Fue el gran capricho inmobiliario de Juan Carlos I y ahora nadie sabe qué hacer con él. El pabellón de caza ha sido la edificación de Zarzuela a la que menos partido se le ha sacado y una de las que costaron más caras. Ahora es un gran armatoste de ladrillo y maderas nobles, que sirve como tétrico cementerio de decenas de animales.
En 2007 empezaron las obras de uno de los grandes secretos que alberga el palacio de la Zarzuela. Sabemos poco, poquísimo, sobre el hogar de nuestros monarcas, que han preferido blindar este lado de su vida privada, pero que es costeado por el bolsillo común. Sin ir más lejos, el caserón de 1.700 metros cuadrados que hoy nos ocupa y que costó 3 millones de euros. Una cantidad que salió de los presupuestos de Patrimonio Nacional de los ejercicios de los años 2006, 2007 y 2008.
Con la ayuda de corinna y techos altísmos
A principios de los años 2000, Juan Carlos empezó a barruntar la idea de recopilar todos sus trofeos de caza en el mismo lugar. Hasta entonces, los tenía diseminados por diferentes palacios y caserías. Algunos, hasta en pabellones de amigos. Con la ayuda de Corinna como supervisora, el entonces monarca fue dando forma a este espacio que se convertiría en su refugio, su ‘man cave’, donde podría alternar con amigos y amigas, dormir y presumir de todo lo cazado.
Y dicho y hecho. En 2007 se empezó a construir el pabellón de caza de Zarzuela. Y, para que todo quedara en el más estricto secreto, el Rey mandó firmar cláusulas de confidencialidad a todos los operarios que participaron en su levantamiento, tal y como fue publicado en El Mundo. Para el 2008, el edificio anexo -y secreto- al palacio ya estaba en pie.
Este “espacio auxiliar” de dos plantas, cuenta, además de con cocina y dormitorios, con una particularidad muy específica, una cámara acorazada de 200 metros cuadrados, pensada para guardar todas las armas de fuego que eran empleadas en sus cacerías.
La edificación, a 1.5 kilómetros del palacio, cuenta con grandes salas de altísimos techos. Estas fueron construidas de esta manera porque Juan Carlos necesitaba grandes alturas para que así cupiesen sus ejemplares de caza de mayor tamaño. Entre esas paredes, reposan para siempre elefantes, jirafas, rinocerontes y osos. En otras habitaciones lo hacen los animales de menor tamaño como cabras, gamos, jabalíes… Todos preservados por los mejores taxidermistas, siguiendo la tradición que aprendió del dictador Francisco Franco que le entregó disecada, como si fuera un souvenir, la primera pieza a la que disparó con solo 9 años.
Bajo la desaprobación de doña Sofía
Juan Carlos buscaba un lugar en el que exhibir su afición y presumir de ella, aun a sabiendas de que esta horrorizaba a su mujer. La Reina Sofía siempre ha sido una mujer de profundas convicciones animalistas, por lo que, con desgana, tenía que tragar con este violentísimo hobby que practicaba su marido.
“La abogada Magda Oranich, que la conoce bien, me confesó un día: 'Entiendo que pueda perdonar unos cuernos, al fin y al cabo, a cierta edad dejas de dar importancia a estas cosas, pero ¿qué tu marido sea un enfermo de la caza? Nosotras, que somos animalistas como ella, ¿podríamos aguantarlo? Mi respuesta es no… A menos que haya una motivación muy fuerte'”, aseguraba, de un modo muy confidente, la periodista Pilar Eyre en su columna para la revista Lecturas.
Mientras que su marido vivía obsesionado por conseguir una pieza de caza más llamativa a la anterior, la Reina abandonaba, por completo, el consumo de carne. Doña Sofía es pescitariana desde hace décadas porque le horroriza el maltrato animal. Fue una de las primeras ‘royals’ en preocuparse por el medio ambiente y por el bienestar de todos los seres vivos.
Desde que tomó esta decisión, allá por los años 70 y después de la muerte de su padre, el rey Pablo de Grecia, Sofía se centró en consumir vegetales, frutas, hortalizas, legumbres, arroz y pescado. Su dieta es variada y siempre la ha cuidado para, por un lado, salvaguardar a los animales y, por otro, cuidar su salud.
El año del fin de la caza
En 2012 se produjo el gran escándalo de Juan Carlos con la caza, cuando se filtraron unas imágenes suyas de cacería de elefantes en Botswana. Una incursión que había realizado al lado de su entonces amiga íntima Corinna Larsen. Aquello no debió haber trascendido a la prensa, pero el monarca sufrió una aparatosa caída en el hotel, que le costó la rotura de la cadera, por lo que necesitó ser trasladado a España para intervenirse de la prótesis que llevaba años usando.
Aquellas fotos pusieron rostro a la actividad cruel que llevaba años practicando. Resultaron tan violentas y desagradables que toda la sociedad se revolvió contra el Rey; por lo que a este no le quedó más remedio que pedir perdón y asegurar que eso no iba a volver a suceder. Tras aquello, el olvido. Han pasado 12 años y el lugar está en completo desuso. Juan Carlos ya no vive en Zarzuela y nadie de los que quedan en palacio son aficionados a la caza, por lo que ha quedado como un verdadero cementerio y una edificación incómoda que nadie en Casa Real sabe muy bien qué hacer con ella o cómo proceder.
Un proyecto sobre la mesa
¿Sería correcta su demolición? ¿Qué habría que hacer entonces con todos los cadáveres taxonomizados que ahí se encuentran? Hace un par de años, una asociación ecologista propuso una solución: convertir el edificio en un museo.
La Fundación Franz Weber (FFW), en un comunicado emitido en abril del 2022, proponían debido al “creciente rechazo social a la caza” destinar este espacio al Museo del Ecocidio, creando así una “herramienta fundamental para concienciar a las generaciones actuales sobre la importancia de actuar ya, entes de que sea demasiado tarde, alejándonos de esta historia de desprecio por la vida animal y descuido de toda la naturaleza”, aseguraba el entonces responsable de esta ONG que nació en 1975 en Suiza.
“No existe una caza buena y una caza mala. Sus safaris devastan los países de origen con la excusa de una contraprestación económica que ni mucho menos compensa la extracción cruel de animales. El Museo del Ecocidio en Zarzuela es una obligación política, social y moral", se manifestó entonces.
Desde aquella propuesta, ninguna más. El pabellón de la caza del emérito sigue siendo uno de los grandes asuntos pendientes de la actual Corona. Un despilfarro inútil y fanfarrón con el que ahora ni Felipe ni Letizia saben qué hacer. Un carísimo cementerio de animales que debe poner los pelos de punta a los actuales habitantes de Zarzuela. A la reina Sofía, la primera.