El padre se oponía al enlace, pero, al final, no le quedó otra que ceder. Juan Carlos hizo todo lo posible para que su hija mediana, Cristina, cambiara de idea y se desenamorase del deportista que le había nublado el juicio. Trazó una campaña de desprestigio contra Iñaki Urdangarin, pero nada de esto dio resultado. La infanta estaba ciega de amor y aceptaba todo del hijo de Claire Liebaert.
No lo pudo impedir y, al final, a Juan Carlos no le quedó más remedio que tragar saliva y comerse al de balonmano. De camino a la catedral de Santa Eulalia aquella mañana de octubre todo eran risas y miradas de complicidad, pero la novia sabía perfectamente que su padre había urdido un plan para deshacerse del novio, haciendo discretas llamadas a numerosos medios y periodistas para que estos escribieran artículos y columnas que expusieran la peor faceta del deportista.
Cristina necesitó mucho más que un tema publicado en un periódico para romper su promesa de fidelidad y lealtad. Ni cuando Iñaki la condujo al banquillo de los acusados, declarando ante el juez, dudó de él y de su relación. Permaneció inamovible.
La cosa cambió cuando tuvo delante las imágenes de Iñaki con otra. Besándose y contándose confidencias. Ahí se rompió su confianza. Cómo para no. Fue en 2022 y su matrimonio se hizo trizas. Ahinoa Armentia consiguió lo que ni la cárcel había logrado.
Pero antes de que todo saltara por los aires como detonado por una bomba, existieron momentos felices. Pero, quizás, el más alegre de todos tuvo lugar ese 4 de octubre de 1997, y del que ahora abrimos su álbum de bodas.