emulaban la normalidad de entonces. Y a nadie le pareció extraño. De hecho, cuando ella le espetó de manera directa y marcando límites que no la interrumpiese, todos suspiramos pensando, “ahí está una de los nuestros, ¡y nadie le tose!”.

Porque Letizia representaba el triunfo de la clase media y de que los sueños se hacen realidad. Hasta aquellos que no sabes que ni tienes. Felipe VI fue tildado desde niño como “Felipe, el Preparado”, aludiendo a su extenso currículum. Pues bien, alguien como él necesitaba a su lado a una mujer extremadamente profesional. Y Letizia, sin duda, lo era. 

La de 31 años había sido una alumna ejemplar y su carrera como periodista era, sencillamente, brillante. Ganadora de premios, corresponsal en zonas de conflicto y rostro nocturno del noticiero más importante del país. Letizia era la ejemplificación del “lucha por tus objetivos”. Y eso beneficiaba a la institución, pues la volvía más moderna y actual. 

Pero, que alguien con la trayectoria de la comunicadora llegara a la Corona también provocaba suspicacias… y cuando dijo lo dijo muchos se llevaron las manos a la cabeza. 

Las dos palabras con las que Letizia sentenció su futuro 

“Está claro que, a partir de ahora, y de forma progresiva, voy a integrarme en esta nueva vida con las responsabilidades que conlleva y con el apoyo y cariño…”. Felipe quiso intervenir, pero Letizia, de la manera más asertiva posible, dejó claro que deseaba que no se la interrumpiera: “¡Déjame terminar!”. Dos palabras que despertaron las risas de todos los asistentes, y, especialmente, de Felipe, que la miraba con cara de absoluto amor. 

La frase completa era “con el cariño de los Reyes y el ejemplo de la reina doña Sofía”. Era importante que Letizia la pronunciara hasta el final porque, de este modo, dejaba clara una actitud de agradecimiento hacia su nueva familia política. 

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Aquellas dos palabras dividieron a la nación. Por un lado, estaban los periodistas, capitaneados por un enfadadísimo Jaime Peñafiel, a los que les pareció una auténtica sobrada por parte de Letizia. Una salida de tiesto que reflejaba lo malísima idea que era que una plebeya como ella llegara a la realeza, mientras que, para otros, la frasecita de marras solo añadió color al día. 

Si a Felipe no le había molestado, es más, parecía encantado con el carácter de su futura mujer, nadie debía meterse en su decisión. Quizás todos estábamos acostumbrados a la sonrisa (pública) perenne de doña Sofía, quien jamás se ha atrevido a contradecir (y mucho menos en público) a Juan Carlos, al que sigue casada, a pesar de ser un matrimonio roto desde hace años. Si ella era la vara de medir a una reina, en ese caso, sí, Letizia no era lo que se esperaba de ella. Pero si se ponía en valor su elocuencia y su empoderamiento, ella era la futura Reina que nos convenía.

El traje icónico que le convirtió en una princesa moderna

Cuando Felipe VI le dijo a Letizia eso de que ella “era la mujer con la que quería compartir su vida y formar una familia”, la comunicadora le miraba con ojillos brillosos, mientras el blanco de su impoluto traje deslumbraba a todos. 

El Armani que vistió la novia también guardó una anécdota. La Reina no poseía un armario como el que tiene ahora, repleto de opciones y de las mejores marcas. Para enamorar aquel 6 de noviembre, Letizia necesitó ayuda de una de sus mejores amigas quien, por suerte, trabajaba en la industria de la moda. 

Esta buena amiga de Letizia trabajaba en la tienda que la firma italiana posee en la Milla de Oro madrileña y, cuando esta cerró sus puertas al público, Letizia fue recibida para escoger el look que mejor se adecuase a ella y a las circunstancias fijadas. Dieron con el dos piezas con cuello chimenea que se convirtió en todo un emblema para la periodista, llegando a ser bautizado como “cuello Letizia”. 

Cuando se dirigió a sus excompañeros, Letizia habló de “sorpresa”. Pocos conocían de esta relación que llevaba fraguándose desde hacía un año, pero ella insistió que era una “decisión madura, fruto de reflexiones muy intensas y, sobre todo, con el peso y la solidez del profundo amor que se tenían y del proyecto común que iniciamos”.

Sin soltarse la mano, mirándose con admiración y cariño, la pareja demostró que era una pareja normal. Y eso gustó. Las dos lapidarias palabras de Letizia solo remarcaron, aún más, esa normalidad. El "déjame terminar", por primera vez en siglos de historia, nos demostraba que la realeza estaba más cerca de lo que pensábamos.