El 2024 quedará por siempre marcado en el histórico de los calendarios de la Familia Real por tantas fechas que han invitado a sus miembros a hacer un ejercicio de retrospectiva. A revisar el pasado, con todo lo que ello implica y poniendo el foco en los momentos más destacados. Y es que no solo se han cumplido este junio los primeros diez años del reinado de Felipe VI. Este año es también el de las dos décadas del matrimonio entre él y doña Letizia. Aquella mujer que antaño era leída foránea a las monarquías, y que ahora se mueve como pez en el agua en el terreno de los actos institucionales.
Una forma de proceder, con las necesarias dinámicas de naturalidad y serenidad, que evidentemente no le ha venido dada en un solo día. Llegar hasta este punto de comodidad dentro de un universo tan encorsetado como lo es la realeza. Más todavía cuando nunca se ha tenido contacto directo con él y has pasado treinta años viviendo una vida corriente. Con un trabajo corriente como periodista y e instalada en un diminuto apartamento que poco tenía que ver con la grandeza de un palacio. De pronto, la Letizia de Oviedo, la de toda la vida, tuvo que asistir al trecho que va de ser una más en la redacción a ser cara visible de los actos institucionales. De cronista a protagonista.
Echando la vista atrás, es inevitable no recordar uno de esos eventos que vuelve a ponerla en la palestra cada otoño. Los Premios Princesa de Asturias, presididos por su primogénita Leonor desde el año 2019, pero que antes de que su Felipe ascendiese al trono ponían al ahora Rey en el centro. Así sucedió desde 1981 hasta el 2014, con más de treinta ediciones bajo el nombre de los Premios Príncipe de Asturias, siempre con el heredero como principal reclamo mediático... Hasta que apareció Letizia.
El afligido rostro de Letizia en los Premios Príncipe de Asturias de 2004
Aunque a priori era su primera vez en la ceremonia de entrega de estos particulares galardones, cabe destacar que no era del todo así, pues Letizia ya había estado allí antes. Solo en calidad de informadora, sin que nadie llegase a sospechar que en el 2004 se convertiría ella en el plato principal del menú a ojos de la prensa. A fin de cuentas, todo cambió para ella -y para el resto- desde el momento en el que los Reyes eméritos notificaron el 1 de noviembre de 2003 que su compromiso con Felipe ya era efectivo. Tan rápido se gestarían las cosas en el terreno público que en mayo ya habían pasado por el altar y en octubre ya ocupaba su correspondiente silla en la mesa presidencial.
Mesa presidida, claro está, por su marido. Sea como fuere, desde el momento en el que desde la megafonía del Teatro Campoamor se avisó de la entrada de "Sus Altezas Reales, los Príncipes de Asturias", las miradas las acaparó ella. Incluso la propia periodista de Radiotelevisión Española que narraba el evento ponía el foco en Letizia, la mujer que un año atrás se encontraba en su misma posición.
Por primera vez Felipe estaba acompañado y la presión se palpaba en el aire. Era previsible. No tanto lo fue ver que, en el rostro de la madre de Leonor y Sofía, no había atisbo alguno de la felicidad.
Ese desparpajo y su característica sonrisa, con la que a tantos cautivó en el día del anuncio de su compromiso ante los medios, se había desvanecido. Como de forma progresiva, además. El caso es que si su semblante afligido se atribuyó a una mala noche con fiebre en el día de su boda, no tenía demasiada explicación. Imposible olvidar el gesto de Letizia cuando el príncipe se colocó en el atril para dar su discurso y expresó que "la ceremonia de este año adquiere para mí un nuevo y emocionante significado pues me acompaña por primera vez mi esposa: la princesa de Asturias".
El inolvidable gesto con Felipe en su verdadera 'primera vez'
No solo no hubo ningún intento de levantar las comisuras, sino que justo en ese preciso instante, Letizia lo miró fijamente. Tenía los ojos brillosos, como a punto de echarse a llorar, y tan pronto como comenzaron a sonar los aplausos y vítores del público, ella bajó la cabeza. Clavó la barbilla en el pecho y así la mantuvo durante unos segundos. Seria, impertérrita. Arriba, en el palco de honor, doña Sofía, sentada al lado de su yerno Iñaki Urdangarin, aplaudía feliz y ajena a cualquier disgusto.
El porqué de semejante rectitud nunca ha quedado claro. Quizás la presión de la primera vez, quizás el saberse vigilada por una suegra admirada por todos. Un absoluto misterio. Fruto de la enfermedad o de estar todavía inmersa en un periodo de adaptación, lo cierto es que los últimos veinte años no han caído en saco roto y han valido para disfrutar de una Letizia mucho más asentada y liberada.
Tanto como para tomarse con humor, incluso, la imagen del apretón en el 2003 que toda la prensa recuperó cuando su noviazgo con Felipe fue 'vox populi'. El pasado 2023, cuando se cumplían veinte años de tan icónico momento en el que todavía mantenían su relación en secreto, los Reyes se animaron a recrear la estampa. Con la misma sonrisa de oreja a oreja que dos décadas atrás. La que en el 2004 desapareció de forma abrupta.