Lo llamaron ‘baile de juventud’, cuando, en un Madrid repleto de modernos y punks, aquello no podía resultar más anacrónico. Era septiembre de 1983 y los Reyes celebraban en los jardines de la Zarzuela la puesta de largo de sus dos hijas, las infantas Elena y Cristina. Lo disfrazaron de fiesta de fin del colegio y de entrada a la Universidad, pero aquello, a todas luces, era una puesta de largo. 

A diferencia de los bailes de debutantes que cuentan con decenas de protagonistas, este solo tenía a dos muy claras: las infantas. Los Reyes no querían pecar de excesivos, por lo que trataron de revestir el evento de normalidad, aunque la etiqueta fuera requerida. 

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Lo cierto es que, a pesar de las sonrisas y de los vestidos largos, aquel 7 de septiembre había pocas ganas de celebrar. A la Familia Real no se le iba de la cabeza la tragedia recientemente acaecida que, por unos instantes, les hizo dudar si seguir adelante con sus planes festivos. Quizás no era el mejor momento para dar una imagen así de banal… aun así, se siguió adelante con el plan fijado. No obstante, las invitaciones ya habían sido enviadas. 

Los Reyes decidieron seguir adelante con la puesta de largo

Fue una decisión meditada y consultada, puesto que el dolor por las 30 muertes acaecidas en el Norte de España debido a unas fuertes inundaciones, estaba muy presente. 

Ahora, quizás, todo habría sido diferente. Hemos visto a los actuales Reyes volcarse con la tragedia de Paiporta, cancelando actos de la agenda institucional, visitando el lugar de la catástrofe y hasta aguantando una lluvia de barro. Letizia ha aplazado su viaje de trabajo a Perú para mostrar su absoluto apoyo con las víctimas; pero, hace 41 años, no existía esta mentalidad. 

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Sofía y Juan Carlos siguieron adelante con los planes establecidos y el 7 de septiembre, los jardines de Zarzuela se llenaron de chiquillos y de chiquillas amigos de sus hijas. 

No fue la gran puesta de largo que uno habría esperado de alguien de la realeza. No hubo representantes de otras monarquías, a excepción de los primos griegos de las debutantes, Alexia, Pablo y Nicolás, que también vivieron el evento como algo único y especial. 

¿A quién invitaron las infantas a su puesta de largo?

Solo y exclusivamente a amigos. Esta no era una fiesta para hacer conexiones, sino que había sido pensada y planeada para que únicamente la chavalería pudiera disfrutar de una tarde agradable.  

Elena y Cristina mandaron invitaciones a sus compañeros de clase que, como ellas, había acabado los estudios de Bachillerato, y se preparaban para entrar en la universidad. También se contactó a los amigos que habían hecho en los campamentos estivales, en los que tanto disfrutaban y tan buenas relaciones surgían. 

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Como decimos, no existieron representantes de las diferentes casas reales europeas. La consigna estaba clara, aquello estaba lejos de ser el Crucero Agamenón, que ideó la madre de la Reina Sofía para emparejar a la juventud casadera con sangre azul. Las únicas concesiones ‘royals’ que se hicieron fueron a los hijos de Constantino y Ana María de Grecia, además de a Guillermo de Luxemburgo y Felipe de Wurtenberg; los primeros por ser primos de las homenajeadas y los segundos porque eran jóvenes con los que, de verdad, las infantas compartían amistad. 

Juan Carlos y su mujer solo deseaban crear una fiesta divertida para celebrar el fin del colegio de sus hijas mayores, y festejar un paso a la vida adulta. Aquel septiembre, Elena tenía 20 años y Cristina 18, y, desde Casa Real, se precisó que aquello no era una puesta de largo, puesto que las jovencitas ya habían usado esta prenda en las bodas de los hijos de los grandes Duques de Luxemburgo y cuando los reyes de Suecia visitaron la Zarzuela. 

El dress-code de la velada 

En las invitaciones que se enviaron desde Casa Real, quedaba de lo más claro que los chicos debían vestir esmoquin, mientras que las jovencitas lo harían usando un vestido largo. Felipe, a sus 16 años, mostró su versión más madura luciendo pajarita negra, mientras que las protagonistas del día lo hicieron apostando por colores llamativos. 

La infanta Elena se decantó por un modelo con escote corazón en tono azul, tan ligado a la realeza. La pieza, hija de su tiempo, añadía un volante en el bajo y un fajín de color verde manzana, que hacía aún más llamativo el modelo. Por su parte, Cristina lució un vestido de manga corta y cuello redondo en rosa chicle, rematado con dos franjas en fucsia y en celeste. 

Pero si hubo una persona que dio en el clavo con su atuendo, esa fue la reina Sofía, con una creación que, muy probablemente, fuera obra de sus modistas y estilistas de confianza. Se trató de un modelo con escote palabra de honor y estampado de cuadros. Un modelo muy juvenil que ella completó con un fajín rosa capote que acentúaba su silueta. Como joyas, un juego de perlas, en collar y en su versión de pendientes largos. 

Aquel 7 de septiembre, tuvimos constancia de todos estos looks gracias a que la propia Casa Real se encargó de distribuir las imágenes, dado que ningún periodista o reportero fue invitado al evento con el que las infantas dejaban atrás la niñez. Tanto Sofía como Juan Carlos, en su papel como anfitriones del evento, prefirieron que la celebración no trascendiera más allá de las fotos que ellos se encargaron de elegir y enviar a las diferentes redacciones. 

De los escasos datos que trascendieron de aquella velada tan especial, el grupo que actuó en directo para toda la juventud congregada. La infanta Elena, siempre tan cercana a la tradición andaluza, pidió a sus padres que la banda Albahaca, los de las sevillanas ‘Pasa la vida’, amenizaran la noche; y los Reyes, solícitos, accedieron. 

A unos kilómetros de allí, otra adolescencia muy diferente a la congregada en palacio, vitorea hasta quedarse afónica a Alaska y a las Vulpes. Aquella noche, en Madrid, existieron dos ‘bailes de la juventud’, el de Zarzuela y el del Rockola. La división de siempre, ejemplificada como nunca.