Brusca y antipática. Aunque también, solidaria y campechana. Hablar de Pilar de Borbón, la hermana mayor de Juan Carlos I, es hablar de la dicotomía, de los contrarios. De los gestos de cariño, pero, a la vez, de los mohines. Tan contraria como el emérito, no es de extrañar que ella fuera quien mejor le entendió siempre.
Pilar Eyre es una de las periodistas más directas a la hora de describir la compleja personalidad de la infanta, de ahí que nos ofrezca todos estos adjetivos a la hora de definirla. La polémica Pilar de Borbón, criada en el exilio y capaz de renunciar por amor a su lugar en el trono, fue, durante años, una persona esencial en la vida de su hermano hasta su fallecimiento en el año 2020. Viuda de manera prematura, madre de cinco hijos y eterno faro para los Borbones, la suya fue una vida de todo menos en la sombra.
Pilar, la princesa (en el exilio) destronada
Bajo el signo de Leo, el 30 de julio de 1936 viene al mundo la primera hija de don Juan de Borbón y de María de las Mercedes de Orleans. El bebé nace en Cannes, donde pasa los primeros meses de su itinerante vida, porque ella, como el resto de sus hermanos, nacen en condición de exiliados. Con la proclamación de la II República, sus padres tuvieron que abandonar España. De los cuatro hijos que tuvieron los entonces príncipes de Asturias, ella fue la única que nació en Francia, puesto que el resto de sus hermanos y hermana, Juan Carlos, Margarita y Alfonso, vinieron al mundo en Roma.
De Italia, pasando por Suiza hasta llegar a Portugal, donde su familia se instaló definitivamente. Estoril fue el lugar escogido por estos reyes en el exilio que no tenían corona ni la tendrían jamás. Solo accedería a ella su hijo, Juanito; quien, de la noche a la mañana, se convirtió en el gran protegido por todos menos por su propio padre, que vio como Franco le elegía su sucesor, pasándole a él por encima.
Fue un desplante en toda regla que supuso una escisión en la familia. Lo cierto, es que don Juan experimentaba entonces lo que la propia Pilar vivió en sus propias carnes cuando ella pasó de ser la heredera a la hermana del heredero tras el nacimiento de su hermanito. Aunque ella, con la naturalidad de los niños, entendió cuál iba a ser su lugar en el mundo. Nada de primeras posiciones, nada de privilegios. Ella sería, para siempre, la segunda. Aun siendo la mayor. Pero esto no le chirrió, era lo que debía ser. La niña se lo tomó con muchísima más deportividad que su propio progenitor. De hecho, para ella fue un alivio. No quería ser jefa de Estado ni tampoco obtener más responsabilidades de las que estaba dispuesta a asumir. Por aquel entonces, la niña solo conocía una prioridad: sus clases de hípica.
“Pilar de Borbón se solía escapar de su colegio en las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús en Lisboa para poder ir a montar a caballo”, ha desvelado Eyre en sus libros sobre la infanta, que prefería las jornadas a lomos de su corcel que los días entre libros y cuadernos. Tampoco tenía muchas amigas, quienes la consideraban extraña, esquiva y antipática; por lo que sus grandes apoyos siempre fueron sus hermanos, con quienes compartía todas sus inquietudes.
La infanta que quería trabajar y hacer guardias
Era la pescadilla que se mordía la cola. La muchachita no quería estudiar, los estudios se le daban mal, ella se desilusionaba porque no sacaba buenas calificaciones y vuelta a empezar. Nada la motivaba, ni tan siquiera pensar que, si se esforzaba más, podría acceder al trabajo de sus sueños: ser enfermera. Pero era superior a sus fuerzas, el colegio se le resistía.
Viendo que Pilarcita seguía con su idea fija de trabajar en un hospital y que ansiaba ser mucho más que una joven que solo saluda con la mano cóncava en los grandes actos, María de las Mercedes decidió intervenir y usar todos sus contactos para que admitieran a la adolescente en la Escuela de Enfermería de Lisboa; donde se comprometió con su trabajo desde el primer día. No dudó en doblar turnos, ser voluntaria o hacer guardias. En el hospital, Pilar de Borbón era de todo menos una infanta. Aquello le hacía verdaderamente feliz, pues se sentía mucho más cómoda entre gasas y vendajes que maquillándose y eligiendo marido.
La odisea para encontrar marido
Los chicos carecían de interés para ella. Pese a la insistencia familiar, Pilar de Borbón prefería pasar su tiempo libre peinando las crines de su caballo que pensando en los prometedores solteros que la rondaban. Absolutamente ninguno era de su interés. Por mucho que su entorno trató de hacerle entender que Balduino de Bélgica era un gran partido, para ella resultaba un jovencito que carecía de atractivo. Las familias de ambos hicieron todo para juntarles, forzando una chispa que ya estaba claro que no prendería.
Con quien, para disgusto de sus padres, la cerilla se encendió de inmediato fue con Luis Gómez-Acebo. Rico, sí, de buena familia, también; pero sin conexión con la realeza. Y eso, en una familia como la suya era una auténtica catástrofe. Pero cuando Pilar anunció que iba en serio con ese hombre al que había conocido a través de Simeón de Bulgaria -su mujer era prima del empresario- supieron que poco podían hacer. Era el primer novio serio que les presentaba; aunque, a decir verdad, era el primer novio que le conocían. Punto. Si no era ese, no sería ningún otro.
El amor de su vida, un empresario que la dejó demasiado pronto
La pareja se dio el 'sí quiero' en 1967 en Estoril. Para casarse con alguien ajeno a la Corona, Pilar renunció a su lugar en derecho al trono. No le importaba. Era el menor sacrificio que podía hacer para obtener la mayor recompensa: una vida junto al hombre que amaba. Los dos habían dejado atrás los 30 años y, muy probablemente, los familiares de ambos les imaginaron solteros de por vida. Pero el destino tenía otros planes para ellos. Se encontraron y formaron una gran familia.
En total, el matrimonio tuvo 5 hijos, Simoneta, Juan, Bruno, Beltrán y Fernando. Todos unidos y muy cercanos a su madre, que se quedó viuda muy joven, con solo 57 años. El matrimonio no pudo envejecer junto, un cáncer linfático acabó con la vida del empresario. Pilar no volvió a enamorarse, y trató de ocupar su tiempo haciendo aquello con lo que tanto había disfrutado de jovencita: ayudar a los demás.
Fundó varias organizaciones, entre ellas el popular Rastrillo Nuevo Futuro, una tradición a la que sus hijos y sus sobrinas siguen ligadas. La infanta Elena es una de las incondicionales de este proyecto al que, año tras año, continúa acudiendo.
Elena siempre fue su sobrina más cercana. La mayor de Juan Carlos y ella compartían una forma de ser muy parecida, seca y campechana a la vez, cercana pero esquiva; amantes de los caballos y poco dadas a las frivolidades de la coquetería.
Los papeles de Panamá
Uno de los momentos más críticos de su vida tuvo lugar en 2016, cuando su nombre apareció en los polémicos Papeles de Panamá. Este escándalo financiero señaló a numerosas personalidades del mundo del espectáculo, de los negocios y sí, también, a la tía del Rey como usuarios de sociedades pantalla para, de este modo, evadir impuestos. Pilar, sin alarmarse lo más mínimo, reconoció haber mantenido abierta, nada más y nada menos, que 40 años una sociedad opaca en este paraíso fiscal. “Yo no hago ningún escándalo, el escándalo lo hacen ustedes”, dijo entonces. Curiosamente, la infanta tomó la decisión de cerrar la sociedad tan solo cinco días después de que su sobrino hubiese sido proclamado nuevo Rey de España.
Tras eso, sus apariciones fueron descendiendo. Cada vez se la veía y participaba menos en la vida pública. En 2019 se le diagnosticó un cáncer de colon, que la volvió aún más casera. Se permitía poquísimas apariciones, su amado Rastrillo y poco más. Finalmente, la tía de Elena, Cristina y Felipe murió el 8 de enero de 2020; tan solo tres días después del cumpleaños del su queridísimo Juanito. Juan Carlos lloró la muerte de su hermana mayor y la pérdida de una de sus grandes guías vitales.