Cuando Isabel Preysler se casó por primera vez, apenas era una adolescente asustada que lloraba sin saber qué sería de ella y del bebé que llevaba en sus entrañas. La filipina se casaba embarazada y lo hacía, por un lado, por el qué dirán del 1971 y, por otro, por un amor ciego a Julio Iglesias, al que apenas conocía. Y es que su noviazgo fue visto y no visto. Hasta el punto que, cuando el cantante anunció boda, pocos sabían que tenía novia. 

El embarazo fue ocultado por todos los medios posibles. De hecho, no ha sido hasta muchos años después cuando Isabel Preysler ha desvelado que se casó encinta. Durante tres décadas, la versión oficial fue que Chábeli fue un bebé prematuro. Un bebé prematuro de cuatro kilos, que fue lo que pesó al nacer.

La deslucida boda de Isabel Preysler y Julio Iglesias

Si se hubiera sabido que Julio Iglesias, que empezaba a ser toda una figura en la música, se casaba con su novia embarazada, habría sido todo un escándalo; así que entre todos se convino que no se diría nada y que había que preparar una boda de inmediato. Era una verdadera cuenta atrás, pues la menuda novia debía caminar hacia el altar sin que se le notara nada. Si no, toda la estrategia habría resultado un fracaso.

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Fue una boda por la iglesia, en una capillita de Illescas, Toledo, tan pequeña, que apenas dejaba espacio a los protagonistas del día. Isabel Preysler tuvo que abrirse paso a codazos hasta llegar al novio. ¡Con lo que ella tenía encima! La novia, en un mar de lágrimas, lloraba y todos pensaban que la emoción la embargaba. Y sí y no. Ese 29 de enero de 1971, en su interior convivía un verdadero torbellino emocional: amor, miedo, inseguridad, ilusión… todas esas emociones entremezclándose aquella fría mañana de invierno en un pueblecito manchego, así que es normal que las lágrimas brotaran sin cesar de los ojos de la chica Manila. 


 

Como había que disimular el vientre de la novia, Mercedes Sorjel diseñó para ella el vestido idóneo, con un lazo de raso que envolvía la cintura y una falda que caía amplia y sin ceñirse al cuerpo. Un modelo de lo más sencillo, con cuello vuelto, manga larga y un pequeño volante de color champán, a juego con el lazo de la cintura. Del espeso cabello, recogido en un voluminoso moño, nacía un bonito velo de tul que llegaba hasta el suelo. La reina de corazones se hizo ella misma su ramo de flores, escogiendo cinco discretas rosas blancas. 

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Tras aquella ceremonia, Isabel Preysler y Julio Iglesias marcharon de viaje de novios a Gran Canaria; y después empezó su vida en común. Unos años en los que ella tuvo que dedicarse en cuerpo y alma a su familia; porque el artista no contemplaba otra opción. Él, celoso y demasiado tradicional, no quería que su mujer tuviera otro trabajo fuera del hogar; Julio, por el contrario, hacía todo lo que no le permitía a su esposa y un poco más. Conforme pasaban los años, la infelicidad se apoderaba de una Isabel que no vino a España para ser madre y esposa, sino para ser una profesional y tener una vida de lo más estimulante. 

La boda secreta de Isabel Preysler y Carlos Falcó

Tras infinitas infidelidades por parte de Julio, el matrimonio se separó en 1978; cuando, lo cierto, ella ya había empezado a conocer al que sería su siguiente marido, Carlos Falcó. 

Dicen los hijos de Isabel Preysler que ahora, en 2024, cuando la socialité tiene 73 años, es la primera vez que la ven soltera. Y lo cierto es que así es. La filipina ha encadenado romances con aparente facilidad.

Si en 1978 se separaba de Julio Iglesias, en 1980 daba el ‘sí quiero’ a Carlos Falcó, en una ceremonia que no tuvo nada que ver con la primera. Los nuevos enamorados tuvieron que esperar hasta que se declaró nulo el matrimonio de Isabel y el artista; y, una vez lo obtuvieron, lo organizaron todo para su íntimo enlace. 

Isabel Preysler y Carlos Falcó
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Fue una boda celebrada el 23 de marzo de 1980 en la diminuta capilla de la finca Casa de Vacas, en Malpica de Tajo (Toledo), que era propiedad de Carlos. El grupo de invitados no pudo ser más reducido, tan solo los padres de Isabel, sus tres hijos -más la cuidadora de estos-; los respectivos retoños de Falcó, los hermanos del marqués de Griñón y su madre. Fue una boda que trató de protegerse, para que la información no saltara a la prensa. Los trabajadores de la finca pensaban que se organizaba una fiesta familiar, pero desconocían el significado oculto de la misma. Solo así lograron mantener en secreto el gran día. 

Para Isabel Preysler la intimidad era muy importante. Ella, siempre discreta, habría querido tener esta privacidad en su primer ‘sí, quiero’, pero fue imposible. Por eso sabía que si volvía a contraer matrimonio, las cosas serían muy diferentes.

Para su segundo look nupcial también quiso algo totalmente diferente, se diría que opuesto. La reina de corazones volvía a casarse una década después de aquella primera boda y la moda había cambiado considerablemente. Ya no quería parecer una muñequita delicada, sino una mujer poderosa que empezaba un nuevo capítulo del libro de su vida. Un nuevo capítulo mucho más estimulante y divertido, por eso optó por el poco protocolario rosa para su vestido de novia. En esta ocasión, el encargado de diseñar el modelo fue Jorge Gonçalves, que imaginó para la atrevida novia un modelo salmón, realizado en crepé georgette, falda plisada, y delicados encajes tipo Valencinne en cuello y mangas. 

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Fue una boda casi sorpresa para los invitados, que supieron con poquísima antelación que presenciarían un ‘sí, quiero’. Todo fue privado y discreto; hasta el maquillaje y el peinado de la novia lo fueron. Y es que Isabel, para evitar que el enlace se filtrara a la prensa, y con el mal recuerdo de su anterior boda, quiso que esta fuera todo lo contrario, así que optó por hacerse ella misma la sesión de peluquería. Quizás, por no ser profesional de los secadores y las horquillas, la ‘socialité’, que ese día se convertía en marquesa, llegó con 45 minutos de retraso al enlace. Una novia que hizo esperar y que (casi) desesperó a los escasos invitados. 

Se comió generosamente y se bebió de manera aún más generosa, gracias al vino de las bodegas de Griñón. En el privadísimo banquete se degustaron varios corderos asados y mariscos de la mejor calidad. El postre corrió a cargo de todo un buque insignia de las pastelerías en Madrid, Embassy.

Preysler logró su objetivo. De aquel enlace jamás ha trascendido una sola foto. La madre de Enrique Iglesias debe de custodiarlas fielmente en sus preciados álbumes en su mansión de Puerta de Hierro. Todo lo que sabemos es por descripciones que se fueron haciendo, pero nadie fuera de su entorno familiar y de amistades ha visto ese misterioso segundo vestido de novia. 

En 1980 se casaban y solo un año más tarde, Isabel Preysler y Carlos Falcó daban la bienvenida a su única hija en común, Tamara. Era una pequeña deseada y querida, tanto por sus padres como por sus numerosos hermanos, tres por parte de madre y dos por parte de padre. Cuando todos se juntaban en el chalet de El Viso, la casa parecía un colegio, llena de juegos y gritos. Pero aquellas voces pronto se acabarían. 

De negro y rEpartiendo las fotos, la boda de Isabel Preysler y Miguel Boyer

En 1985, y tras las amenazas de la banda terrorista ETA, los hijos mayores de Isabel Preysler, Chábeli, Julio y Enrique, abandonaban España. La seguridad de los niños era lo primordial y estos tendrían que dejar a su madre en Madrid para iniciar una nueva vida en Estados Unidos junto a su padre. Fue una época en la que Isabel se sintió tremendamente desgraciada, aunque, al mismo tiempo, renacida en un nuevo amor...

En 1982, durante una comida en la casa de una amiga en común, Isabel Preysler conoce al que será el gran amor de su vida, Miguel Boyer. Ella está casada con Carlos y tiene una bebé con él; el político también tiene mujer e hijos. Pero, pese a todos los impedimentos, estas dos personas no pueden evitar sentir una absoluta fascinación el uno por el otro, y acaban viviendo su amor de manera clandestina.

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La relación furtiva de Boyer y Preysler no fue cuestión de un par de meses. No. Su relación se prolongó en secreto durante tres años, pero fue en 1985 cuando acabaron haciendo público su romance. Ese año, Isabel se despedía de sus hijos mayores y lloraba en el hombro de Miguel Boyer, que había roto su matrimonio con la doctora Elena Arnedo, con quien tuvo 2 hijos.

Ya no iban a seguir escondiéndose. Isabel dio un paso al frente y venció a la culpa. Dejó a Carlos Falcó e inició, de manera pública, su noviazgo con Miguel Boyer. Tardarían tres años más en legalizar su unión.

El 2 de enero del año 1988, en los juzgados madrileños, los enamorados pasaban a ser un matrimonio con todas las de la ley. De nuevo, volvió a ser una boda secreta; pero, en esta ocasión, Isabel Preysler sí compartió instantáneas del enlace. Los contrayentes quisieron que la prensa tuviera las fotos de ellos convertidos en marido y mujer, con el fin de acabar con las especulaciones de si habían o no habían hecho una exclusiva. Nunca la hubo, y ellos, de manera desinteresada, facilitaron las imágenes.

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Así, pudimos ver a una Isabel Preysler que escogía el negro para su tercera boda. Esta vez, no trascendió el nombre de la persona detrás de este traje de chaqueta con manga abullonada, ribetes de visón y falda globo. Un look nupcial de lo más regio y completamente diferente a los que había lucido. No quería mandar un mensaje equivocado, pues bastantes críticas estaba ya recibiendo Boyer, un político socialista, al casarse con una de las musas del ‘cuore’. Esta fue su apuesta personal para dejar bien claro que su amor por el exministro operaba fuera de lo banal, que siempre se le adjudicaba.

En 1989 volvieron a ser padres. Ana sería la última hija tanto para uno como para la otra, fue la pequeña de una familia diferente a cuantas había en los ochenta en España, y se convirtió en el miembro más querido y protegido de todo el clan.

A Miguel y a Isabel el amor les duró hasta lo que prometieron, hasta que la muerte les separó. Boyer falleció el 24 de septiembre de 2014, y Preysler quedó completamente rota de dolor. Había perdido al hombre más importante de toda su vida. El hombre por quien mintió y vivió una doble vida. El hombre que la hizo tremendamente feliz y que, tras su falta, la dejó sin guía.