Por imposible que parezca a día de hoy, hubo un tiempo en el que los miembros de la Familia del Rey estaban muy unidos. Y no solo en lo que se refiere al núcleo duro que hoy día preside Felipe VI en el rol de soberano, y que comprende a su mujer y a sus dos hijas. El resto de personas que forman -o han formado- parte del árbol genealógico de los Borbón y Grecia también fueron protagonistas de grandes uniones. Vínculos inquebrantables que incluso incluían a los familiares políticos, de los que antaño fue cara visible Iñaki Urdangarin.
Porque aunque en primera instancia no suscitó el jugador de balonmano las mejores sensaciones en el seno de Zarzuela, pronto logró el exmarido de la infanta Cristina definir su hueco dentro de la estirpe. Un hueco cuya desaparición difícilmente hubiera augurado años después de pasar por el altar con la hija de Juan Carlos I y Sofía de Grecia en 1997. No obstante, en el periodo que permaneció el de Zumárraga dentro de la ecuación, no le faltó ocasión de encontrar una fiel escudera más allá de su mujer: la infanta Elena.
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Las bases de un vínculo que parecía irrompible
El aterrizaje fue forzoso. Siempre lo es cuando alguien ajeno a la realeza traspasa los férreos muros de una institución tan sólida. Una institución cargada de tradiciones y protocolos a los que acogerse, también, de modo que nada mejor que dar con los apoyos necesarios dentro del cerco. Y en Elena, la mayor de los tres hermanos nacidos del matrimonio entre los eméritos, pudo identificar Iñaki el suyo. Sin saber, claro está, que toda su confianza terminaría desmoronándose.
El caso es que echar la vista atrás remite a mucha complicidad antes de que todo saltase por los aires. Sobre todo en la época posterior al 2009, cuando la primogénita de don Juan Carlos puso en pausa la convivencia con Jaime de Marichalar, del que se divorciaría un año después. "La infanta Elena comenzó a gozar de más libertad, con más facilidades para moverse, viajar, organizar planes", recogía la periodista Silvia Taulés en el digital 'Vanitatis' sobre aquella época. Lo anterior, además de la capacidad de "aparecer cuando su hermana pequeña lo necesitaba".
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Y probablemente nunca la necesito más que cuando su imagen pública comenzó a romperse en pedazos con el estallido del caso Nóos. La suya, y la de Urdangarin -figura principal del entramado de corrupciones-, claro está. De ahí que, a pesar de todo y de cuan 'perjudicial' pudiera ser para ella estar a su lado de cara la galería, Elena no falló a su compromiso. Hasta el punto de viajar a Ginebra en el verano de 2018 para arropar a su hermana, justo después de ingreso de Iñaki en la prisión de Brieva.
Un punto de apoyo indispensable en los años de prisión
Todo lo relacionado con la cárcel se hacía un mundo y el añadido de la presión mediática por tratarse de personas tan próximas a la Corona. Y de nuevo Elena quiso ayudar a su cuñado en la medida de lo posible a poder lidiar con tan angustioso trance. Tanto como para ser ella su anfitriona en la víspera a su entrada en el centro penitenciario, en la que sería una noche muy complicada para ambos.
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"No podía dormir y hablaba y hablaba", contaban allegados de la familia al medio antes citado, detallando que la infanta y el exmarido de Cristina "tomaron infusiones y trataron de pasar el tiempo lo mejor posible". Y por si lo anterior no fuese suficiente reflejo de su cercanía, también fue la casa de Elena el lugar al que Iñaki acudió en su primer permiso. E incluso a partir de enero de 2021, cuando por fin se le concedió el permiso para dormir en un centro en Alcalá de Henares entre semana, había muchos fines de semana qué pasaban juntos.
La traición que lo cambió todo para siempre
Qué tan grave pudo pasar para que esta conexión entre cuñados quedase radicalmente fulminada, se preguntarán los más ajenos al devenir de la historia. Más todavía a sabiendas de que, una vez que consiguió el tercer grado y se pudo trasladar a Vitoria, la infanta seguía viéndose con él siempre que su papel como Directora de Proyectos Sociales y Culturales de la Fundación MAPFRE le permitía ir hasta allí. Hasta aprovechaban sus encuentros para ir a misa y tomar el aperitivo.
Pero hubo un punto de inflexión. Que en realidad, no fue otra cosa que el mismo punto de inflexión que terminó con el matrimonio del exduque de Palma con su hermana: la infidelidad. Y es que cuando vio la luz la deslealtad a Cristina con la abogada Ainhoa Armentia nada volvió a ser lo mismo. Menos todavía con Elena, que también sintió la traición como suya por toda la confianza y ayuda que le había brindado. De nada importó todo lo vivido tener claro con quien posicionarse. Y nunca más le dirigió la palabra.