“¡Yo quiero, yo quiero!”, gritaba alborozada doña Sofía cuando, en una de sus tradicionales cenas, Pitita Ridruejo le contó que veía a la Virgen. Las apariciones marianas de las que era testigo la aristócrata despertaban desconfianza en Juan Carlos, que ponía los ojos en blanco, mientras que llevaban prácticamente al éxtasis a la reina.
“No le digas esas cosas, que se las cree”, insistía el entonces monarca. No aguantaba las aficiones paranormales de su mujer y mucho menos que alguien de fuera viniera a darle alas. Entonces, Pitita se pasaba a la voz trémula y al susurro en secreto, pues sabía que tenía en la griega a una de las suyas. “Estuvimos en un retiro en Londres y, de las 24 mujeres que ahí había, 23 levitaron”.
PITITA, LA GRAN TEÓLOGA DE PELO CARDADO
Pitita, nacida Esperanza, Ridruejo Brieva fue hija de una de las familias más pudientes de Soria. Estudió en un convento y, junto a las monjas, halló una paz y un camino que jamás abandonaría.
Tras su paso impecable por el internado, la joven se marchó a estudiar a Bermont (Reino Unido) Literatura Inglesa, tras lo cual, se marchó a la Universidad de Ginebra, donde siguió profundizando en su formación. La jovencita Esperanza siempre había sido una chica curiosa y fervorosa, por lo que su siguiente interés vital parecía claro: la Teología. Ridruejo quiso saber más y se especializó en las apariciones de la Virgen María, de la que siempre se consideró muy devota.
La aristócrata era de misa larga y en latín. Mejor si esta era dicha por un cura amigo y en la pequeña capilla que disponía su palacio en el Madrid de los Austrias, en la calle Torija; una de las zonas más cañís y turísticas del centro de la capital. Ridruejo la había comprado tras casarse con el embajador de Filipinas en Madrid, Mike Stilianopoulos y ahí vivió hasta el final de sus días.
TRES HIJOS Y UN PALACIO
Pitita Ridruejo y el de origen griego se casaron en 1957 y tuvieron tres hijos, Ana, Carlos y Claudia, tras una estancia de 7 años en Londres, ciudad que ella conocía muy bien gracias a su pasado estudiantil, se trasladaron a Madrid, donde la familia adquirió uno de los palacetes más emblemáticos de la ciudad. 3000 metros cuadrados que se repartían en tres pisos y con el detalle de que en el bajo se encontraba el mítico tablao flamenco Café de Chinitas, todo un templo de peregrinación guiri.
Pitita fue capaz de fascinar a varias generaciones. Lo mismo tomaba el té con la reina de Inglaterra vestida de Balenciaga, que hacía ejercicios espirituales en un pueblo perdido en la Castilla profunda. Quizás en esa contradicción permanente radicaba su fascinación, que la hacía igual de irresistible para un Kennedy que para Mario Vaquerizo, o el Padre Ángel.
Dama de la alta sociedad, aquellas cenas en su casa representaron el evento que congregaba a miembros de la realeza, a políticos, curas y personalidades de la intelectualidad. Nadie quería perdérselo. Los años 80 se las prometían de lo más estimulante, y Pitita no quiso quedarse atrás.
"En los 70 vi la primera aparición"
Hablaban de libros, de movimientos en el gobierno y, cuando Pitita veía la ocasión con alguien afín a ella, como aquella noche junto a la reina Sofía, de las apariciones de la Virgen o de fantasmas. Adoraba todo lo que no podía explicarse a través de la razón y a ello dedicó su vida, así como un par de libros, donde repasaba estas cuestiones más cercanas a lo divino que a lo humano.
Es verdad que la reina sentía fascinación por los ovnis y los seres de otro planeta, pero la conversación con Pitita, que solía acabar virando a los tintes religiosos, le podía resultar extremadamente estimulante. No obstante, su madre había profesado varios credos y siempre inculcó a sus hijos una enorme libertad y apertura mental.
“Llevo décadas estudiando sus apariciones. Antes de que viera la primera aparición, en los años 70, no sabía mucho sobre esto. Pero desde que vi lo que vi en El Escorial, mi vida ha cambiado”, contó a ABC cuando presentó uno de sus libros donde repasaba esta clase de encuentros marianos.
“En Londres me apunté a un curso de levitación con 16 señoras y unos médicos indios, los maharishis. La experiencia fue tremenda”, contó en 2013 a El Mundo. “Existió, no fue invento. Fueron siete días, y lo de levitar, lo crean o no, era que el cuerpo, en posición de loto, con las piernas cruzadas y en el suelo, tras repetir unos mantras, se elevaba. Al primer día nadie se elevó. Pero a los dos días, una señora empezó a saltar y a decir: '¡My goodness!'. Su cuerpo se elevaba por la energía que estaba sucediéndole. Al segundo día, yo levité. Fue interesantísimo”.
icono de la marbella dorada
Las dos mujeres, Pitita y Sofía, tan parecidas con sendos peinados casco y siempre dispuestas para escuchar lo que cualquier otra persona no creería. No es de extrañar, que las dos mujeres siempre se entendieran tan bien; aunque jamás trascendió si, finalmente, Ridruejo llevó a la griega de peregrinación.
Pero en su vida, además de la religión, también existían otras cosas mucho más prosaícas, como la moda. Su estilo y elegancia la convirtieron en una de las mujeres españolas mejor vestidas a nivel mundial, hasta el punto que llegó a obtener galardones por su acertado ojo a la hora de escoger las piezas con las que llenaba su lujoso armario. Piezas que, por cierto, a día de hoy, muchas de ellas reposan y constituyen gran parte del patrimonio cultural del Museo del Traje de Madrid.
De lo más mundana también resultaba su vida cuando empezaban a subir las temperaturas. Entonces, tanto su adorado Mike como ella echaban las llaves al palacio del Madrid de los Austrias y se trasladaban a la chispeante Marbella. En la Costa del Sol, la familia también disponía de otra exclusiva vivienda, villa La Tagala, su cuartel de operaciones para las divertidas noches en el Marbella Club junto a Jaime de Mora, Gunilla von Bismark o Alfonso de Hohenlohe.
Su cardado aguantaba la humedad, el sudor y los bailes desaforados. Pitita Ridruejo se convirtió en una de las mujeres más divertidas de la auténtica jet-set que pasaba los veranos bronceándose en el Mediterráneo entre jeques y buscavidas, mientras que los inviernos eran para almuerzos con las amigas y visitas a El Escorial.
Los modernos la abrazaron como icono pop, mientras que ella, simplemente, se expresaba con naturalidad sobre temas que iban desde la moda (a la que, con el paso de los años y de lo más cansada por la hegemonía de lo bello, dejó atribuir importancia) al arte (era una gran coleccionista y su casa estaba repleta de obras de gran valor) al apocalipsis.
En 2016, tras la muerte de Mike, Pitita dejó atrás su rutina más extrovertida, para iniciar una nueva vida de mayor reclusión en su casa palacio. Tras años más tarde, y a los 89, la socialité falleció, dejándoles a sus tres hijos un inmenso patrimonio, entre propiedades y acciones en prósperas empresas.
Hace 5 años que Pitita trascendió este plano para pasar a habitar uno al que se sentía mucho más próxima. En su nueva dimensión, la aristócrata debe de continuar emanando la misma y cautivadora energía.