Hay días que marcan nuestra agenda por completo. Sobre todo cuando son tremendamente dolorosos. Ayer, el 6 de marzo está siempre marcado en negro en el calendario personal de Doña Sofía, que cada año recuerda de forma muy emotiva el aniversario de la muerte de su padre, el rey Pablo I de Grecia, que falleció cuando la griega solo contaba con 24 años.

Aquel día de finales de invierno, tras conocer la trágica noticia, fue uno de los despertares más aciagos para la reina Sofía que acaba de comenzar su periplo como futura reina de España y que aún se encontraba muy apegada a su familia. Mientras comenzaba a formar la suya propia, puesto que solamente dos años antes se había casado con el rey español, y que marcaría la historia del país. Aun así, la reina sorprendió a todos en su funeral. 

juan carlos
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Un hombre con mucho carácter, y muy querido entre los aristócratas falleció, pero no solamente su imagen pública e institucional llegan a su fin, sino que marcaba un antes y un después en la vida de la reina emérita que tuvo que afrontar su futuro 'royal' de una forma mucho más intensa, y sin el apoyo incondicional de uno de sus mayores pilares.

La muerte de Pablo I de Grecia

El rey Pablo I de Grecia, padre de Doña Sofía y abuelo de Felipe VI, falleció el día 6 de marzo del año 1964 en el palacio de Tatoi, en Atenas. Llevaba desde enero de ese mismo año padeciendo un complicado cáncer de estómago que se detectó tras diversos dolores del monarca. Poco días antes de fallecer, y siguiendo con los tratamientos para intentar luchar contra el cáncer, había sido operado para intentar mejorar la situación, pero los resultados no fueron tan positivos como se esperaba y pocos días después falleció. 

Su propia mujer, la reina Federica, contó en su libro de memorias cómo, pocos días antes de morir, su marido le había contado lo que había sentido en sueños premonitorios mientras estaba muy enfermo: “Increíble. He tenido la visión de un camino largo y oscuro, al final del cual brillaba una luz resplandeciente. Da una maravillosa sensación de paz y bienestar. Es una gran elevación espiritual, como acercarse mucho al Cielo. Esa es la verdadera Sagrada Comunión”, publicó.

Funeral Pablo I de Grecia
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Funeral Pablo I de Grecia

Ni una lágrima en público 

El bosque del palacio de Tatoi fue el escenario escogido por el monarca, donde una multitud se reunió para rendirle homenaje que en principio se buscaba que fuera algo discreto, pero al final se convirtió en un gran evento. Allí se encontraron tanto ciudadanos anónimos como destacados miembros de la realeza europea, incluyendo a la familia de Federico IX de Dinamarca, Gustavo II Adolfo de Suecia, la reina Juliana de los Países Bajos, Balduino de Bélgica, el príncipe Rainiero de Mónaco y Simeón II de Bulgaria. “Quiso que los animales que allí habitaban, a los que acarició en vida, pudieran reposar sobre su tumba”, explicó la periodista Carmen Gallardo en su libro “La última reina”. 

Hablando sobre la propia Doña Sofía, “Hacía seis días que Pablo el Bueno, como le recordarán muchos griegos, el rey que había ocupado el trono de Grecia durante dieciséis años, once meses y cinco días, se había despedido de la vida bajo los acordes de La pasión según San Mateo de Bach, la pieza musical que le mantenía en paz consigo y con el mundo”, añadió. De luto completo, el gesto de Doña Sofía era muy serio y con aspecto taciturno, pero sus ojos no derramaron ni una lágrima, algo que llamó poderosamente la atención de todos. 

Históricamente, siempre hemos visto a una reina Sofía tremendamente contenida en cuanto a la expresión de sus sentimientos, ni grandes gestos de alegría, ni tampoco mucho dramatismo a la hora de afrontar dolorosas noticias. El querer desempeñar un cargo protocolario de una forma tan exigente, ha conseguido que Doña Sofía llevara tan a rajatabla lo de ser discreta, que no se permitió llorar ni siquiera en el propio funeral de su padre. Llegando así al culmen de ser “reina” antes que “persona”. 

La unión entre Doña Sofía y su padre 

Las personalidades de sus padres, el rey Pablo I de Grecia y su madre, Federica de Hannover, eran tremendamente diferentes. Aunque ambos se amaban a rabiar, la manera de ver y enfocar la vida de los dos era muy diferente.  Eso hizo que la conexión con sus hijos también fuera muy dispar. Los monarcas pasaban largos periodos de tiempo lejos de sus hijos, disfrutando de viajes y vacaciones privadas, bien juntos o por separado, pero cuando se encontraban en casa, su enfoque vital era muy diferente. 

Con un carácter más calmado y reflexivo, era el contrapunto más cariñoso y afable. Según explica David Insua en Semana, “El monarca tenía un enorme gusto por la música clásica y siempre dio importancia a la formación musical de sus hijos. Además, era un apasionado de la literatura”. Quizá la juventud del aristócrata, donde estuvo viviendo en el exilio y también desempeñando trabajos comunes como el oficio de mecánico, hizo que el monarca estuviera menos apegado al protocolo y más la confianza y a la naturalidad. “Era común que su padre los hiciera sentarse a ella y a sus hermanos alrededor de la chimenea de palacio para contarles epopeyas y mitos griegos con el fin de que conocieran un poco más sobre su propia cultura”, explica.