Llegar hasta el 2 de noviembre de 2024 no ha sido un cámino fácil. Para que doña Sofía hoy se siente en el borde su cama y eche la mirada hacia atrás, ha tenido que pasar mucho. Momentos buenos, malos y terribles. La mayoría de estos vividos este año. La reina alcanza los 86 años y lo hace siendo la misma mujer que de niña aprendió a ser exactamente lo que se esperaba de ella. 

Sofía es muy profesional”, le dice con arrobo Juan Carlos a Bárbara Rey en una de sus múltiples conversaciones telefónicas que ella se dedicaba a grabar. Justo después de confesarle que hacía años que no mantenían una relación matrimonial estrecha, este se dedicaba a enaltecer, a su manera machista, claro, la forma de ser de su esposa. “Ella es la número uno. Entre tú y yo, voy a ser egoísta para mí, es comodísimo porque como reina cumple de maravilla. Encima, aguanta, no se va con otro”. Cumple de maravilla. ¿Lo peor de todo? Era un halago. 

Sofía Juan Carlos 1960
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Y es que Sofía ha estado entrenada desde niña para “cumplir de maravilla”. Sus padres, especialmente, la reina Federica, se encargó personalmente de ello. La niña, desde pequeña, conocía muy bien cuál era su posición en la vida y lo que se esperaba de ella. No importaba que su madre se las pasara asustando a las ratas que se colaban en su casa mientras vivían en el exilio, que ella sabía que, el día de mañana, reinaría. 

La dura infancia de doña Sofía

Nada de lujos para ella. Todo lo contrario. Primero vino el doble exilio y, después, el severo internado; donde, si aún le quedaba un ápice de rebeldía, se la apagaron pronto a base de duchas de agua fría. Madrugones, ejercicio matinal (aún nevando), pelar patatas… Una narrativa más cerca del musical ‘Annie’ que de una futura reina. A Pilar Urbano le contó que todo aquello forjó su personalidad y le sirvió para conocerse a fondo. 

No había concesiones ni a la debilidad ni a mostrar sus emociones. Aprendió que si quería manifestar algo era mejor callarlo y seguir adelante. Rumia, rumia… Una Sofía rectísima que era, desde luego, el contrapunto perfecto para alguien como Juan Carlos, vividor, disfrutón y con ganas de sentar la cabeza. Ella era perfecta. 

Cuando Sofía y Juan Carlos se casaron, ella estaba cegada por el concepto romántico del amor. La princesa arrastraba unas ‘calabazas’ de su primera ilusión, Harald de Noruega, que estaba enamorado de una costurera a la que había conocido en unos campamentos juveniles y le dijo que, pese a que las primeras intenciones familiares eran unir sus destinos, él no quería casarse con la griega. Su corazón ya tenía dueña. Fue de lo más humillante para la hija de Pablo de Grecia, pero se recompuso cuando, durante una boda, el príncipe español se fijó en ella. 

Boda con Juan Carlos tras un destacado desengaño amoroso

Hubo boda y hubo hijos. ¡Tres! Niña, niña y, al fin, un niño. Era lo que Sofía más anhelaba en el mundo y él se convirtió en su gran pasión. Una vez hubo nacido el heredero, Juan Carlos empezó a alejarse poco a poco hasta volverse una sombra en la vida de su propia mujer. Se lo relató el mismo a Bárbara Rey. El monarca no parecía tener problema en hablar de la inexistente privacidad conyugal, mientras que la princesa todo lo digería en silencio, sin compartirlo con nadie. 

Su madre solo se lo tuvo que repetir una vez: la Corona está por encima de todo. “No querrás acabar como yo, una reina sin reino”. Una sentencia que se la repetiría cada vez que todo se desmoronaba a su alrededor. Cuando pilló la primera infidelidad de su marido, Sofía huyó a la India buscando el consuelo de su madre y de su hermana Irene. Su progenitora le dejó que llorase y, una vez esta hubo terminado, le recomendó que cogiera la maleta y regresara a España. Ahí estaba su lugar. Jamás debía abandonar ese matrimonio. Ella siempre debía ser reina. Y a esta máxima se aferró. 

Juan Carlos y Sofía 1999
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Han pasado casi 50 años de aquel viaje, la única locura espontánea guiada por sus emociones que Sofía se ha permitido en estos 86 años, y, desde entonces, ha sido “la más profesional”, “la que cumple de maravilla”. Una suerte para su marido pero, ¿para ella? Su modo de vida. No entiende otro. Todos los pasos que ha dado a lo largo de su vida la han guiado hasta donde está hoy. 

"Me moriré con las botas puestas"

En Zarzuela está sola. Nunca ha sido de multitudes, pero, de un tiempo a esta parte, mucho menos. Se preocupa, como siempre ha hecho, de su hermana Irene, que padece una enfermedad neurodegenerativa. Ella era su bálsamo, su paño de lágrimas, pero ahora ya no puede encontrar consuelo en su característica conversación entre susurros. 

“No nada en la alegría, pero tampoco es una persona infeliz”, deslizaban desde la revista ¡Hola! en el número especial previo a su cumpleaños que hacía repaso de cómo se encontraba la reina. "Vivió lo que le tocó y no es que tragara con todo, es que fue educada en otra época y estaba casada con el Rey de España, que, por cierto, fue el único y gran amor de su vida", sentencia alguien de su círculo cercano. 

A los 86 años, doña Sofía no piensa retirarse. Tiene la agenda llena de actos, no desea usar bastón en público para que no se especule con su estado de salud y, estos últimos meses de su vida, le ha tocado repetirse, más que nunca, el discurso que le decía su madre: el país, la Corona y el Rey. No hay concesiones al dolor, solo aceptación y estoicismo. 

“Hay que ser realistas, me voy a morir, estamos en la edad, pero lo voy a hacer con las botas puestas", señaló a una amiga. “Reina hasta la muerte, aunque no reine”. 

Al final, Juan Carlos la definió a la perfección. “Muy profesional. La número uno”.