“Sé que hubo muchos intereses para casarnos, se provocaron encuentros, se hicieron cábalas… pero el resultado de ese emparejamiento forzoso fue nulo”. Se lo contaba la propia Sofía a su biógrafa, la periodista Pilar Urbano. Y de la relación de la que se refería la entonces reina consorte no era otra que la de su acercamiento juvenil con Harald de Noruega

Retrocedamos en el tiempo. Concretamente, hasta los primeros años de la década de los 50, en los que la reina Federica, madre de Sofía, solo podía pensar en una cosa: en casar a sus hijos. Cada uno de los movimientos de la alemana estaban dirigidos a lo mismo. Y para su primogénita tenía grandes planes. 

sofía
Gtres

Sofía, al ser mujer y tener un hermano varón, estaba destinada a ser, como mucho, consorte, nada de monarca, como sí lo acabaron siendo Margarita de Dinamarca o Isabel II. Siempre estaría en la sombra, pero había que buscar la mejor sombra. Y, para ello, nada como el noruego. El primer príncipe que nacía en el país desde hacía 500 años. Definitivamente, fue un niño muy celebrado y Federica ansiaba que su hija también recibiera parte de este halo dorado. 

Los primeros encuentros de la reina Sofía y Harald

Ambos participaron en el crucero Agamenón, el ‘Firts Dates’ por el mar Egeo que organizó la reina griega; pero aquello resultó poco fructífero. Por lo tanto, esta pensó en una nueva estratega para buscar marido a su hija. Cuando los reyes noruegos les invitaron a pasar unos días en su país, esta corrió a aceptar la invitación. Era imperativo que Sofía acudiera al viaje. Y así hizo. 

Aquellos días entre fiordos resultaron idílicos. La familia real noruega ejerció de perfecta anfitriona con los entonces príncipes griegos, que disfrutaron cada minuto de su estancia en el país del norte. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, se ofreció un baile de gala en el que Sofía y Harald resultaron inseparables

Al fin, Federica tenía lo que quería. La prensa noruega corrió a escribir noticias sobre la dulce Sofía y adelantó unos planes de boda que jamás llegaron. Aquel romance parecía (casi) oficial. Tan solo faltaba el detallito más importante de todos: preguntarle al novio. 

Harald ya había conocido a alguien importante para él...

Entonces Harald, de 20 años, era el príncipe más atractivo de toda Europa. Alto, atlético, bien parecido, ¡y olímpico! Como Constantino de Grecia, que también había representado a su país en el torneo deportivo. Un hecho que solo avivó aún más su fama de heredero portentoso. Menudo partidazo, debió pensar Federica, y Sofía, apenas saliendo de la adolescencia, también se ilusionó con él. ¿Cómo no dejarse llevar por el físico y por las fantasías que su madre alimentaba sin descanso? Lamentablemente, el corazón del noruego no estaba libre. 

sofia harald
GTRES

Harald, con solo 15 años, participó en un campamento de verano que cambió por completo su vida. En él conoció a Sonia, una chica de clase media que no había rozado siquiera la sangre real. Los dos jóvenes se enamoraron perdidamente. Se escribían cartas y soñaban con hacer realidad su sueño de casarse y formar una familia. 

En las misivas entre Harald y Sonia, el príncipe le contaba sus miedos y la otra sus planes de triunfar como diseñadora y modista. Eran de mundos muy diferentes, pero el ‘royal’ soñaba con poder abandonarlo todo por la plebeya. De hecho, así llegó a plantearlo para que, de una vez por todas, sus padres le hicieran caso y le concedieran voz y voto en su propia vida. 

Las dos versiones de las 'calabazas' a Sofía

A partir de aquí, hay dos versiones distintas. Dos finales que dieron al traste con la relación entre Harald y Sofía. La primera, defendida por la periodista Françoise Loat, apunta a que cuando se planteó la boda, los griegos no podían hacer frente a la dote de la princesa. Pablo de Grecia planteó la idea ante las Cortes y estas dieron un no rotundo. El país aún andaba recuperándose de los estragos de la II Guerra Mundial, que dejó de lo más empobrecidas las arcas del Estado, como para, encima, pagar una dote a uno de los países con mayor renta per capita. Ni hablar. Si querían ese dinero, tendría que salir de la familia real, no del bolsillo de todos los griegos. Según las crónicas, aquello supuso una verdadera “humillación” para Sofía, pues, ilusionada como estaba con su romance, no podía continuar con él. 

La otra versión es bastante más romántica y menos mundana; y sitúa a Harald imponiéndose a sus progenitores para hacer caso a su corazón. No se casaría con Sofía, él estaba enamorado de Sonia. “No permitiré que una costurera sea reina de Noruega", espetó el rey Olav. Pero su hijo no cambió de idea. Y Sonia tampoco. Cuando esta vio publicadas las informaciones que aseguraban que su novio estaba viéndose con otra princesa europea (Sofía) montó en cólera y amenazó con quitarse la vida. Si su chico continuaba la estrecha relación con la hija de Federica de Hannover, ella cometería una locura. Aquello impactó al heredero, que no quiso ser motivo de ninguna desgracia, por lo que dio un ultimátum a sus progenitores. 

“O Sonia o nadie”. El heredero estaba en juego. Él avisaba que si no le permitían casarse con la mujer a la que amaba, renunciaría a su derecho dinástico. Y, viéndose en tremenda tesitura, Olav de Noruega no tuvo otra que dar su brazo a torcer. 

Sofía se ilusionó por un nuevo chico, Juan Carlos

Para cuando Harald se pudo casar con su Sonia, Sofía ya era una mujer casada. Harta de esperar y de recibir negativas por todas las partes, cambió su perspectiva. Debía conocer a otros chicos. Y, en la boda de los duques de Kent, coincidió con Juan Carlos. 4 meses más tarde, en septiembre de 1961, él pedía su mano de manera oficial.

El entonces príncipe en plena dictadura, quizás no era el candidato idóneo para Federica, pero no estaba mal del todo... Cuando muriese Franco, su hija acabaría siendo reina y a ello le pidió que se aferrase cuando empezaron las infidelidades de su esposo

La reina siempre se ha mostrado reticente a la hora de reconocer a Harald como su primer amor, y, tal y como dice Jaime Peñafiel, "Doña Sofia no miente, pero… no dijo la verdad, porque tener amor o amores cuando se está en edad de sufrirlos es normal en toda joven, y también las decepciones". Y aquella sirvió de ensayo para todo el dolor que vendría después...