Claire Liebaert fue mucho más que una suegra para la infanta Cristina. Entre ambas mujeres existía afinidad genuina. No era raro verlas compartir risas e, incluso, caminar de la mano. Un gesto que la hija de doña Sofía jamás ha tenido con su propia madre, quien ha acostumbrado a pecar de fría con sus descendientes mujeres. No del mismo modo con Felipe, su gran mimado.
Cuando Cristina e Iñaki Urdangarin se dieron el ‘sí, quiero’ en la catedral de Santa Eulalia el 4 de octubre de 1997, toda España miró hacia Barcelona y descubrió sobre la escalinata del templo, a una mujer de lo más elegante que estuvo de sobra a la altura de lo que las circunstancias y el protocolo requerían.
No nos vamos a engañar. A Juan Carlos le hacía maldita gracia que su hija mediana se casara con un deportista. Olímpico, sí, pero un deportista. Él deseaba para su hija a algún aristócrata, como había escogido la mayor, o, por lo menos, alguien de las clases más altas y pudientes del país. Pero no, Cristina fue a enamorarse del guaperas de la selección de balonmano que procedía de una familia de clase media normal y corriente. Juan María Urdangarin, su padre, era ingeniero, aunque cuando Cristina conoció a Iñaki, él ya ocupaba el cargo de director de la Caja Vital. Por su parte, Claire, de origen belga, trabajaba en casa al cuidado de los siete hijos del matrimonio.
Las reticencias del rey a emparentar con los Urdangarin
Al principio, todo eran reticencias. Juan Carlos no quería emparentar con esta familia de ninguna de las maneras, no por ellos, sino por la fama de conquistador que precedía al decidido de Iñaki.
Pero a Juan Carlos I no le quedó más remedio que aceptar. Tenía que ser Iñaki sí o sí. No había más opción. Y con él vino aparejada una familia que abrazó a Cristina desde el primer momento. A diferencia de la otra parte que siempre se mostró reacia…
Claire Liebaert se volcó con su nueva nuera. La infanta recibió más cariño que nunca en su vida. La figura materna que representaba esta natural de Amberes era muy diferente a la que le había acompañado desde su nacimiento y durante la crianza. Y, como un animalillo que busca cobijo y cariño, se dejó querer.
Si Iñaki era fotografiado caminando de la mano de su madre, a los días teníamos las mismas imágenes protagonizadas por Cristina y Claire. Las dos se volvieron de lo más cómplices y confidentes, y la suegra jamás ocultó su enorme simpatía por la hija de los reyes. “Ella siempre será de la familia”, dijo esta cariñosa suegra cuando la infanta y su hijo se separaron.
El look de Claire, una declaración de intenciones
Pero antes de la separación, hay que retraerse al 4 de octubre de hace casi 30 años, cuando la opinión pública no dudó en catalogar a Claire como la invitada mejor vestida del enlace. Y eso que se medía con verdaderos pesos pesados estilísticos. Gente de la realeza, de la política, famosos… pero nadie como la de ojos azules. Ni siquiera la infanta Elena que siempre arrasa en esta clase de eventos.
La madrina sabía que debía dar la talla, por lo que se preparó a conciencia. Eligió un dos piezas de pantalón y blazer joya, con plumas a juego en las mangas; un detalle divertido y tremendamente ‘chic’, que la hizo sobresalir entre el resto. Dado que la boda era de mañana, Claire, ateniéndose al protocolo más estricto, cubrió su cabeza. Para ella nada de pamelas, como sí lucieron la reina Sofía y Elena. La de Amberes, mucho más discreta y tratando de pasar desapercibida (cuando eso era imposible), se decantó por un sombrero con las mismas plumas que llevaba la americana. Como joyas, un collar de perlas, a juego con los pendientes de diamantes.
Encontrar la medida justa en una boda de estas características tan concretas era complicado. Claire, como madrina, iba a tener un papel destacado, por lo que debía resultar elegante, aunque, a la vez, comedida, sin eclipsar a la familia real. Una mala jugada estilística este día la habría condenado a ojos no solo de la opinión pública sino de los Borbones, con quien iba a entroncar.
Afortunadamente, la elección de la madre de Iñaki fue soberbia y nos dejó muy claro cuál sería su modo de proceder los próximos años: discreción, discreción y discreción. Tras eso, la residente en Vitoria volvió a su vida normal, a su piso y a decir a la prensa que no sabía nada de la vida de su hijo, "que si no me regañan". Se perfiló como una abuela cariñosa y se desvivió con sus nietos.
Claire, siempre en deuda con Cristina
Cristina se volvió fundamental para la belga, especialmente cuando su hijo fue imputado por el Caso Nóos. Comprobar que la infanta, fiel y devota, no se movía de su lado, a pesar de las presiones familiares, significó mucho para Claire. Un gesto como ningún otro. Aquello era verdadera lealtad, y, por ello, esta también se la ha seguido guardando.
Cuando la revista Lecturas publicó las primeras fotos de Iñaki Urdangarin en actitud romántica con Ainhoa Armentia, a Liebaert se le cayó el mundo encima. Su hijo estaba rehaciendo su vida, ¡sin haber puesto fin a la anterior! Fue todo un escándalo y, de nuevo, el país entero volvió a mirar a Claire, que repetía aquello de que Cristina siempre sería de su familia. Quiso desligarse por completo de la nueva ilusión de su hijo.
Claire no quería saber nada de esa compañera convertida en 'algo más', porque suponía traicionar a su nuera, la mujer que no se había ido del lado del deportista cuando este tocó suelo. Fueron necesarios dos años para que se propiciara ese encuentro entre la suegra y la nueva nuera; y una vez que el divorcio estuvo más que firmado. Solo de esta manera accedió la de Amberes.
Aún así, Cristina y Claire se han vuelto a dejar ver en los partidos de Pablo, que sigue la tradición deportiva de su padre. Y lo hicieron, como no podía ser de otra manera que caminando de la mano.