En el inicio del 2007, Letizia estaba en un momento dulce. Tan solo quedaban algunos meses para que la entonces Princesa de Asturias diese a luz a su segunda hija, la infanta Sofía. No obstante, echar la vista atrás hasta ese año nunca será del todo agradable para ella. Menos todavía cuando el calendario advierte la llegada de febrero. Cada día 7 del segundo mes, sin importar en que día de la semana caiga, ella estará apenada. Su inmarchitable compostura se tambaleará. Su estoico semblante también. Nunca podrá olvidar lo que sucedió hace 18 años

Y es que si algo demuestra la revisión de su pasado es que aterrizar en la realeza no fue símil de una vida mejor por todos los costados. Al menos, no cuando se afrontan desgracias de la magnitud de las que vendrían. Fueron tiempos difíciles. Tiempos de acostumbrarse a vivir entre los corsés de la institución. Nadie la había preparado. No obstante, poco o nada importó que su realidad fuese radicalmente distinta, porque el dolor empañó toda pompa en el momento que supo que había perdido a su hermana. Érika Ortiz, la pequeña de las Ortiz Rocasolano, solo tenía 31 años cuando falleció aquel 7 de febrero de 2007

Érika Ortiz
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Del abrazo con Cristina a la reverencia a Juan Carlos I

Imposible que los observadores de la Corona logren borrar algún día de la retina la imagen de la Letizia que vieron aquel día. La de una mujer compungida, despojada de todo artificio y sobrepasada por la situación. Afortunadamente, en el último adiós a Érika en el tanatorio de Alcobendas estuvo bien acompañada. Solo su suegra, la reina Sofía, y su hermana Telma, no lograron llegar a tiempo al estar fuera del país. Sea como fuere, su marido Felipe, que la llevó en coche hasta allí junto a Paloma Rocasolano, su madre, estaba allí para ser su bastón en la oscuridad.

Pero no solo estuvo él, pues es en aquella jornada gris en la que la lluvia se fundía con las lágrimas de los que lloraban tan terrible pérdida, la actual Reina contó con el respaldo de la Familia Real. Por aquel entonces sin rencillas ni distancias. Era su familia política, a fin de cuentas. Y en ese papel asistieron a darle el pésame, pues el acto fue estrictamente familiar y no hubo asistencia de representaciones oficiales o institucionales. Ese día, Juan Carlos I no era el Rey. Reverencias aparte, ese día era su suegro.

letizia
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Un suegro que fue recibido en el espacio por el príncipe, casi convertido en el anfitrión. Y no solo el jefe de Estado quiso estar al lado de su nuera. También las infantas y otras personas del entorno de la expresentadora del 'Telediario' se dejaron ver. Reseñable el abrazo en el que Letizia y Cristina se fundieron al llegar la hermana de Felipe, sobre todo atendiendo a que ya por aquel entonces se había hecho alusión desde la prensa a una mala relación entre ellas.

Letizia y Cristina
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El mito quedó roto. Además, se destacó el hecho de que, pese a todo, la madre de Leonor y Sofía no falló al protocolo. De ahí que, aunque Juan Carlos le mostró su afecto con otro abrazo, ella no dejó de realizar la protocolaria genuflexión al despedirlo.

A pesar de todo, Letizia se dirigió a la prensa

En ese papel de anfitrión, Felipe también tomó la iniciativa de aproximarse a los medios. Unos medios que siguieron el minuto a minuto de todo lo que acontecía desde el exterior del tanatorio dada la relevancia de los personajes, y cuyo respeto quiso poner en valor la propia princesa. Nadie mejor que ella conocía los entresijos de la profesión, pues hasta hacía escasos años era ella quien estaba pluma y micrófono en mano al otro lado, y ese incontestable bagaje la llevaría a hablar con los periodistas presentes.

Lo hizo con la voz entrecortada, los ojos vidriosos, y solamente siendo capaz de espetar las gracias a "los que se han sentido apenados por la muerte de mi hermana pequeña". Después rompería a llorar. Al tiempo, realizada la autopsia, vería la luz que la causa de la muerte de Érika había sido la decisión de quitarse la vida de forma voluntaria. Una información que inevitablemente se filtraría a la prensa, agravando el dolor. Ese dolor que Letizia revive cada 7 de febrero. El dolor que marcó un antes y después en el relato de su vida cuando era una recién llegada a la monarquía.