Pareciera que la Navidad siempre trae consigo cosas buenas. Cosas bonitas, emociones que se reciben de buena gana, ilusiones por doquier e incluso recuerdos agradables. Desafortunadamente, la imagen idílica de las fiestas que venden las películas de domingo no es más que un espejismo en algunos casos. Echar la vista atrás puede ser un ejercicio angustioso incluso en días tan señalados, y en el caso de Letizia todavía más si se sitúa en las primeras veces que pasó las fiestas en la Zarzuela.

Era evidente que no iba a ser fácil. ¿Cómo iba a serlo? A la grandísima presión de ser la recién llegada a una institución tan encorsetada como es la monarquía cuando se es plebeya, se le sumaban las mil y una cenas familiares protocolarias que vienen con las fiestas. ¿Cómo tenía que actuar? ¿Qué esperaban de ella? ¿Podría encontrar tiempo para estar con su familia directa entre tantos planes borbónicos? Por suerte o por desgracia, no tuvo que esperar demasiado para dar con las respuestas a tantas preguntas.

Poco más de un mes, para precisar. Tan sencillo como hacer un repaso cronólogico a los acontecimientos que se dieron desde el anuncio de su compromiso con el príncipe Felipe. Y es que si a principios del mes de noviembre ya se había oficializado que pasaría por el altar con el heredero, a finales de diciembre, y todavía en calidad de prometida del futuro Rey, le tocaba sentarse a la mesa. Hacer y recibir regalos. Ser una más... Sin ser todo menos una más. Un desafío enorme que resultó en una experiencia de lo más incómoda.

No comprendía las 'desapariciones' de su suegro

Y no solo por el grandísimo asunto que la entrega y recepción de obsequios ya supone. Comenzando por un regalo tan importante como el de su suegra, la emérita doña Sofía que por entonces todavía ocupaba el rol de reina consorte, y que evidentemente la tuvo en cuenta a la hora de hacer sus compras navideñas.

Para agasajar a Letizia, la madre de Felipe eligió algo que sabía 'que necesitaba' si quería hacer frente al frío del invierno. Así lo señaló Pilar Eyre, periodista experta en Casa Real, en su blog de la revista 'Lecturas', donde hizo saber que el regalo elegido, había sido "un pijama de franela muy feo, de vieja". Letizia "no supo qué decir". 

Letizia y Sofía
Gtres

Pero es que aún más perpleja se quedaría la mujer que acababa de apartar el periodismo en su vida para instruirse en las gracias de ser la futura Princesa de Asturias al ver cómo era la relación entre los miembros de la Familia Real. Con especial atención a las dinámicas de don Juan Carlos, por entonces el Rey, pero para ella también su suegro, que también en palabras de Eyre comenzaba en aquellos primeros años de Letizia en Zarzuela, "a considerarse más allá del bien y del mal". Tanto como para, ni corto ni perezoso, llegar a "abandonar la cena familiar para visitar a su amante -Corinna Larsen- y su hijo en su casa de la Angorrilla". 

Una espantada en toda regla leída común por los demás, aunque su nuera la recibiría con la más absoluta estupefacción. "A Letizia, en los primeros tiempos, este comportamiento la asombraba", sentenció la cronista real en su columna, enfatizando el hecho de que "nadie hacía ningún comentario". Punto de partida para entender cómo funcionaban las cosas de palacio, que en esta caso más que despacio... Funcionaban con el silencio. "Ella (en su casa) estaba acostumbrada a discutirlo todo, a veces incluso a gritos", pero en su nuevo hogar todo era distinto. "Los Borbones llevaban sus penas en silencio".

Se enfrentó a una humillante broma de la tía Pilar

El lamento callado, sobre todo de Sofía, puesto que su prometido Felipe estaba más bien ajeno a las motivaciones del patriarca para desaparecer de esta forma tan abrupta. Sobre ello, y una vez que se atrevió a preguntarle a su pareja, él solamente le espetó un "no sé nada" porque "nunca lo hemos hablado". Nada de hablar... Pero sí de bromear. Porque mientras que algunos optaban por decir adiós sin previo aviso a la nueva integrante de la dinastía, otros se atrevían a convertirla en la diana de sus bromas. Véase la desaparecida infanta Pilar de Borbón, hermana mayor del Rey emérito, que refirió al interés familiar por ir a esquiar.

Letizia y Felipe esquiadores
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La cuestión es que lo que presumía de ser un chiste no habría sentado del todo bien a la madre de Leonor y Sofía, que se vio entre la espada y la pared cuando a penas conocía cómo era la personalidad de sus familiares políticos. De ahí que, en el medio de una de aquellas primeras reuniones borbónicas a las que tuvo el placer de asistir, quedase totalmente desconcertada cuando "la antipática tía Pilar le preguntó si iban a ir al Valle"

"Cuando Letizia dijo que no sabía esquiar, soltó una carcajada incrédula y burlona", puso sobre la mesa Pilar en este mismo escrito para el citado medio. Un gesto de lo más desafortunado por el que la Reina "se sintió humillada", con el añadido de la inseguridad que la atormentaba por no fallar ante esa jauría de personajes conocidos de cara a la galería que, a efectos prácticos, no eran más que unos extraños. El primer paso para comprender que integrarse no iba a ser un camino de rosas. Tampoco corto. Veinte años después, con el bagaje todas las reticencias y desencuentros, nadie puede negarle que la misión está cumplida.