“Lola invitaba a todo el mundo a su casa”. Ese hogar en La Moraleja vio absolutamente de todo, incluso, el final de tres de sus inquilinos. ‘El Lerele’ fue la niña bonita de todas las propiedades que tuvieron Lola Flores y su marido, Antonio González, ‘El Pescaílla’, pero, desde hace ahora 6 años, ya no pertenece a la familia. 

Cuando el clan Flores aterrizó en los años 80 en La Moraleja, la pusieron patas arriba. La urbanización, que fue puesta en marcha por el padre de Ana Obregón, fue, durante muchos años, el refugio de los ricos y famosos que no solo buscaban exclusividad, sino, además, paz. Lola y su familia dejaban el centro caótico de Madrid, en busca de un hogar más amplio y en el que sus hijos pudieran disfrutar de las bondades de tener un enorme jardín y una piscina, el gran lujo de la época. 

Una mudanza que acabó empañada por el peor trago para Lola Flores

Los González Flores se establecieron en este chalet de 626 metros cuadrados al que, como no podía ser de otra manera, bautizaron como ‘El Lerele’, en homenaje a la canción de Lola y Antonio. La familia empezaba una nueva etapa vital en la que la artista dejaba atrás su polémico encontronazo con Hacienda, cuando esta llegó a pedir “una peseta a cada español” para saldar su cuantiosa deuda. Y es que, la jerazana dejó de pagar 28 millones de pesetas al Fisco, entre los años 1982 y 1985, de ahí que el fiscal solicitara dos años y un mes de prisión, así como una multa de 96 millones de pesetas, más una indemnización de 50 millones. 

"Voy a pagar los 28 millones, porque eso era lo que realmente debería. Sí, estoy satisfecha. Yo quiero que me dejen en paz. Los voy a pagar, gracias a Dios, porque el trabajo no me falta, y que no se acuerden más de mí", aseguró, tras haber pactado con Hacienda. Para ello, vendió un terreno y aumentó su presencia en medios y en galas. Cuanto más facturaba, más cerca estaba de acabar con esa pesadilla que la atormentaba. 

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Finalmente, tras poner a la venta su casa en María de Molina, Lola y toda su troupe se marcharon a las afueras. Aquel piso, situado en una calle en la que también abundaba el famoseo patrio, fue el epicentro de las primeras fiestas que La Faraona organizó en casa. Donde lo mismo podía estar Carmen Sevilla y Marisol -madrina de Lolita- que actrices de Hollywood ansiosas por conocer el auténtico duende andaluz. Y a todos les decía que se viniera, mientras Juanito ‘El Golosina’ marcaba los compases con las palmas. Cuando el camión de mudanzas partió hacia La Moraleja, la calle quedó en completo silencio, pero, también perdió, una gran fuente de alegría.

Un chalet de más de 600 metros cuadrados, en una parcela de 2000 

No existía arrepentimiento alguno. La morriña por el pasado pronto dejó espacio a la ilusión por los nuevos comienzos. Lola ya tenía a sus tres hijos adolescentes y, en La Moraleja, pensó que era el mejor lugar en el que podía acabar de criarles. 

La vivienda tenía espacio de sobra con esas cinco habitaciones que Lola y sus hijos decoraron a su gusto. Dos plantas que los González Flores llenaron de recuerdos, y un exterior donde las risas podían seguir llenándolo todo. ‘El Lerele’ contaba con una zona de porche, de estilo rústico, con suelos de gres y robustas vigas de madera, en las que las plantas se enredaban y aportaban frescor al espacio, recordando a esos patios de la infancia de Lola. 

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Lo mejor que tenía la vivienda, que fue tasada en 3 millones de euros, era su exterior. 2000 metros cuadrados, de los que 626 habían sido ocupados por la vivienda, lo que dejaba espacio de sobra en el jardín para una piscina o, incluso, para poner una pequeña cabaña.

La cabañita de Antonio Flores

La cabañita de madera fue una construcción que Lola Flores quiso que tuviera su hijo Antonio. El vínculo entre madre e hijo era tal que necesitaba tenerle cerca, y este, que ya para entonces andaba con problemas de abuso de sustancias, se sintió aún más arropado por su familia. Con esta casita, Lola lo tenía a un solo paso, apenas cruzando el jardín, pero, también, le mantenía vigilado. Deseaba cuidarle y ofrecerle un refugio y sabía que, con su problema, no podría estar mejor que cerca de su madre. 

En 1995, a toda la familia Flores se le para la vida cuando, en brazos de su secretaria, La Faraona fallece en la madrugada del 16 de mayo. Murió tranquila y en casa. Así lo deseó la propia artista. Quería marcharse rodeada de las personas más importantes para ella, y deseaba hacerlo en la intimidad de su domicilio, el hogar en el que fue tan feliz.  
 
Llevaba 20 años enferma del cáncer de mama, que, finalmente, acabó con su vida; y todo el clan, así como los amigos más cercanos, sintieron que se les resquebrajaba el alma. Ella había sido la guía de todos ellos, y, ahora, debían a aprender a andar en la oscuridad. 

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Algunos no fueron capaces. Su hijo Antonio se hundió en un pozo de tristeza y de desesperación. Se metió en una espiral de autodestrucción de la que no supo salir y, 15 días más tarde del fallecimiento de su madre, el cantante y compositor, padre de una niña de 5 años, era encontrado muerto en esa casita de madera que su madre construyó para él. 

Antonio Flores necesitó marcharse con ella. No aguantó esta vida sin su madre y una sobredosis de barbitúricos y alcohol le llevó a su lado. La muerte del artista dejó de lo más hundidas a sus dos hermanas y a su padre. "Mi madre no podía vivir sin mi hermano, y mi hermano sin mi madre. Si hubiera sido al revés, creo que hubiera tardado poco mi madre. Mi hermano se murió de amor, como dice la canción", contó Lolita en 'El musical de tu vida'; al repasar el episodio más trágico de su existencia. 

"A mí me salvó que tenía dos hijos, que tenía mi trabajo. Me salvaron mis amigos, me salvó el volverme loca durante un año y medio o dos, sin salir y sin dejar a mis hijos desamparados", añadió entonces. 

Tanto Rosario como Lolita buscaron la manera de salir adelante. Las dos se emplearon a fondo en conservar los recuerdos buenos y alegres vinculados al icónico chalet y construir algunos nuevos. Como las hermanas no querían dejar solo a su padre, las dos se instalaron en la casa. Las González Flores separaron los espacios para tener dos viviendas independientes pero seguir unidas. Finalmente, Rosario acabó adquiriendo toda la propiedad y este fue su hogar hasta que, en 2018, anunció que la vendía.

El precio de salida marcado eran 3 millones de euros, pero no lograron convencer a ningún comprador, por lo que el mercado la obligó a bajar la oferta hasta los 2 millones. Finalmente, y por 1.95 millones de euros, fue adquirida por un particular que, muy probablemente, la habría visto en el portal inmobiliario donde se colgó el anuncio. 

Con el dinero, Rosario compró una vivienda mucho más céntrica y desde donde sus dos hijos pudieran salir y entrar sin necesidad de utilizar un coche. Todos ganaron autonomía, y la ‘coach’ de ‘La Voz’ acabó cediendo a la practicidad, aunque eso supusiera decir adiós a un hogar en el que cultivó tantos recuerdos. Buenos y malos. Al final la vida es de lo que se compone y todos nos hacen avanzar y crecer. Y saber dejar ir, también forma parte de ese crecimiento