"Jomeiní abrió las puertas del infierno”. Para Farah Diba, las revueltas en su Irán natal fueron el principio del fin, hasta para su propia existencia. La tercera mujer del sha de Persia huyó junto a toda su familia del país al que entregó sus mayores esfuerzos y al que, para siempre, le estaría prohibido regresar bajo amenaza de muerte.
Farah Diba era la hija de un abogado y capitán del ejército iraní, que siempre deseó que su hija adquiriera una buena formación y acudiera a los mejores centros de enseñanza. Bajo esta potente inspiración, la joven siempre sacaba las mejores notas, lo que le garantizó una beca para estudiar en París, donde se formó como arquitecta.
Mientras cursaba estudios en la capital de Francia, las bromas sobre una posible relación con el sha Pahlaví eran continuas. Sus amigas le insistían en que ella sería la emperatriz perfecta, culta, refinada y preocupada por su país; sin embargo, a la discreta estudiante aquello le parecía una verdadera locura.
"Farah había sido elegida para ser la tercera mujer del sha"
Con solo 20 años y mientras está arreglando unos papeleos sobre su beca con el responsable de estas concesiones, que resulta ser el yerno del sha, este le propone lo impensable: una visita a palacio para que conozca a su esposa, la hija del propio emperador. En ese momento, una Farah postadolescente, asiente con entusiasmo e ilusión. ¡Tomar el té en palacio! ¡Sus compañeras no la van a creer cuando lo cuente!
Aquella tarde, Farah acude puntual a su cita y todo son nervios y sonrisas. El encuentro para merendar no puede estar saliendo mejor. O sí. En un determinado momento de la tarde, el mismísimo sha aparece. Este saluda de manera gentil a la invitada, que se sonroja al tenerle delante. Entre ambos existe una gran diferencia de edad, pero lo cierto es que ella siempre se ha sentido atraída por este hombre al que profesa una admiración absoluta.
Diba aún no lo sabe, pero ya ha sido elegida. Ella será la tercera esposa de Mohammad Reza Pahleví.
Después de aquella tarde en palacio vendrá la cita definitiva: una cena con el sha como anfitrión en la que, al final de la velada, él ya tiene clarísimo que desea casarse con ella y formar una familia a su lado.
Un matrimonio con un claro objetivo
Hay premura. El sha quiere un heredero, puesto que sus anteriores mujeres no se lo han dado y Farah Diba puede ser la oportunidad definitiva. Cuando, finalmente, llega la proposición oficial, la jovencita tampoco duda al aceptar unir, para siempre, su destino al del hombre más poderoso de Persia.
El 21 de diciembre de 1959, en una ceremonia por todo lo alto, la estudiante de arquitectura se casa con el emperador y se convierte en la nueva consorte de Irán. Esta tendrá que renunciar a su anterior vida, así como a acabar sus estudios en París. No tiene problema. A partir de entonces, entregará su existencia a convertir su país en un lugar moderno y repleto de oportunidades para todos sus habitantes.
También dará un heredero a la corona. Diez meses después de aquella boda, Farah Diba alumbra a su primogénito, el príncipe Reza Ciro Pahlaví. Ella ha corrido mejor suerte que sus antecesoras, que fueron apartadas por no poder engendrar a un varón.
La descendencia de los emperadores irá en aumento. En 1963 nace Yasmin, y tres años más tarde, Alí. La última en llegar a la familia es Leila, en el año 1970. Precisamente estos dos últimos príncipes, los más pequeños, son los que peor suerte correrán de todo el clan…
Exilio obligado bajo amenaza de muerte
Fue de lo más feminista y centró gran parte de sus preocupaciones en las mujeres, así como en la formación de los jóvenes. Fundó una universidad y ejerció de mecenas para una gran cantidad de personalidades que promovían y estimulaban el tejido cultural de Irán. Pero todo se acabó cuando las facciones más reaccionarias, de la mano del Ayatollah Jomeini, empezaron a ganar peso.
En 1978 se produce la revolución iraní que se salda con cientos de muertes, leyes represivas y el fin de la época de apertura y esplendor anterior. Se acaba con el sufragio femenino y a las mujeres se les obliga a lucir velo, al tiempo que ven cómo sus derechos se ven reducidos al mínimo. Quedan prohibidas las reuniones, música occidental o actividades culturales. Cualquier evento que pudiera remitir al pasado del sha, era condenado con pena de cárcel o de muerte.
La represión islámica se hizo tan fuerte que obligó a toda la familia del sha a marcharse del país. Aquel 1979 sería la última vez en la que Farah Diba viera los paisajes de su amada tierra. Empezó entonces una huida, en la que los emperadores y sus cuatro hijos encontraron apoyo en Marruecos, Bahamas, Estados Unidos, México, Ecuador, Panamá y Egipto, donde, tan solo un año después de haber abandonado Irán, Pahlaví falleció debido a un cáncer linfático.
Cuatro hijos, dos muertes y una nueva vida
Farah Diba se encontró entonces sola en el exilio y con cuatro hijos a su cargo. El emperador había sido su máxima guía e inspiración y sin él se encontraba perdida. A pesar de sus lágrimas, entendió que debía seguir adelante y así hizo. A sus pequeños les costó mucho más…
“Alí y Leila fueron víctimas del exilio que nos tocó vivir”, contaría años más tarde a Bunte. “Para ellos era horrible cambiar de un país a otro, mientras que en Irán sucedían cosas terribles y se hablaba tan mal de su padre en la televisión”.
Tras pasar un par de años en El Cairo, Farah también vivió en Estados Unidos y Londres. Y fue mientras vivía en la capital del Reino Unido cuando su hija pequeña encontró un falso consuelo a su enorme pena en las drogas. “Se topó en su camino con gente equivocada. Lo intenté todo para ayudarla. Incluso la acompañaba al médico. Tristemente, decidió abandonar este mundo. Hasta el día de hoy no consigo explicarme por qué se quitó la vida”. La joven, presa de una profunda depresión por todo lo vivido, se sometió a un cóctel letal de varias drogas de las que era consumidora habitual.
Diez años después de aquello llegó la muerte de Alí, quien tampoco quiso seguir viviendo. Él era víctima de una depresión y acabó con todo con un disparo en la sien.
Farah Diba acostumbra a decir que, en lugar de 85 años, pareciera haber vivido 200. Actualmente, reside entre París y Washington, donde está instalado su primogénito y toda la familia de este. Su última aparición ha sido acompañada de ellos, con motivo del día de Acción de Gracias. Noor, su nieta, ha sido la encargada de mostrar a todos sus seguidores la estupenda imagen de su abuela.
Ahí está la última emperatriz de Irán en vaqueros y despojada de las joyas que antiguamente llevó, y teniendo muy claro que no hay mayor tesoro que su familia. Solo pediría una única cosa: regresar a su tierra amada y verla, de nuevo, renovada.