Hoy hace 41 años que Carolina de Mónaco se despertaba feliz, pero seguro que con un poquito de resaca, tras uno de los días más especiales de su vida. Y es que un 29 de diciembre del año 1983 daba el sí quiero al que sería el gran amor de su vida, Stefano Casiraghi. Siempre dicen que segunda partes nunca fueron buenas, pero esta historia de amor, si no hubiera sido por aquel fatídico accidente acuático, nos habría demostrado que en el amor siempre hay segundas oportunidades. 

La historia de amor entre Carolina de Mónaco y su segundo marido, Stefano Casiraghi, casi parece una película romántica. Tras un primer matrimonio con Philippe Junot que no salió del todo bien, la monegasca volvió a confiar en el amor con el empresario y deportista italiano que la acompañó en uno de sus momentos más duros con la pérdida de su madre en un trágico accidente de coche. De esta unión nacieron las personas a las que la ‘royal’ más quiere: Andrea, Charlotte y Pierre Casiraghi.

Carolina de Mónaco y Stéfano Casiraghi
Gtres

Con la enorme personalidad de la hija mayor de Grace Kelly, que siempre ha demostrado ser tremendamente libre, es normal que este enlace pasara a la historia por algunos detalles que no dejaron indiferente a nadie, como la discreción del evento, el sorprendente vestido escogido por la royal, o una celebración un tanto atípica si pensamos en Los Grimaldi. 

Una boda “discreta”

Hablar de discreción cuando estamos hablando de la Familia Real Monegasca, una de las más famosas y glamurosas del mundo, es bastante complicado. Carlina de Mónaco siempre ha destacado, también, por hacer las cosas a lo grande, pero en esta ocasión, el  29 de diciembre del año 1983, decidió celebrar una boda bastante sencilla e íntima.  

Se celebró en el Salón de los Espejos del Palacio de Mónaco y fue una ceremonia civil donde en total estarían, como mucho, alrededor de 30 invitados, entre los que se encontraban únicamente familiares y los amigos más cercanos de la pareja. Fue el mismo sitio que se celebró el primer matrimonio, pero lo cierto es que la esencia y la sencillez y dirección fueron bastante diferentes. 

Carolina de Mónaco y Stéfano Casiraghi
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En aquel momento, se pensó que la discreción de esta boda, y que apenas se hubieran publicado fotografías de la misma, se producía porque los novios “tenían algo que ocultar”.  Pero con el tiempo se comprobó que más que por algún motivo oculto, se buscó la intimidad de este momento para desligar la vida privada de la ‘royal’ de su vida pública. Empezó así el camino por el que la monegasca siempre ha luchado de mantener la privacidad en su vida personal.

Vestido sorprendente, pero de diseño 

Mientras que en su primera boda, con Philippe Junot, la joven Carolina de Mónaco quiso mostrar su lado más romántico, con un vestido de gasa y adornos florales en el pelo, para este segundo matrimonio, años después, lo que la ‘royal’ quiso poner sobre la mesa es que era y siempre ha sido un gran icono de moda. Y rompió con conceptos de esa época, mucho más clásicos, como vestidos recargados e impresionantes, como, por ejemplo, el de Lady Di, para apostar por algo mucho más moderno.

Por ese motivo decidió escoger un inesperado modelo que sorprendió a todos. Se trata de un vestido corto, de la firma Dior, cuyo diseñador en aquel momento era Marc Bohan. Era el epítome de un look ochentero, pero sofisticado y elegante, con tejido de raso en beige champán y patrón cruzado, sujeto con un cinturón y con diferentes pliegues y cortes que marcaban la silueta de la princesa. 

Carolina de Mónaco y Stéfano Casiraghi
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El diseño no contenía absolutamente nada de lo que podríamos esperar cuando pensamos en “vestido de novia de princesa”, pero Carolina estaba radiante. Para la cabeza, con el pelo corto, en vez de usar tiaras, coronas o algún legado histórico de la familia, escogió un sorprendente “tocado” en el mismo tejido que el vestido que simulaba una diadema con un lazo ladeado. Como joyas, unos sencillos pendientes de oro y una gargantilla también con toque minimalista que se dejaba ver sobre el escote en pico. 

La sorprendente tarta de novios 

Pero sí hubo algo que gritó a los cuatro vientos la sofisticación y “el exceso de los Grimaldi” y es que, dentro de esta ceremonia tan sencilla, destacó sobremanera el gigante pastel nupcial que los recién casados cortaron ilusionados para celebrar su enlace. Con cuatro pisos de altura, estaba realizado con merengue italiano en honor a la familia del novio. 

Además, estaba completamente cargado de elementos florales y de decoración, en colores blancos, y rojos, eso sí, en honor a Mónaco y su bandera. E incluso se añadió un arquitectónico en la parte superior, como un mini templete que protegía a las pequeñas figuritas de los novios. No se conocen datos de quién fue el maestro pastelero, o si estuvo rico, pero sí se sabe que para realizar todos esos elementos, además de merengue, también se utilizaron frambuesas y chocolate blanco.