Cuando el nombre de Bárbara Rey ocupa todas las páginas de la crónica real, no hay más remedio que revisar los amores pasados de Juan Carlos I. A fin de cuentas, no viene de ahora ese idilio del que tanto se habla, pues las imágenes de los tórridos encuentros el exmonarca y la vedette que vieron la luz en la revista holandesa 'Privé' datan del 1994. La década de los 90, una época de esplendor para el antiguo jefe de Estado en el terreno romántico, siempre a espaldas de doña Sofía y con un listado de amantes en el que figuran otras tantas mujeres. Algunas más y otras menos conocidas. Entre ellas, Marta Gayá.
Natural de Palma de Mallorca y nacida en 1948, esta hija de un empresario hotelero nunca hubiera auspiciado que terminaría teniendo una relación con el mismísimo Rey. Mucho menos que, a pesar de la discreción pretendida, su rostro terminaría por colmar el papel 'couché' cuando las infidelidades de Juan Carlos eran cada vez menos secretas. Y es que, siempre con el permiso de la alemana Corinna Larsen, el de Marta será por los restos de los restos uno de los nombres más destacados de su historial amoroso.
Por algo tan sencillo como que lo de Gayá con don Juan Carlos no fue cosa de unos pocos días. Algo que, a toro pasado, parecía ser la tónica de los 'affaires' extramatrimoniales del emérito, o por lo menos aplica la durabilidad a aquellos que sí han terminado por trascender a la prensa. El caso es que para entender cómo comenzó todo entre ellos hay que remontarse a la década de los 80. También procede viajar hasta las Baleares, eterno paraíso estival de los Borbones. Tiempos en los que la emérita, ajena a lo que acontecía fuera en su adorado Palacio de Marivent, estaba asistiendo en primera fila a las entradas y salidas de su marido.
Un amor inquebrantable que nació en Mallorca con la complicidad de la prensa
Como Juan Carlos, aunque salvando las distancias propias de un linaje real, Marta venía de buena familia. Hija de Fernando Gayá, destacado hombre de los negocios con hoteles en el paraíso balear, y habitual de la alta sociedad mallorquina, se casó joven. Con un trabajador de su padre, además. El ingeniero malagueño Juan Mena y ella tan pronto pasaron por el altar como se divorciaron, tras un matrimonio que duró solamente cuatro años. Nunca más pronunció el 'sí, quiero', pero su esbelta y bronceada figura no pasaba inadvertida fuese cual fuese el enclave.
Tanto llamaba la atención que Juan Carlos le echó el ojo hace ya más de cuatro décadas y le pidió a Zourab Tchokotua, miembro de la alta sociedad georgiana y amigo en común de él con Marta, que se la presentase. Bastaron cinco palabras como son "un amigo mío quiere conocerte" para que diese inicio una aventura que tanto les haría gozar y sufrir. De ese primer contacto vendría el segundo. Y el tercero, y el cuarto. Así sucesivamente, hasta que pronto los periodistas que cubrían los veranos de la monarquía en Mallorca tomaron conciencia de este vínculo especial.
Cabe decir que no fue hasta la década de los 90 cuando la extinta revista 'Época' la acuñó como "la dama del rumor". Mucho después de aquellos encuentros del principio, que comenzaron en la casa que el aristócrata José Luis de Vilallonga tenía en Mallorca, y cuando ya era 'vox populi' entre ellos había más que una simple amistad.
Se dice que por la época, en una cena en el Club Naútico de Palma, el Rey se llegó a levantar de su mesa al ver entrar a Gayá con sus padres en el espacio e hizo saber al resto de comensales que iba a "saludar a mis suegros". Un chascarrillo como otros tantos que le valieron las advertencias de su entorno.
Y eso que la lealtad y voluntad de Marta por nunca salir a la palestra remaban siempre a su favor, pero la característica campechanía -e incluso irresponsabilidad- del padre de Felipe VI bastaron para que una nueva humillación a Sofía se hiciese de dominio público. Por aquello de que un viaje a Suiza "con una amiga" le impidiese cumplir con una de sus obligaciones oficiales. En junio de 1992 debía estar presente para firmar la sustitución de Francisco Fernández Ordoñez por Javier Solana como ministro de Asuntos Exteriores. "El Rey no está", reveló el presidente Felipe González para salir del paso ante el desconcierto. No estaba, porque estaba con Gayá.
Encuentros frecuentes más allá de Mallorca y en un ático de lujo
Estaba en Suiza, para precisar. El lugar actual de residencia de su amante fue otro de los enclaves donde pudo el Rey dar rienda suelta a su pasión con la mallorquina. Un enclave ideal para sus tórridos encuentros a espaldas de la emérita, aunque sin olvidar el "torreón del amor" donde se citaban en Madrid. Así acotaron algunos medios al ático que Marta tenía en Madrid, situado en una señorial finca de seis plantas la calle Fuencarral.
Un inmueble de lujo sobre el que 'El programa del verano' aportó todo tipo de detalles en el 2020, como que el espacio comprendía 130 metros de vivienda y 20 divididos en dos magníficas terrazas. Eso y que Gayá lo conservó entre sus propiedades hasta el año 2015, y en el que, según sus vecinos, "pasaba cortas temporadas en la capital y llevaba una vida muy discreta". Tan discretas como podrían ser sus visitas a Abu Dabi ahora, pues algunos apuntan que, a pesar del paso de los años y de que su romance clandestino acabó en boca de todos, todavía mantendrían un trato cercano. Tanto como para seguir viéndose en la actualidad, sin importar la distancia. Si así es, es todavía un enigma por resolver.