Ha vuelto a suceder. Algo más de cinco años después de perder el título de cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, el empresario Donald Trump ha ganado sus segundas elecciones. Un nuevo cambio de rumbo en el escenario político de una de las más grandes potencias mundiales, seguido de cerca desde todas las partes del mundo. Los republicanos vuelven a la Casa Blanca. Y, claro está, también Melania Trump, la mujer del ya confirmado como sucesor de Joe Biden.
Entre la multitud de la fiesta de los convencidos por el partido del magnate americano, la presencia de la exmodelo eslovena no pasó inadvertida. No solo por el apoyo a su marido en un día tan señalado, sino también por determinados gestos que darían a entender que no está del todo contenta con la idea de volver a ser la primera dama. Sin ir más lejos, ni siquiera posó en la foto familiar para el recuerdo que ha publicado en redes sociales Kai Trump, aludiendo al "equipo al completo".
Un equipo del que ella no parece tener demasiada intención de formar parte. Basta con revisar la hemeroteca para entender su desgana, pues según publica el sitio web 'Axios', Melania recuerda su paso por la Casa Blanca como un "auténtico infierno". Y eso que no duró demasiado, pues ya en 2019 dejaron atrás su residencia en la Trump Tower de Nueva York para instalarse en Palm Beach. Concretamente en Mar-a-lago, el exclusivo club propiedad de Trump en el que llevan viviendo desde entonces y en el que, según se ha hecho saber, Melania permanecerá a pesar del triunfo de su marido.
Un complejo de lujo con spa y playa privada
"Acudirá a la Casa Blanca solo para actos ceremoniales, como visitas de Estado", señala el citado medio. Así pues, su residencia seguirá fijada en la costa, donde Melania disfruta de este exclusivo enclave en el que ha pasado los últimos cuatro años de su vida. No es de extrañar que quiera quedarse allí. Basta con ojear la vista panorámica de este opulento complejo, en un terreno de nueve hectáreas, para saber que cualquiera querría alojarse allí.
Pero no cualquiera puede, porque aunque este lujoso enclave es propiedad de Donald Trump desde 1985, en los 90 quedó convertido también en un club de lujo. De este modo, solo los miembros del mismo -cuya tarifa de entrada ascendió a 200.000 dólares tras el triunfo de Trump en las elecciones de 2016- tienen acceso, y ni siquiera de forma totalmente libre.
Ninguno puede pasar más de 21 días al año en las 'suites' para huéspedes ni más de 7 consecutivos. Algo que no aplica a Melania, claro está, pues es la mujer del dueño. Un rol que le permite convertir este espacio, valorado en unos 100 millones de dólares, en su hogar.
¿Y qué tiene Mar-a-lago tan especial? Que la infraestructura no se queda corta. Todo lo que uno quiera para vivir bien está allí, desde una playa privada hasta un spa, pasando por un amplísimo campo de golf, piscinas y un total de siete pistas de tenis. Todo lo anterior, además de varias 'boutiques' y restaurantes que lo convierten en un paraíso inimaginable para la mayoría de mortales.
Más de 100 habitaciones entre mármol y candelabros
Y si el exterior ya refleja el altísimo nivel de vida que Donald Trump y su familia se pueden permitir a raíz de los beneficios de su increíble imperio empresarial, el interior no es para menos. De hecho, adentrarse en las estancias de este particular 'palacete' es el vivo reflejo de la personalidad del nuevo presidente electo. Ostentación hasta los topes, visible en la decoración de sus incontables estancias. Entre ellas, 126 habitaciones.
A fin de cuentas, la casa principal no deja de ser un edificio histórico, pues fue construido en el año 1927 por la filántropa Marjorie Merriweather Post y tal es su importancia que en 1972 fue declarada digna de conservación. Eso y que ocupa un lugar en el Registro Nacional de Lugares Históricos de los Estados Unidos, que tampoco es poca cosa. Un viaje al pasado que llega a través de los materiales más refinados, con suelos y paredes de mármol, la mayoría procedente de un antiguo castillo de Cuba.
En declaraciones para '¡Hola!', Melania contó en el 2011 que había "comprado muchas de las cosas que ven en las fotografías: cajas, jarrones, muchas cosas", pero siempre poniendo en valor que "algunas antigüedades ya estaban en la casa". Piedra italiana en los revestimientos, tapices flamencos y alfombras orientales, descomunales candelabros colgantes, azulejos españoles e incluso algunos frescos europeos para ornamentar las paredes. Infinidad de elementos, en una incomparable simbiosis de la pompa antediluviana con la riqueza contemporánea.