Sus nombres no son desconocidos para la crónica real y eso ya es una herencia. Tanto Carlota Casiraghi como la princesa Alexandra de Hannover forman parte de una de las dinastías más destacadas de la crónica real: los Grimaldi. Además, ambas son hijas de una de las figuras de referencia dentro de la propia estirpe, que es la princesa Carolina de Mónaco. Dos de entre los cuatro vástagos que nacieron de los amores de la hija de Rainiero III, pero las únicas mujeres.
Cabe matizar siempre que, a pesar de formar una familia completa de cara a la galería, viajar al pasado invita a recordar que no son hijas del mismo padre. Y es que mientras que Carlota es la mediana de los tres hermanos nacidos del matrimonio de Carolina con el malogrado Stefano Casiraghi, la más pequeña de todos llegó al mundo tras casarse con Ernesto Augusto V, príncipe de Hannover. De ahí que haya una diferencia latente, comenzando porque Alexandra es 'hija de dos dinastías'.
También reseñable es el hecho de que se llevan trece años de edad, de modo que para ver a la benjamina del clan en acción ha habido que esperar algo más, mientras que su hermana mayor le tomó la delantera a la hora de erigirse en la heredera de su madre. Heredera en lo que a lo simbólico se refiere, pues no dejará nunca Carolina de ser una pieza fundamental de la monarquía monegasca pese a no ocupar nunca el rol de soberana.
La inevitable rivalidad por coger el testigo de su madre
El de 'primera dama sentimental' del Principado, un título que se escurre a Casiraghi entre sus dedos con la irrupción en escena de su hermana menor. Y no precisamente por demérito, aunque sí haya habido algunos detalles algo desafortunados que le han podido jugar una mala pasada. El caso es que, desde bien jovencita, la hermana de Pierre y Andrea Casiraghi ha tenido muy claro cuál era el camino que quería recorrer. Un sendero que, de forma más o menos consciente, la ha terminado por convertir en un clon de su madre.
Y no solo por esa pátina de elegancia que, como a Carolina, siempre la ocupa y le ha permitido trabajar con firmas tan prestigiosas como Chanel. También por sus vaivenes amorosos, pues quepa no obviar que si algo marcó la trayectoria vital de la hermana del príncipe Alberto II eso fueron sus relaciones. De algún modo, el hermanamiento del brillo y la tragedia que de Grace Kelly pasaron a su hija para llegar a su nieta mayor. Pero, ¿qué hay de la pequeña?
Alexandra siempre estuvo ahí, pero podría decirse que llegó más tarde a la fiesta. No fue hasta el año 2017 que cumplió la mayoría de edad y su figura comenzó a ganar un peso distinto en la primera línea de lo público. Un ascenso de popularidad meteórico que algunos medios se han atrevido a tildar como el gesto de 'opacar' a su hermana.
Más todavía ahora que, recientemente, Carlota ha desvelado en declaraciones para el británico 'The Telegraph' que su intención es siempre "desvincularme de este estatus de realeza" y la "representación oficial". Palabras contundentes que no habrían sentado del todo bien a su madre según la revista alemana 'Bunte', y que además evidenciarían lo ya palpable en el ambiente: su hermana, que opta por guardar silencio, está cogiendo carrerilla.
Una última aparición con protagonismo compartido
Porque aunque entre ellas haya un afecto inconmensurable, no deja de ser cuando menos curiosa la lectura de esta rivalidad en la pugna por seguir los significativos pasos de la princesa Carolina. Algo que ambas saben y que se acentúa cada vez que comparten espacio, como sucedió esta misma semana con motivo del Día Nacional de Mónaco 2024. El 19 de noviembre, que es la fecha más importante para la familia, y que esta vez vino precedida por otro momento emotivo: el ascenso de Carlota.
La hija de Carolina ha sido elevada al rango de Caballero y para oficializarlo se celebró un evento en el imponente Salón Azul del Palacio Grimaldi. Allí, a pesar de ser Casiraghi la gran protagonista de la jornada, Alexandra volvió a demostrar que su papel es relevante. ¿Por qué? Porque ella fue la encargada de entregar a su hermana las distinciones de la Orden del Mérito cultural por su trabajo como Presidenta de los Encuentros Filosóficos de Mónaco. Un gesto de afecto y de lo más emocionante, que inevitablemente entronca por esa figurada 'competición' de estilo y notoriedad entre ambas.