Todo iba a ser diferente para Irene de Grecia y, sin embargo, no lo fue. Todo iban a ser bailes, conciertos de piano, excavaciones arqueólogicas y una vida junto a un marido cultísimo con quien formar una entrañable familia. Pero no fue así. La vida, y en este caso, su cuñado Juan Carlos, tenía otros planes para ella…

Irene de Grecia es, sin duda, uno de los personajes más especiales que pueblan el árbol genealógico de nuestra familia real. La historia la ha bautizado como la Princesa Rebelde por proponer un estilo de vida diferente al que imperaba entre los ‘royals’, pero quizás, lo más acertado para referirnos a ella sea emplear el adjetivo con el que sus propios sobrinos empezaron a llamarla, peculiar. La tía Pecu. 

Irene de Grecia, un bebé que no estaba planeado

Estamos en 1941 y toda la familia real griega ha tenido que abandonar su vida en el palacio de Tatoi, en Atenas. Federica de Hannover y Pablo de Grecia han hecho las maletas y huido de su hogar, ante los avances del movimiento Social Demócrata; con el que, la matriarca del clan, tonteó en su juventud. Algo que le  acabó saliendo muy caro. 

El matrimonio de príncipes se instala, primero en Creta y, después, en Sudáfrica; concretamente en Ciudad del Cabo. Ahí, la familia pasa de cuatro miembros a cinco. Aunque no entraba en sus planes ampliar el número de hijos, Federica de Hannover da a luz a su tercera hija, Irene, que recibe el nombre de la hermana fallecida de su marido Pablo. El nacimiento de esta pequeña es toda una sorpresa y, este halo de impredecibilidad impregnará siempre a la menor de los tres hermanos.

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Los hijos mayores del matrimonio, Sofía y Constantino, toman a la pequeña como si fuera un juguete más. La mayor, a pesar de solo sacar tres años al bebé, muestra un incomparable amor maternal hacia esa niña, que ha nacido en el exilio y el ambiente más desfavorable posible. 

Federica y sus tres hijos están instalados en una casa de campo que les han prestado y donde viven rodeados de ratas y cucarachas. Sofía le aparta los insectos a su pequeña hermanita y le hace una promesa: “te cuidaré toda la vida”. Y nunca la romperá. 

Si Sofía había heredado de su madre ese carácter solitario, a Irene le tocó lidiar con un papel aún más difícil, el de ser la última, la recién llegada, la gran olvidada; sobre todo por su madre, siempre más centrada en su marido y en los hijos mayores. Irene tuvo que crecer deprisa y a rebufo de su hermana, tomándola como auténtica referencia vital. 

Espontánea, original y con una sesinbilidad especial para la música

Tras cinco años en el exilio, la familia regresó a Atenas. Había mucho que hacer y mucho que demostrar en un país que había quedado absolutamente empobrecido tras la II Guerra Mundial. Federica de Hannover se esmeró en centrar sus esfuerzos en ayudar a las madres y a sus hijos, y dispuso acciones solidarias por todo el país. Sus vástagos, a menudo, la acompañaban y aprendían de ella este servicio al pueblo, en el que su madre tanto les insistía. 

Quizás, por ese arranque vital tan atropellado; Irene creció siendo una jovencita impetuosa, espontánea y con bastante menos mesura que sus hermanos mayores, que siempre acompañaban a los actos a sus padres; mientras que la pequeña se quedaba en casa, al cuidado de su adorada niñera. 

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Sofía e Irene estudiaron en el mismo internado, Arsakio, aunque cada una destacó en una cosa. Irene se reveló como una gran concertista de piano. Tenía un don para la música y, a través de esta vía, daba salida a su carácter diferente y único. Un alma creativa que aprendió que en las teclas blancas y negras podía encontrar un vehículo para transmitir sus emociones sin pecar ni de inoportuna, ni de impertinente; algo que siempre le echaba en cara su estricta madre. 

Sin duda, su buen oído para la música era su gran don; de ahí que una de las primeras figuras de la música, Gina Bachauer, la escogiera como alumna, y la hiciera brillar en sus carrera como concertista profesional. 

La joven Irene también dio rienda suelta a su curiosidad arqueológica, participando en alguna que otra excavación cercana a su casa, el palacio de Tatoi, a las que también acudió Sofía para conocer, más en profundidad, la herencia cultural de sus ancestros griegos. 

Irene de Grecia poseía un caracter impetuoso y decidido, curiosamente como el de su madre, y, a la vez, algo que esta detestaba de ella. Al haber sido la última de los tres hijos, había podido dar rienda suelta a muchas de sus pasiones y desarrollarlas sin la presión del que está llamado a reinar. No iba a ser el caso de Irene, pero sí que existía una manera de poderlo hacer el día de mañana: casarse con un heredero. 

Juan Carlos I, entre dos amores: Sofía e Irene

En 1954, la instigadora Federica idea el crucero Agamenon para que unir a las monarquías europeas tras el fin de la II Guerra Mundial y dar a conocer el potencial turístico de Grecia. Aunque las intenciones de la princesa, en realidad, son otras muy distintas: hacer parejas entre los cachorros de la realeza. Y, por supuesto, sus hijos fueron los primeros en embarcar. 

Federica no quiere ni pensar que su hija se dedique a ser pianista. Quiere que se case con un hombre de buena posición y, si es un heredero, mejor que mejor. Irene, entonces adolescente, mira ilusionada a Maurice de Hesse, Miguel de Orlèans, Harald de Noruega y sí, también a Juan Carlos I. Con todos existió cierto acercamiento, alguna que otra conversación por carta, discretos ‘roneos’ de la monarquía que se quedaron en nada, aunque, con el español, fue mucho más que un simple interés…

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“Cuando ocurrió la tragedia de la muerte de Alfonsito, los padres de Sofía invitan a los condes de Barcelona a la isla de Corfú y ahí Irene se enamora de Juan Carlos”, opina Pilar Eyre en su canal de Youtube. Se da entonces una complicada situación puesto que el príncipe no sabe por cuál hermana decantarse, porque, como señala la periodista, “coqueteaba con ambas”.

Finalmente, la decisión parece que le vino dada. Su abuela, Victoria Eugenia, fue quien le animó a que se decantara por la hermana mayor y que se olvidara de la pequeña. Y así hizo. Pero esta decisión causó un gran dolor en Irene. “Irene no se ha curado nunca de ese amor”, sentencia la periodista catalana. “Y, cuando este amor es tan persistente, acaba convirtiéndose en una enfermedad crónica”. 

Los amores frustados de Irene de Grecia

Juan Carlos no salió de su vida y, por lo tanto jamás pudo olvidarse de él, más bien todo lo contrario. Le tenía más presente que nunca. En 1962 se casa con la princesa Sofía en una boda en Roma a la que todos asisten colmados de alegría y de ilusión. Por supuesto, la concertista de piano también se alegraba por su hermana y trató de distraerse pensando en otros chicos que también le procuraron un interés momentáneo. Pero, cuando todo parecía ir bien… su cuñado entraba en acción y lo echaba todo por tierra. 

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No ocurrió una vez, sino dos. Y ambas fueron de lo más dolorosas para ella. Primero le ocurrió con Gonzalo de Borbón, primo de Juan Carlos, quien le hizo descartar el cortejo a Irene. “Si sigues adelante con mi cuñada, te expulso de España”, asegura Pilar Eyre que le dijo el rey a su pariente “más golfo” para cortar, de manera tajante, semejante flirteo. Él obedeció y ella se quedó sin ilusión. 

Después de este plantón, llegó el que, quizás, fue el más doloroso para la sensible Irene. Avanzamos en el tiempo hasta los años 70. Irene ya no vive en Grecia, después de que se haya instaurado la república y de que toda su familia haya sido obligada a partir de tierras helenas. La joven vive una vida sin ataduras entre la India, Reino Unido (donde se instala su hermano Constantino con su mujer y sus hijos) y España, donde su hermana mayor es reina consorte. Es en una de estas visitas a Madrid donde conoce a un hombre culto, refinado y con pasado jesuita. Los dos se entienden de maravilla y comparten pasión por la música, de hecho, él es director general de Música y Danza del Ministerio de Cultura. El afortunado no es otro que Jesús Aguirre, que acabaría casado con la duquesa de Alba, después de resultar ahuyentado por un Juan Carlos I de lo más furioso. “Oye, tú, deja en paz a mi cuñada, que es una inocente y todo se lo cree... No la enredes, no quiero que vuelvas a llamarla”, escribe Pilar Eyre de esta conversación que acabó con la posibilidad de que la princesa griega pudiese formar su propia familia. 

Vida en la India y muerte de su madre

“Resulta imposible vivir conmigo”, empezó a repetirse Irene de Grecia. Una letanía que, de tanto la dijo, se la acabó creyendo. Y empezó su vida volcada en los demás. En esta etapa, siempre con la maleta hecha, pasó largas temporadas en Madrás, la India, donde creó la Fundación Mundo en Armonía y potenció su lado más solidario y místico; un aspecto de su personalidad que quedaría muy marcado a raíz de entonces. Fue una etapa que compartió con su madre, puesto que Federica de Hannover también era de lo más espiritual. Ella creía en las energías y en las presencias del más allá, de hecho, solía decir que hablaba con el espíritu de su esposo y que este solía hacerle entrega de mensajes para sus tres hijos. 

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En 1981, Federica de Hannover fallece en Madrid tras someterse a una operación en los párpados. Irene se queda descolgada. Había pasado toda su vida al lado de su madre, por lo que había perdido a ese faro de guía. Entonces inició una nueva etapa en la que, poco a poco, fue pasando más tiempo con su segunda madre, su hermana mayor. Irene dedicaba gran parte de su año a estar en Madrás, y, después, a pasar largas estancias en España, Londres junto a Constantino y, también, en Atenas, donde adquirió un pequeño piso. 

La tía Pecu de Elena, Cristina y Felipe

La presencia de Irene de Grecia se convirtió en más y más habitual para sus sobrinos para quienes ya era una indispensable de Zarzuela, donde comparte dependencias con la reina emérita. Su actitud ante la vida, su estilo bohemio y la manera de comportarse le valió de todos el ellos el sobrenombre de tía Pecu, un apodo cariñoso y divertido que es de los pocos detalles de su intimidad que han trascendido.

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Poco a poco, las estancias en Madrid se volvieron más continuadas y, desde hace años, vive con su hermana. Irene dejó su pasaporte en la mesilla de noche y se limitó a ser la sombra de Sofía. Siempre había procurado no destacar, a pesar de su original personalidad, pero, conforme fue sumándose a la agenda de su hermana, trató de volverse aún más invisible

El 'mal del olvido' de Irene de Grecia

En 2023, la revista Lecturas llevó en una de sus portadas la preocupación de la Familia Real por la salud de uno de sus miembros más queridos. Irene de Grecia padecía el mal del olvido, de ahí que, en sus últimas salidas en público, tanto su hermana, así como sus sobrinos e incluso Letizia, habían estado prestándole especial atención y mimo. 

En julio de 2024, en la visita a Grecia de Sofía para atender a la inaguración del Museo Arqueológico de Eleuterna (Creta), su hermana era conducida, mientras permanecía sentada en una silla de ruedas. 

Irene, que probablemente ya no recuerde aquella frase que solía decirse, ha comprobado como nunca fue verdad. “Resulta imposible vivir conmigo”, salvo si esa persona se llama Sofía y le hizo una inquebrantable promesa de niñas.