Sin Alfonso de Hohenlohe nada habría sido igual. No habríamos tenido a la Gunilla von Bismark más bronceada ni al Luis Ortiz más salvaje. Tampoco a Cari Lapique enamorándose de Carlos Goyanes, ni al pelo enlacado de Pitita Ridruejo aguantando las tórridas noches de agosto en la costa. No habría existido nada de una buena parte de la iconimia Pop de nuestro país. Y todo se lo debemos a él, a un príncipe alemán que llegó a la Costa del Sol en los años 50 con la ambición de transformar un pueblo costero. 

Cuando Alfonso de Hohenlohe llegó a Marbella supo que esa era la verdadera Tierra Prometida. El sitio lo tenía todo: clima, mar, playa y no había sido explotado urbanísticamente. Muy importante. Estamos en la España de los años 60 y eso solo puede significar una cosa: el boom del ladrillo. En el pueblecito pesquero se podía hacer mucho; podía ser el lugar de peregrinaje preferido por la ‘beautiful people’, ansiosa por descubrir nuevos destinos. 

Ladrillo y turismo. España abría sus fronteras tímidamente a los bikinis y los visitantes que llegaban del extranjero y estos se quedaban enamorados de todo lo que el país tenía para ofrecerles. Alfonso de Hohenlohe les brindó una diversión exclusiva y solo apta para clases pudientes, construyendo el mayor oasis de ocio de la Costa de Sol, el Marbella Club. 

El Marbella Club, el inicio del sueño marbellí

Era la pescadilla que se mordía la cola. Si solo los ricos podían pagar los precios del hotel, solo los ricos veraneaban en su resort. De esta manera, nacía la llamada ‘jet-set’ marbellí. Una nueva clase compuesta no por naturales de Málaga, sino por forasteros que se podían permitir hospedarse ahí.

marbella club
GTRES

Era justo lo que un hábil negociante como Alfonso deseaba. El dinero entraba a espuertas, y su hotel era el ‘place to be’ de los años 60 y 70. Había risas en la piscina, se cerraban negocios en restaurante y romances surgían en su discoteca. Enamoramientos que dieron lugar a parejas tan icónicas como Gunilla von Bismarck y Luis Ortiz. Los dos eran dos jóvenes que, de no haber sido por el Marbella Club, no habrían cruzado sus destinos. Ella, alemana desciende del canciller más icónico del país germano, y él, el hijo de uno de los censores más importantes de régimen, al que mandaron a estudiar a Estados Unidos. ¿Qué probabilidades existía para que los caminos de estos dos se entrecruzaran en algún momento? Pocas. Poquísimas. 

Fue la época del concurso de Lady España, del que surgieron nombres como  una aspirante a actriz llamada Carmen Cervera; un título que, años más tarde, también sería otorgado a Marta Chávarri. Los años de las fiestas de disfraces más locas, de los contactos y de los paseos para ver y ser visto en Puerto Banús, donde lo mismo atracaba su barco Elisabeth Taylor que don Juan de Borbón. 

¿Qué mujeres fueron esenciales en la vida de Alfonso de Hohenlohe?

Los romances no solo rodeaban al promotor inmobiliario, también  le golpeaban de lleno. En la vida del príncipe destacan tres mujeres, aunque quizás su primer amor resultó el más fascinante de todos. Hohenlohe se enamoró de Ira de Fürstenberg cuando esta era una adolescente. Tenía 15 años cuando el aristócrata empezó a rondarle y ella, aburrida de la vida infantil, quiso dar un salto al mundo adulto. “Me casé porque no quería estudiar, él me cortejaba galantemente y, en aquella época, a las chicas se nos educaba solo para el matrimonio”, dijo en sus memorias. 

alfonso de hohenlohe

La pareja tuvo dos hijos, Christoph y Hubertus. El primero llevó una vida plagada de desventuras y escándalos, y acabó sus días en una prisión de Bangkok; donde nunca se aclararon los motivos de su muerte. Por su parte, Hubertus probó suerte con la música, aunque lo que realmente le permite vivir cómodamente son las fortunas doblemente heredadas por parte de su madre y de su padre. 

Tras la complicada separación de Ira, Alfonso volvió a enamorarse de nuevo. Ella se había fugado a Brasil con un joven del que se había enamorado y Alfonso puso todos los medios posibles de su parte para ilusionarse con otra bella mujer. Y, de nuevo, repitió el mismo esquema de candidata: actriz y modelo. La afortunada no fue otra que Jacqueline Lane, de quien se dijo que fue amante de Elvis Presley.

Mientras que Ira de Furstemberg se convertía en la musa de diseñadores como Karl Lagerfeld, Alfonso volvía a ser padre de nuevo. Junto a Jackie tuvo a su hija Arriana, que ha acabado viviendo más vinculada al lado estadounidense de su familia que al sueño español de su padre. 

Lane fue su pareja más duradera. Estuvieron juntos más de dos décadas, en las cuales existieron infidelidades y hasta una hija fuera del matrimonio. “Alfonso de Ole-ole”, como el alemán era llamado en Marbella, tal y como apunta el periodista Edu Verbo, tuvo una cuarta hija, Desirée, de su unión extramatrimonial con la modelo Heidi Balzer. 

El fin de la Marbella dorada y el fin del príncipe constructor

La cuarta mujer de su vida fue Marilys Healing. Se casaron en 1991 y por ella abrazó un estilo más sosegado. Dejó Marbella y se estableció en Ronda, en la finca donde Marilys sería encontrada muerta nueve años más tarde. 

Pero, para entonces, la Marbella dorada había dejado de existir. En los 90 su brillo fue apagándose con la entrada en la alcaldía de Jesús Gil y Gil. Las estrellas de Hollywood dieron paso a rostros de bastante menos relumbrón. Los ricos y famosos cambiaron la Costa del Sol por otros paraísos como Ibiza, Mallorca y Formentera. El pueblo se volvía a transformar una vez más, como ya lo había hecho cuarenta años atrás. 

Alfonso de Hohenlohe pasó los últimos años de su vida entre California, en una de sus propiedades más extensas, y Ronda. Marbella sentía que había dejado de ser ese sueño que tantas alegrías le proporcionó. Ahora parecía una sombra de su antiguo esplendor. El Marbella Club fue vendido, y él falleció en 2003 por un cáncer de próstata. Con su desaparición se puso fin a uno de los hitos de las páginas rosa de nuestra prensa. Y, ahora, con la muerte de su buen amigo Luis, la herida vuelve a abrirse de nuevo.